Ciudad
del Vaticano, 8 de diciembre 2012 (VIS).-A las 15,45 Benedicto XVI
se dirigió a la Plaza de España, en Roma, para el tradicional acto
de veneración a la imagen de la Inmaculada, situada en lo alto de
una columna frente a la embajada de España ante la Santa Sede.
Durante
el trayecto, el Santo Padre se detuvo ante la iglesia de la Santísima
Trinidad, donde recibió el saludo de la asociación de comerciantes
"Via Condotti". Una vez en la plaza de España, el acto
comenzó con una oración, seguida por la lectura de un fragmento del
Apocalipsis de San Juan y la ofrenda floral a la imagen de la Virgen.
En su discurso el Papa ha reflexionado sobre el Evangelio de esta
solemnidad: el Evangelio de la Anunciación.
Benedicto
XVI ha hablado en primer lugar del hecho de que el encuentro entre el
ángel y María, el momento decisivo en que Dios se hizo hombre,
“está envuelto en un gran silencio (...) Lo que es realmente
grande a menudo pasa desapercibido y el silencio tranquilo resulta
más fecundo que la frenética agitación que caracteriza nuestras
ciudades, pero que - con las debidas proporciones- se vivía ya en
las ciudades importantes como la Jerusalén de aquella época. Ese
activismo que nos vuelve incapaces de detenernos, de estar
tranquilos, de escuchar el silencio en el que el Señor nos hace oír
su voz discreta”.
El
día de la Anunciación, María “estaba recogida y al mismo tiempo
abierta a la escucha de Dios. En ella no había obstáculo alguno, ni
pared, ni nada que la separase de Dios. Este es el significado de su
ser sin pecado original: su relación con Dios está libre de
cualquier rasguño, por pequeño que fuera; no hay separación, ni
sombra de egoísmo, sino una sintonía perfecta: su corazón humano
está perfectamente “centrado” en el gran corazón de Dios (...)
Venir aquí, ante este monumento a María, en el centro de Roma, nos
recuerda en primer lugar, que la voz de Dios no se reconoce en el
clamor y la agitación; su designio en nuestra vida personal y social
no se percibe quedándose en la superficie, sino bajando a un nivel
más profundo, donde las fuerzas que actúan no son económicas o
políticas, sino morales y espirituales. Es allí, donde María nos
invita a bajar y a entrar en sintonía con la acción de Dios”.
En
segundo lugar la Inmaculada nos dice “que la salvación del mundo
no es obra del hombre - de la ciencia, de la tecnología, de la
ideología -, sino de la gracia (...) Gracia es Amor en su pureza y
belleza; es Dios mismo, tal y como se ha revelado, en la historia
de la salvación narrada en la Biblia y cumplida en Jesucristo.
María es llamada la 'llena de gracia' y con esta identidad nos
recuerda el primado de Dios en nuestra vida y en la historia del
mundo; nos recuerda que la potencia del amor de Dios es más fuerte
que el mal, puede llenar los vacíos que el egoísmo provoca en la
historia de las personas, de las familias, de las naciones, del
mundo. Vacíos que pueden convertirse en infiernos, donde la vida
humana cae, va hacia la nada, pierde sentido y luz. Las falsas
soluciones que ofrece el mundo para llenar esos vacíos (...) en
realidad, ensanchan el abismo. Sólo el amor nos puede salvar de
esta caída, pero no un amor cualquiera: un amor que encierre la
pureza de la Gracia – de Dios que transforma y renueva - y que
pueda hinchar los pulmones intoxicados con nuevo oxígeno, con aire
limpio, con energía nueva de vida. María nos dice que, por muy en
bajo que pueda caer el hombre, nunca cae demasiado en bajo para
Dios, que descendió hasta los infiernos; por mucho que nuestro
corazón se equivoque, Dios es siempre 'más grande que nuestro
corazón'. El soplo suave de la Gracia puede dispersar las nubes más
negras, hacer la vida bella y rica de significado incluso en las
situaciones más inhumanas”.
Por
último la Inmaculada nos recuerda la alegría, “la alegría
auténtica que llena el corazón liberado del pecado. El pecado
trae consigo una tristeza negativa, que nos lleva a encerrarnos en
nosotros mismos. La Gracia trae la verdadera alegría que no depende
de la posesión de las cosas : está radicada en lo más profundo de
la persona, y nada ni nadie puede arrebatarla. El cristianismo es
esencialmente un 'evangelio', una 'buena noticia', mientras que
algunos piensan que es un obstáculo a la alegría, ya que ven en él
una serie de prohibiciones y reglas. En realidad, el cristianismo es
el anuncio de la victoria de la Gracia sobre el pecado, de la vida
sobre la muerte. Y si lleva aparejadas renuncias y disciplina de la
mente, del corazón y del comportamiento, es precisamente porque en
el hombre hay una raíz venenosa de egoísmo, que le perjudica y
perjudica a los demás. Tenemos que aprender, por eso, a decir no a
la voz del egoísmo y sí a la del amor auténtico. La alegría de
María es plena, porque en su corazón no hay sombra de pecado. Esta
alegría coincide con la presencia de Jesús en su vida”.
“En
este tiempo de Adviento -ha concluido el Papa- María Inmaculada nos
enseña a escuchar la voz de Dios que habla en el silencio, a acoger
su Gracia que nos libra del pecado y del egoísmo para disfrutar de
la alegría verdadera”.
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