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lunes, 24 de mayo de 2010

VALE LA PENA DEJARSE TRANSFORMAR POR EL FUEGO DEL ESPIRITU SANTO

CIUDAD DEL VATICANO, 23 MAY 2010 (VIS).-A las 10,00 de hoy, el Papa presidió en la basílica vaticana la Santa Misa en la solemnidad de Pentecostés.

Comentando en la homilía el relato de Pentecostés del libro de los Hechos de los Apóstoles, el Santo Padre explicó que “del Hijo de Dios muerto y resucitado y que vuelve al Padre espira ahora sobre la humanidad, con inédita energía, el soplo divino, el Espíritu Santo. ¿Y qué produce –preguntó- esta nueva y potente auto-comunicación de Dios? Donde hay laceraciones y alienación, crea unidad y comprensión”.

“Se desencadena -continuó- un proceso de reunificación entre las partes de la familia humana, dividida y dispersa; las personas, a menudo reducidas a individuos en competición o en conflicto entre ellos, alcanzadas por el Espíritu de Cristo, se abren a la experiencia de la comunión, que puede implicarlas hasta hacer de ellas un nuevo organismo, un nuevo sujeto: la Iglesia. Éste es el efecto de la obra de Dios: la unidad; por eso la unidad es señal de reconocimiento, la “tarjeta de visita” de la Iglesia a lo largo de su historia universal. Desde el principio, desde el día de Pentecostés, habla todas las lenguas”.

Benedicto XVI subrayó que “la Iglesia nunca es prisionera de confines políticos, raciales ni culturales; no se puede confundir con los Estados ni con las Federaciones de Estados, porque su unidad es de otro tipo y aspira a atravesar todas las fronteras humanas”.

“De esto, queridos hermanos, deriva un criterio práctico de discernimiento para la vida cristiana: cuando una persona o una comunidad se cierra en su propio modo de pensar y de actuar, es signo de que se ha alejado del Espíritu Santo. El camino de los cristianos y de las Iglesias particulares debe confrontarse siempre con el de la Iglesia una y católica, y armonizarse con él”.

El Papa puso de relieve que “la unidad del Espíritu se manifiesta en la pluralidad de la comprensión. La Iglesia es por su naturaleza una y múltiple, destinada a vivir en todas las naciones, en todos los pueblos, y en los más diversos contextos sociales. Responde a su vocación, de ser signo e instrumento de unidad de todo el género humano, sólo si es autónoma de todo Estado y de toda cultura particular. Siempre y en todo lugar la Iglesia debe ser verdaderamente católica y universal, la casa de todos en la que cada uno se puede volver a encontrar”.

Tras recordar que “en Pentecostés, el Espíritu Santo se manifiesta como fuego”, el Santo Padre exclamó: “¡Qué distinto es este fuego del de las guerras y las bombas! Qué distinto es el incendio de Cristo, propagado por la Iglesia, del encendido por los dictadores de todas las épocas, también del siglo pasado, que dejan tras de sí una tierra quemada”.

“La llama del Espíritu Santo arde pero no quema. Y a pesar de ello, obra una transformación. (...) Este efecto del fuego divino, sin embargo, nos asusta, tenemos miedo de “quemarnos”, preferimos quedarnos como estamos. Esto es porque muchas veces nuestra vida está configurada según la lógica del tener, del poseer y no del darse. (...) Por una parte queremos estar con Jesús, seguirlo de cerca, y por otra tenemos miedo de las consecuencias que comporta”.

Benedicto XVI alentó a los fieles a “saber reconocer que perder algo, incluso a uno mismo por el verdadero Dios, el Dios del amor y de la vida, es en realidad ganar, reencontrarse más plenamente. Quien se confía a Jesús experimenta ya en esta vida la paz y la alegría del corazón, que el mundo no puede dar, y no se pueden quitar una vez que Dios nos las ha dado. ¡Vale, por tanto, la pena dejarse tocar por el fuego del Espíritu Santo! El dolor que nos causa es necesario para nuestra transformación”.

El Papa concluyó pidiendo al Espíritu Santo que encienda en todos “el fuego de su amor. Sabemos que ésta es una oración audaz, con la que pedimos ser tocados por la llama de Dios; pero sabemos sobre todo que esta llama -y sólo ésa- tiene el poder de salvarnos. Que por defender nuestra vida, no queramos perder la vida eterna que Dios nos quiere dar. Necesitamos el fuego del Espíritu Santo, porque sólo el Amor redime”.
HML/ VIS 20100524 (720)

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