Ciudad
del Vaticano, 20 de noviembre de 2015 (Vis).-La Congregación para el
Clero, cuyo prefecto es el cardenal Beniamino Stella, es la promotora
del congreso conmemorativo celebrado en la Universidad Urbaniana
con ocasión del 50° aniversario de la promulgación de los
decretos del Concilio Vaticano ''Optatam totius'' y ''Presbyterorum
ordinis'', dedicados a la formación de los sacerdotes. Con motivo
de la clausura del congreso el Papa ha recibido esta mañana en
audiencia en la Sala Regia a sus participantes, a los que ha dirigido
un discurso del que reproducimos amplios párrafos.
''Dado
que la vocación al sacerdocio es un don que Dios da a algunos para
el bien de todos -ha dicho- permitidme compartir con vosotros
algunas reflexiones, a partir de la relación entre los sacerdotes y
las demás personas, siguiendo el no. 3 de ''Presbyterorum ordinis''
en el que hay un pequeño compendio de teología del sacerdocio,
procedente de la Carta a los Hebreos: "Los sacerdotes están
tomados de entre los hombres y constituidos en favor de los hombres
en las cosas que pertenecen a Dios, para ofrecer dones y sacrificios
por el perdón de los pecados, por lo tanto viven en la tierra con
otros hombres como hermanos entre hermanos". Consideremos estos
tres momentos: "tomados de entre los hombres",
"constituidos en favor de los hombres," presentes "en
medio a los otros hombres."
''El
sacerdote es un hombre nacido en un determinado contexto humano.
Allí comienza a aprender sus primeros valores, absorbe la
espiritualidad del pueblo, se acostumbra a las relaciones....Los
sacerdotes también tienen una historia: no son "setas" que
brotan repentinamente en la catedral el día de su ordenación. Es
importante que los formadores y los mismos lo recuerden y sepan
tener en cuenta esta historia personal a lo largo del camino de la
formación...Un buen sacerdote, por lo tanto, es ante todo un hombre
con su propia humanidad, que conoce su propia historia, con sus
riquezas y sus heridas, y ha aprendido a hacer las paces con ella,
llegando a la serenidad de fondo, propia de un discípulo del Señor.
De ahí que la formación humana sea una necesidad para los
sacerdotes, para que aprendan a no dejarse dominar por sus límites,
sino a aprovechar sus talentos''.
''Nosotros,
los sacerdotes somos apóstoles de la alegría, anunciamos el
Evangelio, es decir la "buena noticia" por excelencia;
ciertamente no somos nosotros los que damos fuerza al Evangelio,
-algunos lo creen- pero
podemos favorecer u obstaculizar el encuentro entre el Evangelio y
las personas. Nuestra humanidad es la "vasija de barro" en
la que guardamos el tesoro de Dios, un recipiente del que debemos
cuidar para transmitir así su precioso contenido''.
''Un
sacerdote no puede perder sus raíces, sigue siendo un hombre del
pueblo y de la cultura que lo han generado; nuestras raíces nos
ayudan a recordar quienes somos y donde Cristo nos ha llamado.
Nosotros, los sacerdotes no caemos del cielo, somos llamados por
Dios, "entre los hombres", para constituirnos "en
favor de los hombres." Este es el segundo paso''.
''Respondiendo
a la llamada de Dios, nos hacemos sacerdotes para servir a nuestros
hermanos y hermanas. Las imágenes de Cristo que tomamos como
referencia para el ministerio de los sacerdotes son claras: Él es el
"Sumo sacerdote", del mismo modo cerca de Dios y cerca de
los hombres; es el "Siervo", que lava los pies y se acerca
a los débiles;es el "Buen Pastor", cuyo fin siempre es el
cuidado del rebaño''.
''Son
las tres imágenes que tenemos que observar cuando pensemos en el
ministerio de los sacerdotes, enviados para servir a los hombres,
para hacerles llegar la misericordia de Dios, para anunciar su
Palabra de vida. No somos sacerdotes para nosotros mismos, y nuestra
santificación está estrechamente ligada a la de nuestro pueblo,
nuestra unción a su unción. Tú
has sido ungido para tu pueblo. Saber y recordar que
estamos "constituidos para el pueblo", pueblo
santo, pueblo de Dios, ayuda a los sacerdotes a no pensar en
sí mismos, a ser autorizados y no autoritarios, firmes pero no
duros, alegres pero no superficiales; en resumen, pastores, no
funcionarios... Me viene en mente
la frase de San Ambrosio, siglo IV: ''Donde hay misericordia está el
espíritu del Señor, donde hay rigidez, están solo sus ministros''.
El ministro sin el Señor se vuelve rígido y esto es un peligro para
el pueblo de Dios''.
''Por
último, lo que nace del pueblo, debe permanecer con el pueblo ; el
sacerdote está siempre "en medio de otros hombres", no es
un profesional de la pastoral o la evangelización, que llega y hace
lo que tiene que hacer – a lo mejor bien, pero como si fuera un
trabajo - y luego se va a vivir una vida independiente . Nos hacemos
sacerdotes para estar entre la gente. El bien que los sacerdotes
pueden hacer nace sobre todo de su proximidad y de un tierno amor
por las personas. No son filántropos ni funcionarios, sino padres y
hermanos''.
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