Ciudad
del Vaticano, 3 junio 2012
(VIS).-Esta mañana,
a las 10.00, en el Parque de Bresso de Milán, Benedicto XVI ha
presidido la Santa Misa de clausura del VII Encuentro Mundial de las
Familias, que se ha celebrado desde el 30 de mayo en esta ciudad
italiana bajo el lema “La familia, el trabajo y la fiesta”.
Ofrecemos a continuación fragmentos de la homilía pronunciada por
el Santo Padre ante alrededor de un millón de peregrinos y fieles
milaneses:
(...)
“La solemnidad litúrgica de la Santísima Trinidad, que celebramos
hoy, (...) nos impulsa al compromiso de vivir la comunión con Dios y
entre nosotros según el modelo de la Trinidad”. (...) La familia,
fundada sobre el matrimonio entre el hombre y la mujer, está también
llamada al igual que la Iglesia a ser imagen del Dios Único en Tres
Personas. (...) Dios creó el ser humano hombre y mujer, con la misma
dignidad, pero también con características propias y
complementarias, para que los dos fueran un don el uno para el otro,
se valoraran recíprocamente y realizaran una comunidad de amor y de
vida. El amor es lo que hace de la persona humana la auténtica
imagen de Dios. Queridos esposos, viviendo el matrimonio os dais
(...) la vida entera. Y vuestro amor es fecundo, en primer lugar,
para vosotros mismos, porque deseáis y realizáis el bien el uno al
otro, experimentando la alegría del recibir y del dar. Es fecundo
también en la procreación, generosa y responsable, de los hijos, en
el cuidado esmerado de ellos y en la educación metódica y sabia. Es
fecundo, en fin, para la sociedad, porque la vida familiar es la
primera e insustituible escuela de virtudes sociales, como el respeto
a las personas, la gratuidad, la confianza, la responsabilidad, la
solidaridad, la cooperación. Queridos esposos, cuidad a vuestros
hijos y, en un mundo dominado por la técnica, transmitidles, con
serenidad y confianza, razones para vivir, la fuerza de la fe,
planteándoles metas altas y sosteniéndolos en las debilidades”.
(...)
“Vuestra vocación no es fácil de vivir, especialmente hoy, pero
el amor es una realidad maravillosa, es la única fuerza que puede
verdaderamente transformar el mundo. Ante vosotros está el
testimonio de tantas familias que señalan los caminos para crecer en
el amor: mantener una relación constante con Dios y participar en la
vida eclesial, cultivar el diálogo, respetar el punto de vista del
otro, estar dispuestos a servir, tener paciencia con los defectos de
los demás, saber perdonar y pedir perdón, superar con inteligencia
y humildad los posibles conflictos, acordar las orientaciones
educativas, estar abiertos a las demás familias, atentos con los
pobres, responsables en la sociedad civil. Todos estos elementos
construyen la familia. Vividlos con valentía, con la seguridad de
que en la medida en que viváis el amor recíproco y hacia todos, con
la ayuda de la gracia divina, os convertiréis en Evangelio
vivo, una verdadera Iglesia doméstica”.
“Quisiera
dirigir unas palabras también a los fieles que, aun compartiendo las
enseñanzas de la Iglesia sobre la familia, están marcados por las
experiencias dolorosas del fracaso y la separación. Sabed que el
Papa y la Iglesia os sostienen en vuestra dificultad. Os animo a
permanecer unidos a vuestras comunidades, al mismo tiempo que espero
que las diócesis pongan en marcha adecuadas iniciativas de acogida y
cercanía”.
(...)
“Podemos comprender la tarea del hombre y la mujer como
colaboradores de Dios para transformar el mundo, a través del
trabajo, la ciencia y la técnica. (...) Vemos que, en las modernas
teorías económicas, prevalece con frecuencia una concepción
utilitarista del trabajo, la producción y el mercado. El proyecto de
Dios y la experiencia misma muestran, sin embargo, que no es la
lógica unilateral del provecho propio y del máximo beneficio lo que
contribuye a un desarrollo armónico, al bien de la familia y a
edificar una sociedad más justa, sino que supone una competencia
exasperada, fuertes desigualdades, degradación del medio ambiente,
carrera consumista, malestar en las familias. Es más, la mentalidad
utilitarista tiende a extenderse también a las relaciones
interpersonales y familiares, reduciéndolas a simples convergencias
precarias de intereses individuales y minando la solidez del tejido
social”.
“Un
último elemento. El hombre, en cuanto imagen de Dios, está también
llamado al descanso y a la fiesta. El relato de la creación concluye
con estas palabras: «Y habiendo concluido el día séptimo la obra
que había hecho, descansó el día séptimo de toda la obra que
había hecho. Y bendijo Dios el día séptimo y lo consagró» (Gn
2,2-3). Para nosotros, cristianos, el día de fiesta es el domingo,
día del Señor, pascua semanal. Es el día de la Iglesia, asamblea
convocada por el Señor alrededor de la mesa de la palabra y del
sacrificio eucarístico. (...) Es el día del hombre y de sus
valores: convivialidad, amistad, solidaridad, cultura, contacto con
la naturaleza, juego, deporte. Es el día de la familia, en el que se
vive juntos el sentido de la fiesta, del encuentro, del compartir,
también en la participación de la santa Misa. Queridas familias, a
pesar del ritmo frenético de nuestra época, no perdáis el sentido
del día del Señor”. (…)
“Familia,
trabajo, fiesta: tres dones de Dios, tres dimensiones de nuestra
existencia que han de encontrar un equilibrio armónico. (...) A este
respecto, privilegiad siempre la lógica del ser respecto a la del
tener: la primera construye, la segunda termina por destruir. Es
necesario aprender, antes de nada en familia, a creer en el amor
auténtico, el que viene de Dios y nos une a Él”.
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