CIUDAD DEL VATICANO, 12 OCT 2010 (VIS).-Siguen extractos de la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio “Ubicumque et semper”, del Santo Padre Benedicto XVI, donde instituye el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.
“La Iglesia tiene el deber de anunciar siempre y en cualquier lugar el Evangelio de Jesucristo. (...) Esa misión ha asumido en la historia formas y modalidades siempre nuevas según los lugares, las situaciones y los momentos históricos. En nuestra época, uno de los rasgos característicos ha sido la confrontación con el fenómeno del abandono de la fe, que se ha manifestado progresivamente en sociedades y culturas que desde siglos estaban impregnadas del Evangelio”
“(...) Las transformaciones sociales a las que hemos asistido en los últimos tiempos tienen causas complejas que hunden sus raíces en el tiempo y han modificado profundamente la percepción de nuestro mundo. (...) Y si por una parte la humanidad ha conocido los beneficios innegables de esas transformaciones y la Iglesia ha recibido ulteriores estímulos para dar razón de la esperanza que lleva, por otro se ha verificado una preocupante pérdida de sentido del sacro que lleva a poner en tela de juicio fundamentos que parecían indiscutibles, como la fe en un Dios creador y providente, la revelación de Jesucristo, único salvador y la comprensión común de las experiencias fundamentales del ser humano como el nacimiento, la muerte, la vida en una familia y la referencia a la ley moral natural”.
“Ya el Concilio Ecuménico Vaticano II asumió entre las cuestiones fundamentales la de la relación entre la Iglesia y el mundo contemporáneo. Siguiendo las enseñanzas conciliares, mis predecesores han reflexionado ulteriormente sobre la necesidad de encontrar formas adecuadas para que nuestros contemporáneos escuchen todavía la Palabra viva y eterna del Señor”.
“El venerable Siervo de Dios Juan Pablo II hizo de esta concienzuda tarea uno de los fundamentos de su vasto magisterio, sintetizando el concepto de “nueva evangelización”, que profundizó sistemáticamente en numerosas intervenciones, la tarea que espera hoy a la Iglesia, en particular en las regiones de antigua cristianización”.
“Por lo tanto, haciéndome cargo de las preocupaciones de mis venerados predecesores, creo oportuno ofrecer las respuestas adecuadas para que toda la Iglesia, dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu Santo, se presente al mundo contemporáneo con un empuje misionero capaz de promover una nueva evangelización”.
“En las Iglesias de antigua tradición, (...) a pesar de la progresión del fenómeno de la secularización, la práctica cristiana manifiesta todavía una buena vitalidad y un profundo enraizamiento en el ánimo de enteras poblaciones. (....) Conocemos también, desgraciadamente, que hay zonas casi completamente descristianizadas donde la luz de la fe se confía a pequeñas comunidades: estas tierras, que necesitarían un primer anuncio renovado del Evangelio, se muestran particularmente refractarias a muchos aspectos del mensaje cristiano”.
“En la raíz de toda evangelización no hay un proyecto de expansión humana, sino el deseo de compartir el don inestimable que Dios nos ha dado, haciéndonos partícipes de su vida”.
MP/ VIS 20101012 (500)
“La Iglesia tiene el deber de anunciar siempre y en cualquier lugar el Evangelio de Jesucristo. (...) Esa misión ha asumido en la historia formas y modalidades siempre nuevas según los lugares, las situaciones y los momentos históricos. En nuestra época, uno de los rasgos característicos ha sido la confrontación con el fenómeno del abandono de la fe, que se ha manifestado progresivamente en sociedades y culturas que desde siglos estaban impregnadas del Evangelio”
“(...) Las transformaciones sociales a las que hemos asistido en los últimos tiempos tienen causas complejas que hunden sus raíces en el tiempo y han modificado profundamente la percepción de nuestro mundo. (...) Y si por una parte la humanidad ha conocido los beneficios innegables de esas transformaciones y la Iglesia ha recibido ulteriores estímulos para dar razón de la esperanza que lleva, por otro se ha verificado una preocupante pérdida de sentido del sacro que lleva a poner en tela de juicio fundamentos que parecían indiscutibles, como la fe en un Dios creador y providente, la revelación de Jesucristo, único salvador y la comprensión común de las experiencias fundamentales del ser humano como el nacimiento, la muerte, la vida en una familia y la referencia a la ley moral natural”.
“Ya el Concilio Ecuménico Vaticano II asumió entre las cuestiones fundamentales la de la relación entre la Iglesia y el mundo contemporáneo. Siguiendo las enseñanzas conciliares, mis predecesores han reflexionado ulteriormente sobre la necesidad de encontrar formas adecuadas para que nuestros contemporáneos escuchen todavía la Palabra viva y eterna del Señor”.
“El venerable Siervo de Dios Juan Pablo II hizo de esta concienzuda tarea uno de los fundamentos de su vasto magisterio, sintetizando el concepto de “nueva evangelización”, que profundizó sistemáticamente en numerosas intervenciones, la tarea que espera hoy a la Iglesia, en particular en las regiones de antigua cristianización”.
“Por lo tanto, haciéndome cargo de las preocupaciones de mis venerados predecesores, creo oportuno ofrecer las respuestas adecuadas para que toda la Iglesia, dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu Santo, se presente al mundo contemporáneo con un empuje misionero capaz de promover una nueva evangelización”.
“En las Iglesias de antigua tradición, (...) a pesar de la progresión del fenómeno de la secularización, la práctica cristiana manifiesta todavía una buena vitalidad y un profundo enraizamiento en el ánimo de enteras poblaciones. (....) Conocemos también, desgraciadamente, que hay zonas casi completamente descristianizadas donde la luz de la fe se confía a pequeñas comunidades: estas tierras, que necesitarían un primer anuncio renovado del Evangelio, se muestran particularmente refractarias a muchos aspectos del mensaje cristiano”.
“En la raíz de toda evangelización no hay un proyecto de expansión humana, sino el deseo de compartir el don inestimable que Dios nos ha dado, haciéndonos partícipes de su vida”.
MP/ VIS 20101012 (500)
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