Ciudad
del Vaticano, 15 de febrero de 2015(Vis).-El Papa Francisco presidió
esta mañana a las 10 en la basílica vaticana la concelebración
eucarística con los cardenales creados en el consistorio de ayer
sábado y con todos los purpurados llegados a Roma en esa ocasión.
En
la homilía que dirigió a los miembros del Colegio Cardenalicio,
partiendo del relato evangélico de la curación del leproso
-marginado, despreciado y abandonado en cuanto ''impuro''- Francisco
instó a los purpurados a seguir la lógica misericordiosa de Jesús
recordándoles que el camino de la Iglesia era ''no sólo acoger y
integrar, con valor evangélico, aquellos que llaman a la puerta,
sino salir, ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos,
manifestándoles gratuitamente aquello que también nosotros hemos
recibido gratuitamente''.
Ofrecemos
a continuación el texto completo de la homilía del Santo Padre:
''Señor,
si quieres, puedes limpiarme…'' Jesús, sintiendo lástima;
extendió la mano y lo tocó diciendo: ''Quiero: queda límpio''. La
compasión de Jesús. Ese padecer con que lo acercaba a cada persona
que sufre. Jesús, se da completamente, se involucra en el dolor y la
necesidad de la gente… simplemente, porque Él sabe y quiere
padecer con, porque tiene un corazón que no se avergüenza de tener
compasión.
''No
podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en
descampado'' . Esto significa que, además de curar al leproso, Jesús
ha tomado sobre sí la marginación que la ley de Moisés imponía .
Jesús no tiene miedo del riesgo que supone asumir el sufrimiento de
otro, pero paga el precio con todas las consecuencias .
La
compasión lleva a Jesús a actuar concretamente: a reintegrar al
marginado. Y éstos son los tres conceptos claves que la Iglesia nos
propone hoy en la liturgia de la palabra: la compasión de Jesús
ante la marginación y su voluntad de integración.
Marginación:
Moisés, tratando jurídicamente la cuestión de los leprosos, pide
que sean alejados y marginados por la comunidad, mientras dure su
mal, y los declara: ''Impuros'' .
Imaginad
cuánto sufrimiento y cuánta vergüenza debía de sentir un leproso:
físicamente, socialmente, psicológicamente y espiritualmente. No es
sólo víctima de una enfermedad, sino que también se siente
culpable, castigado por sus pecados. Es un muerto viviente, como ''si
su padre le hubiera escupido en la cara''.
Además,
el leproso infunde miedo, desprecio, disgusto y por esto viene
abandonado por los propios familiares, evitado por las otras
personas, marginado por la sociedad, es más, la misma sociedad lo
expulsa y lo fuerza a vivir en lugares alejados de los sanos, lo
excluye. Y esto hasta el punto de que si un individuo sano se hubiese
acercado a un leproso, habría sido severamente castigado y, muchas
veces, tratado, a su vez, como un leproso.
Es
verdad, la finalidad de esa norma de comportamiento era la de salvar
a los sanos, proteger a los justos y, para salvaguardarlos de todo
riesgo, marginar el peligro, tratando sin piedad al contagiado. De
aquí, que el Sumo Sacerdote Caifás exclamase: ''Conviene que uno
muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera'' .
Integración:
Jesús revoluciona y sacude fuertemente aquella mentalidad cerrada
por el miedo y recluida en los prejuicios. Él, sin embargo, no
deroga la Ley de Moisés, sino que la lleva a plenitud declarando,
por ejemplo, la ineficacia contraproducente de la ley del talión;
declarando que Dios no se complace en la observancia del Sábado que
desprecia al hombre y lo condena; o cuando ante la mujer pecadora, no
la condena, sino que la salva de la intransigencia de aquellos que
estaban ya preparados para lapidarla sin piedad, pretendiendo aplicar
la Ley de Moisés. Jesús revoluciona también las conciencias en el
Discurso de la montaña abriendo nuevos horizontes para la humanidad
y revelando plenamente la lógica de Dios. La lógica del amor que no
se basa en el miedo sino en la libertad, en la caridad, en el sano
celo y en el deseo salvífico de Dios, Nuestro Salvador, ''que quiere
que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad''.
''Misericordia quiero y no sacrificio''.
Jesús,
nuevo Moisés, ha querido curar al leproso, ha querido tocar, ha
querido reintegrar en la comunidad, sin autolimitarse por los
prejuicios; sin adecuarse a la mentalidad dominante de la gente; sin
preocuparse para nada del contagio. Jesús responde a la súplica del
leproso sin dilación y sin los consabidos aplazamientos para
estudiar la situación y todas sus eventuales consecuencias. Para
Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos,
curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia
de Dios. Y eso escandaliza a algunos.
Y
Jesús no tiene miedo de este tipo de escándalo. Él no piensa en
las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación,
que se escandalizan de cualquier apertura, a cualquier paso que no
entre en sus esquemas mentales o espirituales, a cualquier caricia o
ternura que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza
ritualista. Él ha querido integrar a los marginados, salvar a los
que están fuera del campamento.
Son
dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los
salvados y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy también nos
encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de
los doctores de la ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de
la persona contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia,
abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la
condena en salvación y la exclusión en anuncio.
Estas
dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y
reintegrar. San Pablo, dando cumplimiento al mandamiento del Señor
de llevar el anuncio del Evangelio hasta los extremos confines de la
tierra, escandalizó y encontró una fuerte resistencia y una gran
hostilidad sobre todo de parte de aquellos que exigían una
incondicional observancia de la Ley mosaica, incluso a los paganos
convertidos. También san Pedro fue duramente criticado por la
comunidad cuando entró en la casa de Cornelio, el centurión pagano.
El
camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es
siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la
integración. Esto no quiere decir menospreciar los peligros o hacer
entrar los lobos en el rebaño, sino acoger al hijo pródigo
arrepentido; sanar con determinación y valor las heridas del pecado;
actuar decididamente y no quedarse mirando de forma pasiva el
sufrimiento del mundo. El camino de la Iglesia es el de no condenar a
nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las
personas que la piden con corazón sincero; el camino de la Iglesia
es precisamente el de salir del propio recinto para ir a buscar a los
lejanos en las “periferias” esenciales de la existencia; es el de
adoptar integralmente la lógica de Dios; el de seguir al Maestro que
dice: ''No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he
venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se
conviertan''.
Curando
al leproso, Jesús no hace ningún daño al que está sano, es más,
lo libra del miedo; no lo expone a un peligro sino que le da un
hermano; no desprecia la Ley sino que valora al hombre, para el cual
Dios ha inspirado la Ley. En efecto, Jesús libra a los sanos de la
tentación del ''hermano mayor'' y del peso de la envidia y de la
murmuración de los trabajadores que han soportado el peso de la
jornada y el calor.
En
consecuencia: la caridad no puede ser neutra, aséptica, indiferente,
tibia o imparcial. La caridad contagia, apasiona, arriesga y
compromete. Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida,
incondicional y gratuita . La caridad es creativa en la búsqueda del
lenguaje adecuado para comunicar con aquellos que son considerados
incurables y, por lo tanto, intocables. Encontrar el lenguaje justo…
El contacto es el auténtico lenguaje que transmite, fue el lenguaje
afectivo, el que proporcionó la curación al leproso. ¡Cuántas
curaciones podemos realizar y transmitir aprendiendo este lenguaje
del contacto! Era un leproso y se ha hay convertido en mensajero del
amor de Dios. Dice el Evangelio: ''Pero cuando se fue, empezó a
pregonar bien alto y a divulgar el hecho'' .
Queridos
nuevos Cardenales, ésta es la lógica de Jesús, éste es el camino
de la Iglesia: no sólo acoger y integrar, con valor evangélico,
aquellos que llaman a la puerta, sino salir, ir a buscar, sin
prejuicios y sin miedos, a los lejanos, manifestándoles
gratuitamente aquello que también nosotros hemos recibido
gratuitamente. ''Quien dice que permanece en Él debe caminar como Él
caminó'' . ¡La disponibilidad total para servir a los demás es
nuestro signo distintivo, es nuestro único título de honor!
Pensadlo
bien en estos días en los que habéis recibido el título
cardenalicio. En esta Eucaristía que nos reúne entorno al altar,
invocamos Invoquemos la intercesión de María, Madre de la Iglesia,
que sufrió en primera persona la marginación causada por las
calumnias y el exilio , para que nos conceda el ser siervos fieles
de Dios. Ella, que es la Madre, nos enseñe a no tener miedo de
acoger con ternura a los marginados; a no tener miedo de la ternura.
Cuántas veces tenemos miedo de la ternura. Que Ella nos enseñe a no
tener miedo de la ternura y de la compasión; nos revista de
paciencia para acompañarlos en su camino, sin buscar los resultados
del éxito mundano; nos muestre a Jesús y nos haga caminar como Él.
Queridos
hermanos nuevos Cardenales, mirando a Jesús y a nuestra Madre María,
os exhorto a servir a la Iglesia, en modo tal que los cristianos –
edificados por nuestro testimonio – no tengan la tentación de
estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en
una casta que nada tiene de auténticamente eclesial. Os invito a
servir a Jesús crucificado en toda persona marginada, por el motivo
que sea; a ver al Señor en cada persona excluida que tiene hambre,
que tiene sed, que está desnuda; al Señor que está presente
también en aquellos que han perdido la fe, o que, alejados, no viven
la propia fe, o que se declaran ateos; al Señor que está en la
cárcel, que está enfermo, que no tiene trabajo, que es perseguido;
al Señor que está en el leproso – de cuerpo o de alma -, que está
discriminado. No descubrimos al Señor, si no acogemos auténticamente
al marginado. Recordemos siempre la imagen de san Francisco que no
tuvo ha tenido miedo de abrazar al leproso y de acoger a aquellos que
sufren cualquier tipo de marginación. En realidad, queridos
hermanos, sobre el evangelio de los marginados, se juega y se
descubre y se revela nuestra credibilidad”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario