Ciudad
del Vaticano, 6 enero 2014 (VIS).- Hoy
lunes, solemnidad de la Epifanía del Señor, el Papa Francisco
celebró la Santa Misa en la Basílica Vaticana. Después de la
proclamación del Santo Evangelio y del anuncio del día de Pascua,
que este año se celebra el 20 de abril, el Pontéfice pronunció la
homilía.
El
Santo Padre habló de la expresión
“Lumen requirunt lumine”, que se refiere a la experiencia de los
Magos: siguiendo una luz, buscan la Luz. “La estrella que aparece
en el cielo enciende en su mente y en su corazón una luz que los
lleva a buscar la gran Luz de Cristo. Los Magos siguen fielmente
aquella luz que los ilumina interiormente y encuentran al Señor”.
“En
este recorrido que hacen los Magos de Oriente -continuó el Papá-
está simbolizado el destino de todo hombre: nuestra vida es un
camino, iluminados por luces que nos permiten entrever el sendero,
hasta encontrar la plenitud de la verdad y del amor, que nosotros
cristianos reconocemos en Jesús, Luz del mundo. Y todo hombre, como
los Magos, tiene a disposición dos grandes “libros” de los que
sacar los signos para orientarse en su peregrinación: el libro de la
creación y el libro de las Sagradas Escrituras. Lo importante es
estar atentos, vigilantes, escuchar a Dios que nos habla”.
“Nos
dice el Evangelio que los Magos, cuando llegaron a Jerusalén, de
momento perdieron de vista la estrella. No la veían. En especial, su
luz falta en el palacio del rey Herodes: aquella mansión es
tenebrosa, en ella reinan la oscuridad, la desconfianza, el miedo, la
envidia. De hecho, Herodes se muestra receloso e inquieto por el
nacimiento de un frágil Niño, al que ve como un rival. En realidad,
Jesús no ha venido a derrocarlo a él, ridículo fantoche, sino al
Príncipe de este mundo. Sin embargo, el rey y sus consejeros sienten
que el entramado de su poder se resquebraja, temen que cambien las
reglas de juego, que las apariencias queden desenmascaradas. Todo un
mundo edificado sobre el poder, el prestigio, el tener la corrupción,
entra en crisis por un Niño. Y Herodes llega incluso a matar a los
niños”.
“Los
Magos consiguieron superar aquel momento crítico de oscuridad en el
palacio de Herodes, porque creyeron en las Escrituras, en la palabra
de los profetas que señalaba Belén como el lugar donde había de
nacer el Mesías. Así escaparon al letargo de la noche del mundo,
reemprendieron su camino y de pronto vieron nuevamente la estrella, y
el Evangelio dice que se llenaron de inmensa alegría”.
“Un
aspecto de la luz que nos guía en el camino de la fe es también la
santa “astucia”. Es también una virtud, la santa “astucia”.
Se trata de esa sagacidad espiritual que nos permite reconocer los
peligros y evitarlos. Los Magos supieron usar esta luz de “astucia”
cuando, de regreso a su tierra, decidieron no pasar por el palacio
tenebroso de Herodes, sino marchar por otro camino. Estos sabios
venidos de Oriente nos enseñan a no caer en las asechanzas de las
tinieblas y a defendernos de la oscuridad que pretende cubrir nuestra
vida. Ellos, con esta santa “astucia”, han
protegido la fe. Y también nosotros debemos proteger la fe.
Protegerla de esa oscuridad. Esa oscuridad que a menudo se disfraza
incluso de luz. Porque el demonio, dice san Pablo, muchas veces se
viste de ángel de luz. Y entonces es necesaria la santa “astucia”,
para proteger la fe, protegerla de los cantos de las sirenas, que te
dicen: «Mira, hoy debemos hacer esto, aquello…» Pero la fe es una
gracia, es un don. Y a nosotros nos corresponde protegerla con la
santa “astucia”, con la oración, con el amor, con la caridad.
Es necesario acoger en nuestro corazón la luz de Dios y, al mismo
tiempo, practicar aquella astucia espiritual que sabe armonizar la
sencillez con la sagacidad, como Jesús pide a sus discípulos: Sean
sagaces como serpientes y simples como palomas”.
“En
esta fiesta de la Epifanía, que nos recuerda la manifestación de
Jesús a la humanidad en el rostro de un Niño, -ha concluído-
sintamos cerca a los Magos, como sabios compañeros de camino. Su
ejemplo nos anima a levantar los ojos a la estrella y a seguir los
grandes deseos de nuestro corazón. Nos enseñan a no contentarnos
con una vida mediocre, de “poco calado”, sino a dejarnos fascinar
siempre por la bondad, la verdad, la belleza... por Dios, que es todo
eso en modo siempre mayor. Y nos enseñan a no dejarnos engañar por
las apariencias, por aquello que para el mundo es grande, sabio,
poderoso. No nos podemos quedar ahí. Es necesario
proteger la fe. Es muy importante en este tiempo: proteger la fe.
Tenemos que ir más allá, más allá de la
oscuridad, más allá de la atracción de las sirenas, más allá de
la mundanidad, más allá de tantas modernidades que existen hoy, ir
hacia Belén, allí donde en la sencillez de una casa de la
periferia, entre una mamá y un papá llenos de amor y de fe,
resplandece el Sol que nace de lo alto, el Rey del universo. A
ejemplo de los Magos, con nuestras pequeñas luces buscamos la Luz y
protejamos la fe. Así sea”.
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