Ciudad
del Vaticano, 2 junio 2012 (VIS).- Casi
medio millón de personas ha participado este sábado en la Fiesta de
los Testimonios del VII Encuentro Mundial de las Familias, que ha
tenido lugar en el Parque de Bresso de Milán (Italia). El Santo
Padre llegó a las 20.30 para tomar parte en esta celebración, en la
que se alternaron música, intervenciones y las respuestas del Papa a
preguntas formuladas por varias familias. La crisis económica, la
situación de los divorciados en la Iglesia y la indisolubilidad del
matrimonio fueron algunos de los temas afrontados. Benedicto XVI
recordó también su infancia en familia.
Una
pareja de novios de Madagascar que cursa estudios universitarios en
Italia manifestó su temor ante el “para siempre” que implica el
matrimonio. El Papa señaló que el enamoramiento, como sentimiento
que es, no permanece para siempre. “El sentimiento del amor ha de
ser purificado, debe recorrer un camino de discernimiento, esto es,
deben entrar en juego también la razón y la voluntad. (…) En el
rito del matrimonio, la Iglesia no pregunta: '¿Estás enamorado'?,
sino: '¿Quieres, estás decidido?'. El enamoramiento ha de
transformarse en verdadero amor por medio de la voluntad y la razón,
a lo largo de un camino, el noviazgo, (…) de forma que realmente
toda la persona, con todas sus capacidades, con el discernimiento de
la razón y la fuerza de voluntad, diga: 'Sí, esta es mi vida'”.
También son importantes la comunión de vida con los demás, con los
amigos, la Iglesia, la fe, con Dios mismo.
Una
familia brasileña planteó el problema de las parejas de divorciados
que se han vuelto a casar y que, a pesar de que lo desean, no pueden
acercarse a los sacramentos. Benedicto XVI afirmó que “este
problema es uno de los grandes sufrimientos de la Iglesia de hoy. Y
no tenemos recetas simples. (…) Es muy importante la prevención,
esto es, profundizar desde el inicio del enamoramiento en una
decisión profunda, madura. Además, (…) es fundamental que las
familias no estén nunca solas, sino realmente acompañadas en su
camino. Y respecto a estas personas, debemos decir que la Iglesia las
ama; deben ver y sentir este amor”. Las parroquias y otras
comunidades católicas “deben hacer realmente lo posible para que
se sientan amadas, aceptadas, que no están 'fuera' a pesar de que no
pueden recibir la absolución ni la Eucaristía. Deben ver que
incluso así viven plenamente en la Iglesia. (…) Se participa en la
Eucaristía si realmente se entra en comunión con el Cuerpo de
Cristo. También sin la recepción del sacramento podemos estar
espiritualmente unidos a Cristo. (…) Es importante que encuentren
la posibilidad de vivir una vida de fe (…) y puedan ver que su
sufrimiento es un don para la Iglesia porque sirven así a todos para
defender la estabilidad del amor y del matrimonio; (…) es un sufrir
en la comunidad de la Iglesia por los grandes valores de nuestra fe”.
Una
familia griega preguntó al Papa qué pueden hacer las familias a las
que la crisis económica ha dejado sin perspectivas para no perder la
esperanza. “Las palabras no bastan -ha respondido Benedicto XVI-.
Deberíamos hacer algo concreto, y todos sufrimos porque no somos
capaces de hacerlo. Hablemos primero de la política; creo que
debería crecer el sentido de la responsabilidad de todos los
partidos: que no prometan cosas que no pueden cumplir, que no busquen
solamente los votos, sino que sean responsables por el bien de todos,
y que se comprenda que la política es también responsabilidad
humana, moral, ante Dios y ante los hombres”. Además, cada uno
debe hacer lo que está en su mano, “con gran sentido de
responsabilidad y sabiendo que para salir adelante son necesarios
sacrificios”. El Papa también ha propuesto que las familias que
pueden ayuden a otra familia, y que las parroquias y las ciudades
hagan lo mismo, apoyándose unas a otras de manera concreta. Sin
olvidarse de rezar siempre.
Cat
Tien, una niña de siete años de origen vietnamita, pidió al
Pontífice que contase algo sobre su familia y su infancia. Benedicto
XVI recordó que, para su familia, el domingo era esencial: “El
domingo comenzaba ya el sábado por la tarde. Mi padre nos leía las
lecturas del domingo. (…) Así entrábamos ya en la liturgia, en
una atmósfera de alegría. El día después íbamos a Misa. Yo vivía
cerca de Salzburgo, por lo que hemos podido escuchar mucha música
-Mozart, Schubert, Haydn-, y cuando comenzaba el Kyrie era como si se
abriera el Cielo. (...) Éramos un único corazón y alma, con muchas
experiencias comunes. Eran tiempos muy difíciles, porque era la
época de la dictadura, luego vino la guerra, después la pobreza.
Pero el amor recíproco que había entre nosotros, la alegría
incluso por cosas simples, eran fuertes, y así se podían superar y
soportar estas situaciones. (…) Y hemos crecido con la certeza de
que es bueno ser persona humana, porque veíamos que la bondad de
Dios se reflejaba en los padres y en los hermanos. (…) Así, en
este contexto de confianza, alegría y amor, éramos felices, y
pienso que el Paraíso debe de ser parecido a los tiempos de mi
juventud. En este sentido, espero ir 'a casa' cuando vaya a 'la otra
parte del mundo'”.
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