CIUDAD DEL VATICANO, 2 OCT 2006 (VIS).-El arzobispo Agostino Marchetto, secretario del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, intervino hoy en Nápoles (Italia) durante la celebración del World Habitat Day (Jornada Mundial de los Asentamientos Humanos), organizada por las Naciones Unidas y cuyo tema este año es: "La ciudad, imán de esperanza". El discurso del arzobispo estuvo dedicado al argumento "Ciudad, encrucijada de culturas y proyecto multicultural".
"La presencia de personas de diferentes culturas que viven en el mismo territorio es cada vez más frecuente", dijo el arzobispo, sobre todo debido "a la aceleración del fenómeno migratorio" hacia las zonas industriales y las metrópolis, y "en general cada nacionalidad representa una cultura que hace que nos encontremos frente a un pluralismo cultural y religioso quizá nunca experimentado hasta ahora".
"¿Cómo es posible desarrollar en esta encrucijada de culturas un proyecto intercultural ligado estrechamente con la humanización de la sociedad?", se preguntó el prelado, y añadió: "Es necesario encontrar el equilibrio entre la identidad propia y el reconocimiento de la ajena", apreciando los valores propios, pero conscientes de que "toda cultura, al ser un producto típicamente humano e históricamente condicionado, implica también límites".
"A veces el relativismo cultural, provocado por la mundialización -dijo-, ha causado (...) conflictos, dando origen a fundamentalismos de todo tipo. Las culturas, sin embargo, por su propia naturaleza, no son rígidas ya que son expresión del actuar de un pueblo en determinadas situaciones y por tanto capaces de moverse a través del conocimiento recíproco, la comparación, la convivencia, la división de valores comunes".
"Por eso, la senda intercultural es obligatoria (...) a la hora de salvaguardar la dimensión humana en un mundo globalizado" y es la "forma educacional privilegiada. (...) La convivencia civil requiere que cada uno sea capaz de acceder al sistema cultural del otro gracias a la "negociación", que no renuncia a la cultura propia, pero busca puntos de convergencia respetando la diversidad legítima".
El segundo argumento abordado por el arzobispo fue el de las personas sin hogar, de las que se ocupa también su dicasterio a través de la Pastoral de la Calle.
"Vivir en la calle -dijo-, al contrario de cuanto se cree, no es a menudo una elección. (...) Los que no tienen casa viven en condición de gran vulnerabilidad" y esta situación "con frecuencia se convierte en el inicio de una pérdida progresiva de los derechos. Es difícil tener asistencia, es casi imposible encontrar trabajo, no se consiguen documentos de identidad".
"Estos pobres (entre los que se encuentran emigrantes, jubilados, parados y enfermos) (...) se convierten en una multitud sin nombre ni voz, incapaz de defenderse o de encontrar recursos para mejorar su futuro. Son personas, en condiciones de necesidad y malestar cuya dignidad no se puede pasar por alto. Por eso, las intervenciones en favor suyo deben ser innovadoras, rompiendo el círculo de la simple respuesta a la necesidad y (...) partiendo de sus capacidades y no de sus carencias".
CON-SM/INTERCULTURA/MARCHETTO VIS 20061002 (470)
"La presencia de personas de diferentes culturas que viven en el mismo territorio es cada vez más frecuente", dijo el arzobispo, sobre todo debido "a la aceleración del fenómeno migratorio" hacia las zonas industriales y las metrópolis, y "en general cada nacionalidad representa una cultura que hace que nos encontremos frente a un pluralismo cultural y religioso quizá nunca experimentado hasta ahora".
"¿Cómo es posible desarrollar en esta encrucijada de culturas un proyecto intercultural ligado estrechamente con la humanización de la sociedad?", se preguntó el prelado, y añadió: "Es necesario encontrar el equilibrio entre la identidad propia y el reconocimiento de la ajena", apreciando los valores propios, pero conscientes de que "toda cultura, al ser un producto típicamente humano e históricamente condicionado, implica también límites".
"A veces el relativismo cultural, provocado por la mundialización -dijo-, ha causado (...) conflictos, dando origen a fundamentalismos de todo tipo. Las culturas, sin embargo, por su propia naturaleza, no son rígidas ya que son expresión del actuar de un pueblo en determinadas situaciones y por tanto capaces de moverse a través del conocimiento recíproco, la comparación, la convivencia, la división de valores comunes".
"Por eso, la senda intercultural es obligatoria (...) a la hora de salvaguardar la dimensión humana en un mundo globalizado" y es la "forma educacional privilegiada. (...) La convivencia civil requiere que cada uno sea capaz de acceder al sistema cultural del otro gracias a la "negociación", que no renuncia a la cultura propia, pero busca puntos de convergencia respetando la diversidad legítima".
El segundo argumento abordado por el arzobispo fue el de las personas sin hogar, de las que se ocupa también su dicasterio a través de la Pastoral de la Calle.
"Vivir en la calle -dijo-, al contrario de cuanto se cree, no es a menudo una elección. (...) Los que no tienen casa viven en condición de gran vulnerabilidad" y esta situación "con frecuencia se convierte en el inicio de una pérdida progresiva de los derechos. Es difícil tener asistencia, es casi imposible encontrar trabajo, no se consiguen documentos de identidad".
"Estos pobres (entre los que se encuentran emigrantes, jubilados, parados y enfermos) (...) se convierten en una multitud sin nombre ni voz, incapaz de defenderse o de encontrar recursos para mejorar su futuro. Son personas, en condiciones de necesidad y malestar cuya dignidad no se puede pasar por alto. Por eso, las intervenciones en favor suyo deben ser innovadoras, rompiendo el círculo de la simple respuesta a la necesidad y (...) partiendo de sus capacidades y no de sus carencias".
CON-SM/INTERCULTURA/MARCHETTO VIS 20061002 (470)
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