CIUDAD DEL VATICANO, 25 FEB 2008 (VIS).-El Santo Padre recibió este mediodía a los participantes en el Congreso Internacional "Junto al enfermo incurable y al moribundo: orientaciones éticas y operativas", promovido por la Pontificia Academia para la Vida con ocasión de su asamblea general, que se celebra estos días en el Vaticano.
El Papa afirmó que "con la muerte se concluye la experiencia terrena, pero a través de la muerte se abre también para cada uno de nosotros, más allá del tiempo, la vida plena y definitiva. (...) Para los creyentes, el encuentro del moribundo con la Fuente de la Vida y del Amor representa un don que tiene un valor para todos, que enriquece la comunión de todos los fieles". En este sentido, subrayó que además de los parientes próximos, toda la comunidad ligada a la persona que muere debería participar en los últimos momentos de su existencia. "Ningún creyente -dijo- debería morir en la soledad y en el abandono".
Tras poner de relieve que toda la sociedad debe "respetar la vida y la dignidad del enfermo grave y del moribundo", el Santo Padre señaló que "aun siendo conscientes de que "no es la ciencia la que redime al hombre", la sociedad entera y en particular los sectores relacionados con la ciencia médica deben expresar la solidaridad del amor, la salvaguardia y el respeto de la vida humana en todos los momentos de su desarrollo terreno, sobre todo cuando padece una enfermedad o se halla en su fase terminal".
"En concreto -continuó-, se trata de asegurar a las personas que tuvieran necesidad el apoyo necesario por medio de terapias e intervenciones médicas adecuadas, administradas según los criterios de la proporcionalidad médica, siempre teniendo en cuenta el deber moral de suministrar (por parte del médico) y de acoger (por parte del paciente) aquellos medios de preservación de la vida que, en la situación concreta, resulten "ordinarios".
El Papa señaló que por lo que concierne a las terapias "con un alto nivel de riesgo o que prudentemente habría que juzgar "extraordinarias", el recurso a ellas es moralmente lícito pero facultativo. Además, es necesario asegurar siempre a cada persona los cuidados necesarios y debidos, aparte del apoyo a las familias más probadas por la enfermedad de uno de sus miembros, sobre todo si es grave o se prolonga".
Al igual que cuando nace un niño los familiares tienen unos derechos específicos para ausentarse del trabajo, del mismo modo, dijo, "deberían reconocerse unos derechos parecidos" a los parientes del enfermo terminal. "Un mayor respeto de la vida humana individual pasa inevitablemente a través de la solidaridad concreta de todos y cada uno, constituyendo uno de los desafíos más urgentes de nuestro tiempo".
Tras constatar que cada vez es más frecuente encontrar en las grandes ciudades a personas ancianas y solas, "también en los momentos de la enfermedad grave y en proximidad de la muerte", el Santo Padre afirmó que "en esas situaciones, se hacen agudas las presiones de la eutanasia, sobre todo cuando se insinúa una visión utilitarista en relación con la persona". En este contexto, recordó una vez más "la firme y constante condena ética de toda forma de eutanasia directa, según la enseñanza tradicional de la Iglesia".
"El esfuerzo de la sociedad civil y de la comunidad de los creyentes debe orientarse a que todos puedan no solo vivir con dignidad y responsablemente, sino también cruzar el momento de la prueba y de la muerte en la mejor condición de fraternidad y solidaridad, también cuando la muerte se da en una familia pobre o en el lecho de un hospital".
El Santo Padre afirmó que la sociedad tiene que "asegurar el debido apoyo a las familias que quieren atender en casa, durante largos períodos, a enfermos afligidos por patologías degenerativas (tumorales o neurodegenerativas) o necesitados de una asistencia particularmente costosa. (...) La colaboración entre la Iglesia y las instituciones puede ser especialmente importante en estos campos para asegurar la ayuda necesaria a la vida humana en el momento de la fragilidad".
AC/.../PONTIFICIA ACADEMIA VIDA VIS 20080225 (680)
El Papa afirmó que "con la muerte se concluye la experiencia terrena, pero a través de la muerte se abre también para cada uno de nosotros, más allá del tiempo, la vida plena y definitiva. (...) Para los creyentes, el encuentro del moribundo con la Fuente de la Vida y del Amor representa un don que tiene un valor para todos, que enriquece la comunión de todos los fieles". En este sentido, subrayó que además de los parientes próximos, toda la comunidad ligada a la persona que muere debería participar en los últimos momentos de su existencia. "Ningún creyente -dijo- debería morir en la soledad y en el abandono".
Tras poner de relieve que toda la sociedad debe "respetar la vida y la dignidad del enfermo grave y del moribundo", el Santo Padre señaló que "aun siendo conscientes de que "no es la ciencia la que redime al hombre", la sociedad entera y en particular los sectores relacionados con la ciencia médica deben expresar la solidaridad del amor, la salvaguardia y el respeto de la vida humana en todos los momentos de su desarrollo terreno, sobre todo cuando padece una enfermedad o se halla en su fase terminal".
"En concreto -continuó-, se trata de asegurar a las personas que tuvieran necesidad el apoyo necesario por medio de terapias e intervenciones médicas adecuadas, administradas según los criterios de la proporcionalidad médica, siempre teniendo en cuenta el deber moral de suministrar (por parte del médico) y de acoger (por parte del paciente) aquellos medios de preservación de la vida que, en la situación concreta, resulten "ordinarios".
El Papa señaló que por lo que concierne a las terapias "con un alto nivel de riesgo o que prudentemente habría que juzgar "extraordinarias", el recurso a ellas es moralmente lícito pero facultativo. Además, es necesario asegurar siempre a cada persona los cuidados necesarios y debidos, aparte del apoyo a las familias más probadas por la enfermedad de uno de sus miembros, sobre todo si es grave o se prolonga".
Al igual que cuando nace un niño los familiares tienen unos derechos específicos para ausentarse del trabajo, del mismo modo, dijo, "deberían reconocerse unos derechos parecidos" a los parientes del enfermo terminal. "Un mayor respeto de la vida humana individual pasa inevitablemente a través de la solidaridad concreta de todos y cada uno, constituyendo uno de los desafíos más urgentes de nuestro tiempo".
Tras constatar que cada vez es más frecuente encontrar en las grandes ciudades a personas ancianas y solas, "también en los momentos de la enfermedad grave y en proximidad de la muerte", el Santo Padre afirmó que "en esas situaciones, se hacen agudas las presiones de la eutanasia, sobre todo cuando se insinúa una visión utilitarista en relación con la persona". En este contexto, recordó una vez más "la firme y constante condena ética de toda forma de eutanasia directa, según la enseñanza tradicional de la Iglesia".
"El esfuerzo de la sociedad civil y de la comunidad de los creyentes debe orientarse a que todos puedan no solo vivir con dignidad y responsablemente, sino también cruzar el momento de la prueba y de la muerte en la mejor condición de fraternidad y solidaridad, también cuando la muerte se da en una familia pobre o en el lecho de un hospital".
El Santo Padre afirmó que la sociedad tiene que "asegurar el debido apoyo a las familias que quieren atender en casa, durante largos períodos, a enfermos afligidos por patologías degenerativas (tumorales o neurodegenerativas) o necesitados de una asistencia particularmente costosa. (...) La colaboración entre la Iglesia y las instituciones puede ser especialmente importante en estos campos para asegurar la ayuda necesaria a la vida humana en el momento de la fragilidad".
AC/.../PONTIFICIA ACADEMIA VIDA VIS 20080225 (680)
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