Ciudad
del Vaticano, 14 de septiembre de 2014 (VIS).-El Papa Francisco ha
celebrado esta mañana el matrimonio de veinte parejas de la diócesis
de la que es obispo, Roma, durante una misa celebrada en la basílica
de San Pedro. Han concelebrado el cardenal vicario de Roma, Agostino
Vallini y el arzobispo Filippo Iannone, viceregente y director del
Centro para la Pastoral Familiar de la diócesis.
Las
parejas que hoy ha casado el Papa, como informa en un comunicado el
Vicariato de Roma, son parejas como tantas, con noviazgos más o
menos largos: hay algunos que ya conviven, otros que tienen hijos,
algunos que se han conocido en la parroquia.. La pareja más joven
era la de dos personas nacidas respectivamente en 1986 y en 1989 y
los más mayores habían nacido en 1958 y en 1965.
En
su homilía el Santo Padre, sirviéndose del relato bíblico que
narra el cansancio del pueblo de Israel en el desierto por la larga
travesía, hablo del matrimonio como un camino de vida con sus luces
y sombras, durante el cual la misericordia y la gracia de Cristo
pueden regenerar y encauzar la vida conyugal y familiar.
''La
prima Lectura -dijo- nos habla del camino del pueblo en el desierto.
Pensemos en aquella gente en marcha, siguiendo a Moisés; eran sobre
todo familias: padres, madres, hijos, abuelos; hombres y mujeres de
todas las edades, muchos niños, con los ancianos que avanzaban con
dificultad… Este pueblo nos lleva a pensar en la Iglesia en camino
por el desierto del mundo actual, nos lleva a pensar en el Pueblo de
Dios, compuesto en su mayor parte por familias.
Y
nos hace pensar también en las familias, nuestras familias, en
camino por los derroteros de la vida, por las vicisitudes de cada
día… Es incalculable la fuerza, la carga de humanidad que hay en
una familia: la ayuda mutua, la educación de los hijos, las
relaciones que maduran a medida que crecen las personas, las alegrías
y las dificultades compartidas… En efecto, las familias son el
primer lugar en que nos formamos como personas y, al mismo tiempo,
son los “adobes” para la construcción de la sociedad.
Volvamos
al texto bíblico. En un momento dado, ''el pueblo estaba extenuado
del camino'' . Estaban cansados, no tenían agua y comían sólo
“maná”, un alimento milagroso, dado por Dios, pero que, en aquel
momento de crisis, les parecía demasiado poco. Y entonces se
quejaron y protestaron contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué
nos habéis sacado…?”. Es la tentación de volver atrás, de
abandonar el camino.
Esto
me lleva a pensar en las parejas de esposos que “se sienten
extenuadas del camino”, del camino de la vida conyugal y familiar.
El cansancio del camino se convierte en agotamiento interior; pierden
el gusto del Matrimonio, no encuentran ya en el Sacramento la fuente
de agua. La vida cotidiana se hace pesada, y muchas veces “da
náusea”. En ese momento de desorientación –dice la Biblia–,
llegaron serpientes venenosas que mordían a la gente, y muchos
murieron. Esto provocó el arrepentimiento del pueblo, que pidió
perdón a Moisés y le suplicó que rogase al Señor que apartase las
serpientes. Moisés rezó al Señor y Él dio el remedio: una
serpiente de bronce sobre un estandarte; quien la mire, quedará sano
del veneno mortal de las serpientes.
¿Qué
significa este símbolo? Dios no acaba con las serpientes, sino que
da un “antídoto”: mediante esa serpiente de bronce, hecha por
Moisés, Dios comunica su fuerza de curación, fuerza de curación
que es su misericordia, más fuerte que el veneno del tentador.
Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, se identificó con este
símbolo: el Padre, por amor, lo ha “entregado” a Él, el Hijo
Unigénito, a los hombres para que tengan vida ; y este amor inmenso
del Padre lleva al Hijo, a Jesús, a hacerse hombre, a hacerse
siervo, a morir por nosotros y a morir en una cruz; por eso el Padre
lo ha resucitado y le ha dado poder sobre todo el universo. Así se
expresa el himno de la Carta de San Pablo a los Filipenses . Quien
confía en Jesús crucificado recibe la misericordia de Dios que cura
del veneno mortal del pecado.
El
remedio que Dios da al pueblo -finalizó- vale también,
especialmente, para los esposos que, “extenuados del camino”,
sienten la tentación del desánimo, de la infidelidad, de mirar
atrás, del abandono… También a ellos Dios Padre les entrega a su
Hijo Jesús, no para condenarlos, sino para salvarlos: si confían en
Él, los cura con el amor misericordioso que brota de su Cruz, con la
fuerza de una gracia que regenera y encauza de nuevo la vida conyugal
y familiar.''.
El
amor de Jesús, que ha bendecido y consagrado la unión de los
esposos, es capaz de mantener su amor y de renovarlo cuando
humanamente se pierde, se hiere, se agota. El amor de Cristo puede
devolver a los esposos la alegría de caminar juntos; porque eso es
el matrimonio: un camino en común de un hombre y una mujer, en el
que el hombre tiene la misión de ayudar a su mujer a ser mejor
mujer, y la mujer tiene la misión de ayudar a su marido a ser mejor
hombre. Ésta es vuestra misión entre vosotros. “Te amo, y por eso
te hago mejor mujer”; “te amo, y por eso te hago mejor hombre”.
Es la reciprocidad de la diferencia. No es un camino llano, sin
problemas, no, no sería humano. Es un viaje comprometido, a veces
difícil, a veces complicado, pero así es la vida. Y en el marco de
esta teología que nos ofrece la Palabra de Dios sobre el pueblo que
camina, también sobre las familias en camino, sobre los esposos en
camino, un pequeño consejo. Es normal que los esposos discutan. Es
normal. Siempre se ha hecho. Pero os doy un consejo: que vuestras
jornadas jamás terminen sin hacer las paces. Jamás. Basta un
pequeño gesto. Y de este modo se sigue caminando. El matrimonio es
símbolo de la vida, de la vida real, no es una “novela”. Es
sacramento del amor de Cristo y de la Iglesia, un amor que encuentra
en la Cruz su prueba y su garantía. Os deseo, a todos vosotros, un
hermoso camino: un camino fecundo; que el amor crezca. Deseo que
seáis felices. No faltarán las cruces, no faltarán. Pero el Señor
estará allí para ayudaros a avanzar. Que el Señor os bendiga''.
No hay comentarios:
Publicar un comentario