Ciudad
del Vaticano, 12 enero 2015
(VIS).-El Santo Padre ha encontrado esta mañana en la Sala
Clementina a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la
Santa Sede para el tradicional intercambio de saludos al inicio del
nuevo año. Francisco agradeció al decano de los embajadores,
Jean-Claude Michel, representante de Mónaco, el compromiso del
Cuerpo por favorecer e incrementar, en espíritu de colaboración
recíproca, las relaciones de los países y las organizaciones
internacionales que representan con la Santa Sede y que en este
último año, se han seguido consolidando, ya sea mediante el aumento
del número de Embajadores residentes en Roma, o mediante la firma de
nuevos Acuerdos bilaterales de carácter general, como el rubricado
en enero con Camerún, y de interés específico, como los firmados
con Malta y Serbia.
En
el discurso que dirigió a los diplomáticos, Francisco examinó la
situación internacional bajo la doble óptica de la esperanza de paz
y la dimensión del rechazo, tanto personal como social, que ''acaba
por deshacer y disgregar toda la sociedad y generar violencia y
muerte''. El Papa citó entre otros eventos dramáticos la masacre de
cien niños en Paquistán, la confrontación en Ucrania, la tensión
constante en Oriente Medio, los recientes atentados en París, la
violencia contra la población en Nigeria, los conflictos de carácter
civil en Libia, República Centroafricana, Sudán del Sur, la
República Democrática del Congo y subrayó que las guerras llevan
consigo el horrible crimen de la violación de las mujeres. No olvidó
la condición de los enfermos del virus ébola, ni el problema de los
inmigrantes y refugiados ni tampoco la falta de ayuda a las familias.
Sin embargo, el Pontífice no quiso que el panorama estuviese
dominado por el pesimismo y recordó el resurgir de Albania, los
frutos del diálogo ecuménico en Turquía, las expectativas de
Jordania y Líbano, la decisión de Estados Unidos y Cuba de poner
fin al silencio recíproco, las transformaciones en Burkina Faso, los
esfuerzos por la paz estable en Colombia y Venezuela, la decisión de
Estados Unidos de cerrar la cárcel de Guantánamo y, al final,
manifestó el deseo de que en 2015 se adopten los Objetivos de
Desarrollo Sostenible y se elabore un nuevo Acuerdo sobre el clima.
Ofrecemos
a continuación el texto del discurso del Papa Francisco:
''Me
gustaría hacer resonar hoy con fuerza una palabra que a nosotros nos
gusta mucho: paz. La anuncian los ángeles en la noche de la Navidad
como don precioso de Dios y, al mismo tiempo, como responsabilidad
personal y social que reclama nuestra solicitud y diligencia. Pero,
junto a la paz, la Navidad nos habla también de otra dramática
realidad: el rechazo. En algunas representaciones iconográficas,
tanto de Occidente como de Oriente –pienso, por ejemplo, en el
espléndido icono de la Natividad de Andréi Rubliov–, el Niño
Jesús no aparece recostado en una cuna sino en un sepulcro. Esta
imagen, que pretende unir las dos fiestas cristianas principales –la
Navidad y la Pascua–, indica que, junto a la acogida gozosa del
recién nacido, está también todo el drama que sufre Jesús,
despreciado y rechazado hasta la muerte en Cruz''.
Los
mismos relatos de Navidad nos permiten ver el corazón endurecido de
la humanidad, a la que le cuesta acoger al Niño. Desde el primer
momento es rechazado, dejado fuera, al frío, obligado a nacer en un
establo porque no había sitio en la posada . Y, si así ha sido
tratado el Hijo de Dios, ¡cuánto más lo son tantos hermanos y
hermanas nuestros! Hay un tipo de rechazo que nos afecta a todos, que
nos lleva a no ver al prójimo como a un hermano al que acoger, sino
a dejarlo fuera de nuestro horizonte personal de vida, a
transformarlo más bien en un adversario, en un súbdito al que
dominar. Esa es la mentalidad que genera la cultura del descarte que
no respeta nada ni a nadie: desde los animales a los seres humanos, e
incluso al mismo Dios. De ahí nace la humanidad herida y
continuamente dividida por tensiones y conflictos de todo tipo.
En
los relatos evangélicos de la infancia, es emblemático en este
sentido el rey Herodes, que viendo amenazada su autoridad por el Niño
Jesús, hizo matar a todos los niños de Belén. La mente vuela
enseguida a Paquistán, donde hace un mes fueron asesinados cien
niños con una crueldad inaudita. Deseo expresar de nuevo mi pésame
a sus familias y asegurarles mi oración por los muchos inocentes que
han perdido la vida.
Así
pues, a la dimensión personal del rechazo, se une inevitablemente la
dimensión social: una cultura que rechaza al otro, que destruye los
vínculos más íntimos y auténticos, acaba por deshacer y disgregar
toda la sociedad y generar violencia y muerte. Lo podemos comprobar
lamentablemente en numerosos acontecimientos diarios, entre los
cuales la trágica masacre que ha tenido lugar en París estos
últimos días. Los otros ''ya no se ven como seres de la misma
dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como
objetos'' . Y el ser humano libre se convierte en esclavo, ya sea de
las modas, del poder, del dinero, incluso a veces de formas
tergiversadas de religión. Sobre estos peligros, he pretendido
alertar en el Mensaje de la pasada Jornada Mundial de la Paz,
dedicado al problema de las numerosas esclavitudes modernas. Todas
ellas nacen de un corazón corrompido, incapaz de ver y de hacer el
bien, de procurar la paz.
Constatamos
con dolor las dramáticas consecuencias de esta mentalidad de rechazo
y de la ''cultura de la esclavitud''en la constante proliferación de
conflictos. Como una auténtica guerra mundial combatida por partes,
se extienden, con modalidades e intensidad diversas, a diferentes
zonas del planeta, como en la vecina Ucrania, convertida en un
dramático escenario de confrontación y para la que deseo que,
mediante el diálogo, se consoliden los esfuerzos que se están
realizando para que cese la hostilidad, y las partes implicadas
emprendan cuanto antes, con un renovado espíritu de respeto a la
legalidad internacional, un sincero camino de confianza mutua y de
reconciliación fraterna que permita superar la crisis actual.
Mi
pensamiento se dirige, sobre todo, a Oriente Medio, comenzando por la
amada tierra de Jesús, que he tenido la alegría de visitar el
pasado mes de mayo y a la que no nos cansaremos nunca de desear la
paz. Así lo hicimos, con extraordinaria intensidad, junto al
entonces Presidente israelí, Shimon Peres, y al Presidente
palestino, Mahmud Abbas, con la esperanza firme de que se puedan
retomar las negociaciones entre las dos partes, para que cese la
violencia y se alcance una solución que permita, tanto al pueblo
palestino como al israelí, vivir finalmente en paz, dentro de unas
fronteras claramente establecidas y reconocidas internacionalmente,
de modo que ''la solución de dos Estados'' se haga efectiva.
Desgraciadamente,
Oriente Medio sufre otros conflictos, que se arrastran ya durante
demasiado tiempo y cuyas manifestaciones son escalofriantes también
a causa de la propagación del terrorismo de carácter
fundamentalista en Siria e Iraq. Este fenómeno es consecuencia de la
cultura del descarte aplicada a Dios. De hecho, el fundamentalismo
religioso, antes incluso de descartar a seres humanos perpetrando
horrendas masacres, rechaza a Dios, relegándolo a mero pretexto
ideológico. Ante esta injusta agresión, que afecta también a los
cristianos y a otros grupos étnicos de la Región,–los yazidíes,
por ejemplo– es necesaria una respuesta unánime que, en el marco
del derecho internacional, impida que se propague la violencia,
restablezca la concordia y sane las profundas heridas que han
provocado los incesantes conflictos. Aprovecho esta oportunidad para
hacer un llamamiento a toda la comunidad internacional, así como a
cada uno de los gobiernos implicados, para que adopten medidas
concretas en favor de la paz y la defensa de cuantos sufren las
consecuencias de la guerra y de la persecución y se ven obligados a
abandonar sus casas y su patria. Con una carta enviada poco antes de
la Navidad, he querido manifestar personalmente mi cercanía y
asegurar mi oración a todas las comunidades cristianas de Oriente
Medio, que dan un testimonio valioso de fe y coraje, y tienen un
papel fundamental como artífices de paz, de reconciliación y de
desarrollo en las sociedades civiles de las que forman parte. Un
Oriente Medio sin cristianos sería un Oriente Medio desfigurado y
mutilado. A la vez que pido a la comunidad internacional que no sea
indiferente ante esta situación, espero que los dirigentes
religiosos, políticos e intelectuales, especialmente musulmanes,
condenen cualquier interpretación fundamentalista y extremista de la
religión, que pretenda justificar tales actos de violencia.
En
otras partes del mundo, tampoco faltan parecidas formas de crueldad,
que con frecuencia generan víctimas entre los más pequeños e
indefensos. Pienso especialmente en Nigeria, donde no cesa la
violencia que sufre indiscriminadamente la población, y crece cada
vez más el trágico fenómeno de los secuestros de personas, a
menudo jóvenes raptadas para ser objeto de trata. ¡Es un tráfico
execrable que no puede continuar! Una plaga que hay que arrancar y
que afecta a todos, desde las familias a la comunidad mundial .
Sigo
también con preocupación los no pocos conflictos de carácter civil
que afectan a otras partes de África, como Libia, devastada por una
larga guerra intestina que causa incontables sufrimientos entre la
población y tiene graves repercusiones en el delicado equilibrio de
la Región. Pienso en la dramática situación de la República
Centroafricana, en la que constatamos con dolor cómo la buena
voluntad que ha animado los trabajos de quienes quieren construir un
futuro de paz, seguridad y prosperidad, encuentra resistencias e
intereses egoístas de parte que ponen en peligro las expectativas de
un pueblo que ha sufrido tanto y desea construir libremente su
futuro. Particularmente preocupante es también la situación de
Sudán del Sur y algunas regiones de Sudán, del Cuerno de África y
de la República Democrática del Congo, donde no deja de aumentar el
número de víctimas entre la población civil, y miles de personas,
muchas de ellas mujeres y niños, se ven obligadas a huir y a vivir
en condiciones de extrema necesidad. A este respecto, espero que los
gobiernos y la comunidad internacional lleguen a un compromiso común
para que se ponga fin a todo tipo de lucha, de odio y de violencia y
se apueste por la reconciliación, la paz y la defensa de la dignidad
transcendente de la persona.
No
podemos olvidar que las guerras llevan consigo otro horrible crimen:
la violación. Se trata de una ofensa gravísima a la dignidad de la
mujer, que no sólo es deshonrada en la intimidad de su cuerpo, sino
también en su alma, con un trauma que difícilmente desaparecerá y
cuyas consecuencias son también de carácter social.
Lamentablemente, se constata que también allí donde no hay guerras,
muchas mujeres sufren violencia hoy.
Todos
los conflictos bélicos son la manifestación más clara de la
cultura del descarte, pues, en ellos, las vidas son deliberadamente
pisoteadas por quien ostenta la fuerza. Existen, sin embargo, formas
más sutiles y veladas de rechazo, que alimentan también esa
cultura. Pienso sobre todo en los enfermos, aislados y marginados,
como los leprosos de los que habla el Evangelio. Entre los leprosos
de nuestro tiempo están también los afectados por esta nueva y
tremenda epidemia del Ébola, que, especialmente en Liberia, Sierra
Leona y Guinea, ha acabado con más de seis mil vidas. Quiero
reconocer y agradecer hoy públicamente el trabajo de los agentes
sanitarios que, junto a religiosos y voluntarios, prestan todos los
cuidados posibles a los enfermos y a sus familiares, sobre todo a los
niños que se han quedado huérfanos. Al mismo tiempo, hago de nuevo
un llamamiento a la comunidad internacional para que se asegure una
adecuada asistencia humanitaria a los pacientes y hagan un esfuerzo
común por erradicar el virus.
A
la lista de las vidas descartadas a causa de las guerras y de las
enfermedades, hay que añadir las de los numerosos desplazados y
refugiados. También en este caso podemos sacar luz de la infancia de
Jesús, que es testigo de otra forma de cultura del descarte que
rompe las relaciones y ''deshace'' la sociedad. Efectivamente, ante
la crueldad de Herodes, la Sagrada Familia se ve obligada a huir a
Egipto, de donde regresará unos años más tarde . Las situaciones
de conflicto que acabamos de describir provocan con frecuencia la
huida de miles de personas de su lugar de origen. A veces ni siquiera
en busca de un futuro mejor, sino simplemente de un futuro, porque
permanecer en su patria puede significar una muerte segura. ¿Cuántas
personas pierden la vida en viajes inhumanos, sometidas a vejaciones
por parte de auténticos verdugos, ávidos de dinero? Ya me referí a
esto en mi reciente visita al Parlamento Europeo, indicando que ''no
se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran
cementerio'' . Hay también otro dato alarmante: muchos emigrantes,
sobre todo en América, son niños solos, más expuestos a los
peligros y necesitados de mayor atención, cuidados y protección.
Cuando
llegan sin documentos a lugares desconocidos, cuya lengua no hablan,
es difícil para los inmigrantes situarse y encontrar trabajo. Además
de los peligros de la huida, tienen que afrontar también el drama
del rechazo. Es necesario un cambio de actitud: pasar de la
indiferencia y del miedo a una sincera aceptación del otro. Esto
requiere naturalmente ''poner en práctica legislaciones adecuadas
que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos y de
garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes'' (ibid.). A
la vez que expreso mi agradecimiento a cuantos, incluso a costa de su
propia vida, se dedican a prestar asistencia a los refugiados y a los
inmigrantes, exhorto tanto a los Estados como a las Organizaciones
internacionales a actuar decididamente para resolver estas graves
situaciones humanitarias y prestar la ayuda necesaria a los países
de origen de los inmigrantes para favorecer su desarrollo
socio-político y la superación de los conflictos internos, que son
la causa principal de este fenómeno. ''Es necesario actuar sobre las
causas y no solamente sobre los efectos''. Además, esto consentirá
a los inmigrantes volver un día a su patria y contribuir a su
crecimiento y desarrollo.
Junto
a los inmigrantes, a los desplazados y a los refugiados, hay también
tantos ''exiliados ocultos'', que viven en el seno de nuestras casas
y en nuestras mismas familias. Me refiero a los ancianos y a los
discapacitados, y también a los jóvenes. Los primeros son
rechazados cuando se convierten en un peso y en ''presencias que
estorban'', mientras que los últimos son descartados porque se les
niega la posibilidad de trabajar para forjarse su propio futuro. No
existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la
dignidad del trabajo , y que convierte el trabajo en una forma de
esclavitud. Ya me referí a esto en un reciente encuentro con los
Movimientos populares, que están fuertemente comprometidos en la
búsqueda de soluciones adecuadas a algunos problemas de nuestro
tiempo, como la plaga cada vez más extendida del desempleo juvenil y
del trabajo negro, y el drama de tantos trabajadores, especialmente
niños, explotados por codicia. Todo esto es contrario a la dignidad
humana y es fruto de una mentalidad que pone en el centro el dinero,
los beneficios y los intereses económicos en detrimento del hombre.
No
pocas veces, la misma familia es objeto de descarte, a causa de una
cada vez más extendida cultura individualista y egoísta que anula
los vínculos y tiende a favorecer el dramático fenómeno de la
disminución de la natalidad, así como de leyes que privilegian
diversas formas de convivencia en lugar de sostener adecuadamente a
la familia por el bien de toda la sociedad.
Una
de las causas de estos fenómenos es esa globalización uniformante
que descarta incluso a las culturas, acabando así con los factores
propios de la identidad de cada pueblo que constituyen la herencia
imprescindible para un sano desarrollo social. En un mundo uniformado
y carente de identidad, es fácil percibir el drama y la frustración
de tantas personas, que han perdido literalmente el sentido de la
vida. Este drama se ve agravado por la persistente crisis económica,
que provoca desconfianza y favorece la conflictividad social. He
podido notar sus consecuencias incluso aquí en Roma, donde me he
encontrado con muchas personas que viven situaciones difíciles, y en
los diversos viajes realizados en Italia.
Precisamente
a la querida nación italiana quiero dedicarle unas palabras llenas
de esperanza para que, en el continuo clima de incertidumbre social,
política y económica, el pueblo italiano no ceda al desaliento y a
la tentación del enfrentamiento, sino que redescubra los valores de
la atención recíproca y la solidaridad sobre los que se funda su
cultura y su convivencia ciudadana, y que son fuente de confianza
tanto en el prójimo como en el futuro, sobre todo para los jóvenes.
Pensando
en la juventud, deseo mencionar mi viaje a Corea, donde, el pasado
mes de agosto, me encontré con miles de jóvenes en la VI Jornada
Mundial de la Juventud Asiática y donde recordé que es necesario
valorar a los jóvenes, ''intentando transmitirles el legado del
pasado aplicándolo a los retos del presente''. Para eso, es
necesario reflexionar ''sobre el modo adecuado de transmitir nuestros
valores a la siguiente generación y sobre el tipo de mundo y
sociedad que estamos construyendo para ellos''.
Esta
tarde tendré la alegría de volver a Asia, para visitar Sri Lanka y
Filipinas, y mostrar así el interés y la solicitud pastoral con que
sigo los acontecimientos de los pueblos de ese vasto continente. A
ellos y a sus gobiernos, deseo manifestarles una vez más el deseo de
la Santa Sede de contribuir al bien común, a la armonía y a la
concordia social. Especialmente, espero que se retome el diálogo
entre las dos Coreas, países hermanos, que hablan la misma lengua.
Al
inicio del nuevo año, no queremos, sin embargo, que nuestra mirada
quede dominada por el pesimismo, los defectos y las deficiencias de
nuestro tiempo. Queremos también dar las gracias a Dios por lo que
nos ha dado, por los beneficios que nos ha dispensado, por los
diálogos y los encuentros que nos ha concedido y por algunos frutos
de paz que nos ha dado la alegría de saborear.
Una
clara demostración de que la cultura del encuentro es posible, la he
experimentado durante mi visita a Albania, una nación llena de
jóvenes, que son esperanza de futuro. A pesar de las heridas de su
historia reciente, el país se caracteriza por ''la convivencia
pacífica y la colaboración entre los que pertenecen a diversas
religiones'', en un clima de respeto y confianza recíproca entre
católicos, ortodoxos y musulmanes. Es un signo importante de que la
fe sincera en Dios abre al otro, genera diálogo y contribuye al
bien, mientras que la violencia nace siempre de una mistificación de
la religión, tomada como pretexto para proyectos ideológicos que
tienen como único objetivo el dominio del hombre sobre el hombre.
Asimismo, en el reciente viaje a Turquía, puente histórico entre
Oriente y Occidente, he podido constatar los frutos del diálogo
ecuménico e interreligioso, además del compromiso a favor de los
refugiados provenientes de otros países de Oriente Medio. He
encontrado este mismo espíritu de acogida en Jordania, país que
visité al inicio de mi peregrinación a Tierra Santa, así como en
los testimonios que me llegan del Líbano, al que deseo que pueda
superar las dificultades políticas actuales.
Un
ejemplo que aprecio particularmente de cómo el diálogo puede
verdaderamente edificar y construir puentes es la reciente decisión
de los Estados Unidos de América y Cuba de poner fin a un silencio
recíproco que ha durado medio siglo y de acercarse por el bien de
sus ciudadanos. En este mismo sentido, dirijo un pensamiento al
pueblo de Burkina Faso, que está pasando por un período de
importantes transformaciones políticas e institucionales, para que
un renovado espíritu de colaboración pueda contribuir al desarrollo
de una sociedad más justa y fraterna. Quiero destacar también con
satisfacción la firma, el paso mes de mayo, del Acuerdo que pone fin
a largos años de tensión en Filipinas. Igualmente, animo los
esfuerzos realizados para lograr una paz estable en Colombia, así
como las iniciativas encaminadas a restablecer la concordia en la
vida política y social de Venezuela. Sin olvidar los esfuerzos
realizados hasta el momento, espero que se pueda llegar cuanto antes
a un entendimiento definitivo entre Irán y el así llamado Grupo
5+1, sobre el uso de la energía nuclear para fines pacíficos. Me
llena de satisfacción también la decisión de los Estados Unidos de
cerrar la cárcel de Guantánamo, para lo cual algunos países han
manifestado generosamente su disponibilidad para acoger a los presos,
lo cual les agradezco de corazón.Finalmente, deseo expresar mi
reconocimiento y animar a todos aquellos países que están
comprometidos activamente en la consecución del desarrollo humano,
la estabilidad política y la convivencia civil entre sus ciudadanos.
El
6 de agosto de 1945, la humanidad asistía a una de las catástrofes
más tremendas de su historia. De un modo nuevo y sin precedentes, el
mundo experimentaba hasta qué punto podía llegar el poder
destructivo del hombre. De las cenizas de aquella terrible tragedia
que ha sido la segunda Guerra mundial surgió una voluntad nueva de
diálogo y de encuentro entre las naciones que dio vida a la
Organización de las Naciones Unidas, cuyo 70º Aniversario
celebraremos este año. En la visita que realizó al Palacio de
Cristal mi predecesor, el Beato Pablo VI, hace ya cincuenta años,
recordaba que ''la sangre de millones de hombres, que sufrimientos
inauditos e innumerables, que masacres inútiles y ruinas espantosas
sancionan el pacto que les une en un juramento que debe cambiar la
historia futura del mundo. ¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás
guerra! Es la paz, la paz, la que debe guiar el destino de los
pueblos y de toda la humanidad''.
También
yo pido lo mismo para el nuevo año, en el que además culminarán
dos importantes procesos: la redacción de la Agencia del Desarrollo
post-2015, con la adopción de los Objetivos del desarrollo
sostenible, y la elaboración de un nuevo Acuerdo sobre el clima, que
es algo urgente. Su condición indispensable es la paz, que proviene
de la conversión del corazón, antes incluso que del final de las
guerras.
Con
estos sentimientos, les deseo de nuevo a cada uno de ustedes, a sus
familias y a sus conciudadanos, un año 2015 de esperanza y de paz''.
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