CIUDAD DEL VATICANO, 16 OCT 2010 (VIS).-Benedicto XVI asistió esta tarde en el Aula Pablo VI a un concierto en su honor, en el que participaron también los padres sinodales, ofrecido por el director de orquesta y compositor Enoch zu Guttenberg, que dirigió la Misa de Réquiem de Giuseppe Verdi, interpretada por la orquesta Klang Verwaltung y el Coro de Neubeuern.
Al final del concierto el Santo Padre dirigió unas palabras a los presentes:
“Giuseppe Verdi -dijo- pasó su existencia escrutando el corazón del ser humano; en sus obras resaltó el drama de la condición humana. (...) Su teatro está poblado de infelices, perseguidos y víctimas. En tantas páginas de la Misa de Réquiem se oyen ecos de esta visión trágica de los destinos humanos: aquí tocamos la realidad ineluctable de la muerte y la cuestión fundamental del mundo transcendental”.
El compositor italiano, “que en una famosa carta al editor Ricordi se definía “algo ateo” -prosiguió el pontífice-, escribe esta Misa como si fuera un gran llamamiento al Padre Eterno, en la tentativa de superar el grito de desesperación frente a la muerte, para encontrar el anhelo de vida que se transforma en una oración intensa y silenciosa: “Libera me, Domine”.
“Esta catedral musical -concluyó el Papa- se revela como una descripción del drama espiritual del ser humano ante Dios Omnipotente, del ser humano que no puede eludir el eterno interrogante sobre su existencia”.
AC/ VIS 20101018 (240)
Al final del concierto el Santo Padre dirigió unas palabras a los presentes:
“Giuseppe Verdi -dijo- pasó su existencia escrutando el corazón del ser humano; en sus obras resaltó el drama de la condición humana. (...) Su teatro está poblado de infelices, perseguidos y víctimas. En tantas páginas de la Misa de Réquiem se oyen ecos de esta visión trágica de los destinos humanos: aquí tocamos la realidad ineluctable de la muerte y la cuestión fundamental del mundo transcendental”.
El compositor italiano, “que en una famosa carta al editor Ricordi se definía “algo ateo” -prosiguió el pontífice-, escribe esta Misa como si fuera un gran llamamiento al Padre Eterno, en la tentativa de superar el grito de desesperación frente a la muerte, para encontrar el anhelo de vida que se transforma en una oración intensa y silenciosa: “Libera me, Domine”.
“Esta catedral musical -concluyó el Papa- se revela como una descripción del drama espiritual del ser humano ante Dios Omnipotente, del ser humano que no puede eludir el eterno interrogante sobre su existencia”.
AC/ VIS 20101018 (240)
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