Ciudad
del Vaticano, 22 de enero 2016 (Vis).-''Comunicación y
misericordia'', es el título del Mensaje del Papa Francisco para la
50 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebra el
8 de mayo. El mensaje está firmado simbólicamente por el Santo
Padre el domingo 24 de enero de 2016, festividad de San Francisco de
Sales, patrono de los periodistas. Sigue el documento integral:
''El
Año Santo de la Misericordia nos invita a reflexionar sobre la
relación entre la comunicación y la misericordia. En efecto, la
Iglesia, unida a Cristo, encarnación viva de Dios Misericordioso,
está llamada a vivir la misericordia como rasgo distintivo de todo
su ser y actuar. Lo que decimos y cómo lo decimos, cada palabra y
cada gesto debería expresar la compasión, la ternura y el perdón
de Dios para con todos. El amor, por su naturaleza, es comunicación,
lleva a la apertura, no al aislamiento. Y si nuestro corazón y
nuestros gestos están animados por la caridad, por el amor divino,
nuestra comunicación será portadora de la fuerza de Dios.
Como
hijos de Dios estamos llamados a comunicar con todos, sin exclusión.
En particular, es característico del lenguaje y de las acciones de
la Iglesia transmitir misericordia, para tocar el corazón de las
personas y sostenerlas en el camino hacia la plenitud de la vida, que
Jesucristo, enviado por el Padre, ha venido a traer a todos. Se trata
de acoger en nosotros y de difundir a nuestro alrededor el calor de
la Iglesia Madre, de modo que Jesús sea conocido y amado, ese calor
que da contenido a las palabras de la fe y que enciende, en la
predicación y en el testimonio, la ''chispa'' que los hace vivos.
La
comunicación tiene el poder de crear puentes, de favorecer el
encuentro y la inclusión, enriqueciendo de este modo la sociedad. Es
hermoso ver personas que se afanan en elegir con cuidado las
palabras y los gestos para superar las incomprensiones, curar la
memoria herida y construir paz y armonía. Las palabras pueden
construir puentes entre las personas, las familias, los grupos
sociales y los pueblos. Y esto es posible tanto en el mundo físico
como en el digital. Por tanto, que las palabras y las acciones sean
apropiadas para ayudarnos a salir de los círculos viciosos de las
condenas y las venganzas, que siguen enmarañando a individuos y
naciones, y que llevan a expresarse con mensajes de odio. La palabra
del cristiano, sin embargo, se propone hacer crecer la comunión e,
incluso cuando debe condenar con firmeza el mal, trata de no romper
nunca la relación y la comunicación.
Quisiera,
por tanto, invitar a las personas de buena voluntad a descubrir el
poder de la misericordia de sanar las relaciones dañadas y de volver
a llevar paz y armonía a las familias y a las comunidades. Todos
sabemos en qué modo las viejas heridas y los resentimientos que
arrastramos pueden atrapar a las personas e impedirles comunicarse y
reconciliarse. Esto vale también para las relaciones entre los
pueblos. En todos estos casos la misericordia es capaz de activar un
nuevo modo de hablar y dialogar, como tan elocuentemente expresó
Shakespeare: ''La misericordia no es obligatoria, cae como la dulce
lluvia del cielo sobre la tierra que está bajo ella. Es una doble
bendición: bendice al que la concede y al que la recibe''.
Es
deseable que también el lenguaje de la política y de la diplomacia
se deje inspirar por la misericordia, que nunca da nada por perdido.
Hago un llamamiento sobre todo a cuantos tienen responsabilidades
institucionales, políticas y de formar la opinión pública, a que
estén siempre atentos al modo de expresase cuando se refieren a
quien piensa o actúa de forma distinta, o a quienes han cometido
errores. Es fácil ceder a la tentación de aprovechar estas
situaciones y alimentar de ese modo las llamas de la desconfianza,
del miedo, del odio. Se necesita, sin embargo, valentía para
orientar a las personas hacia procesos de reconciliación. Y es
precisamente esa audacia positiva y creativa la que ofrece verdaderas
soluciones a antiguos conflictos así como la oportunidad de realizar
una paz duradera. ''Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia...Bienaventurados los que trabajan por la
paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Cómo
desearía que nuestro modo de comunicar, y también nuestro servicio
de pastores de la Iglesia, nunca expresara el orgullo soberbio del
triunfo sobre el enemigo, ni humillara a quienes la mentalidad del
mundo considera perdedores y material de desecho. La misericordia
puede ayudar a mitigar las adversidades de la vida y a ofrecer calor
a quienes han conocido sólo la frialdad del juicio. Que el estilo de
nuestra comunicación sea tal, que supere la lógica que separa
netamente los pecadores de los justos. Nosotros podemos y debemos
juzgar situaciones de pecado – violencia, corrupción, explotación,
etc. –, pero no podemos juzgar a las personas, porque sólo Dios
puede leer en profundidad sus corazones. Nuestra tarea es amonestar a
quien se equivoca, denunciando la maldad y la injusticia de ciertos
comportamientos, con el fin de liberar a las víctimas y de levantar
al caído. El evangelio de Juan nos recuerda que ''la verdad os hará
libres''. Esta verdad es, en definitiva, Cristo mismo, cuya dulce
misericordia es el modelo para nuestro modo de anunciar la verdad y
condenar la injusticia. Nuestra primordial tarea es afirmar la verdad
con amor. Sólo palabras pronunciadas con amor y acompañadas de
mansedumbre y misericordia tocan los corazones de quienes somos
pecadores. Palabras y gestos duros y moralistas corren el riesgo
hundir más a quienes querríamos conducir a la conversión y a la
libertad, reforzando su sentido de negación y de defensa.
Algunos
piensan que una visión de la sociedad enraizada en la misericordia
es injustificadamente idealista o excesivamente indulgente. Pero
probemos a reflexionar sobre nuestras primeras experiencias de
relación en el seno de la familia. Los padres nos han amado y
apreciado más por lo que somos que por nuestras capacidades y
nuestros éxitos. Los padres quieren naturalmente lo mejor para sus
propios hijos, pero su amor nunca está condicionado por el alcance
de los objetivos. La casa paterna es el lugar donde siempre eres
acogido. Quisiera alentar a todos a pensar en la sociedad humana, no
como un espacio en el que los extraños compiten y buscan prevalecer,
sino más bien como una casa o una familia, donde la puerta está
siempre abierta y en la que sus miembros se acogen mutuamente.
Para
esto es fundamental escuchar. Comunicar significa compartir, y para
compartir se necesita escuchar, acoger. Escuchar es mucho más que
oír. Oír hace referencia al ámbito de la información; escuchar,
sin embargo, evoca la comunicación, y necesita cercanía. La escucha
nos permite asumir la actitud justa, dejando atrás la tranquila
condición de espectadores, usuarios, consumidores. Escuchar
significa también ser capaces de compartir preguntas y dudas, de
recorrer un camino al lado del otro, de liberarse de cualquier
presunción de omnipotencia y de poner humildemente las propias
capacidades y los propios dones al servicio del bien común.
Escuchar
nunca es fácil. A veces es más cómodo fingir ser sordos. Escuchar
significa prestar atención, tener deseo de comprender, de valorar,
respetar, custodiar la palabra del otro. En la escucha se origina una
especie de martirio, un sacrificio de sí mismo en el que se renueva
el gesto realizado por Moisés ante la zarza ardiente: quitarse las
sandalias en el ''terreno sagrado del encuentro con el otro que me
habla''. Saber escuchar es una gracia inmensa, es un don que se ha de
pedir para poder después ejercitarse practicándolo.
También
los correos electrónicos, los mensajes de texto, las redes sociales,
los foros pueden ser formas de comunicación plenamente humanas. No
es la tecnología la que determina si la comunicación es auténtica
o no, sino el corazón del hombre y su capacidad para usar bien los
medios a su disposición. Las redes sociales son capaces de favorecer
las relaciones y de promover el bien de la sociedad, pero también
pueden conducir a una ulterior polarización y división entre las
personas y los grupos. El entorno digital es una plaza, un lugar de
encuentro, donde se puede acariciar o herir, tener una provechosa
discusión o un linchamiento moral. Pido que el Año Jubilar vivido
en la misericordia ''nos haga más abiertos al diálogo para
conocernos y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y
desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación.
También en red se construye una verdadera ciudadanía. El acceso a
las redes digitales lleva consigo una responsabilidad por el otro,
que no vemos pero que es real, tiene una dignidad que debe ser
respetada. La red puede ser bien utilizada para hacer crecer una
sociedad sana y abierta a la puesta en común.
La
comunicación, sus lugares y sus instrumentos han traído consigo un
alargamiento de los horizontes para muchas personas. Esto es un don
de Dios, y es también una gran responsabilidad. Me gusta definir
este poder de la comunicación como ''proximidad''. El encuentro
entre la comunicación y la misericordia es fecundo en la medida en
que genera una proximidad que se hace cargo, consuela, cura, acompaña
y celebra. En un mundo dividido, fragmentado, polarizado, comunicar
con misericordia significa contribuir a la buena, libre y solidaria
cercanía entre los hijos de Dios y los hermanos en humanidad''.
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