Ciudad
del Vaticano, 19 diciembre 2012
(VIS).-La fe de María, a la luz del misterio de la Anunciación, ha
sido el tema de la catequesis de Benedicto XVI durante la última
audiencia general del 2012, celebrada en el Aula Pablo VI.
En
la Anunciación, el ángel saluda a María
con las palabras “Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo”. Ese saludo - ha dicho el Papa- es “una invitación a la
alegría, anuncia el fin de la tristeza que hay en el mundo frente al
límite de la vida, el sufrimiento, (...) la oscuridad del mal que
parece ofuscar la luz de la bondad divina. Es un saludo que marca el
comienzo del Evangelio, de la Buena Nueva”.
La
respuesta al motivo de la alegría de la Virgen está en la segunda
parte de la frase: “El Señor está contigo. En María “se cumple
la esperanza de la llegada definitiva de Dios, en ella toma morada el
Dios vivo”. La expresión “llena de gracia” aclara
ulteriormente la fuente de esa alegría que “procede de la comunión
con Dios (...) del ser morada del Espíritu Santo (...). María es la
criatura que ha abierto de par en par las puertas a su Creador, se ha
puesto en sus manos sin límites” y “ vive (...) atenta a
reconocer los signos de Dios en el camino de su pueblo; se inserta
en una historia de fe y esperanza en las promesas de Dios, que
constituye el tejido de su existencia. (...) Como Abraham, María se
fía plenamente de la palabra que le anuncia el mensajero divino y se
convierte en modelo y madre de todos los creyentes”.
Benedicto
XVI ha hecho hincapié en otro aspecto importante: “La
apertura del alma a Dios y a su acción en la fe también incluye el
elemento de la oscuridad”. “La relación entre los seres humanos
y Dios no borra la distancia entre el Creador y la criatura (...)
Pero, aquel que -como María - está
abierto totalmente a Dios, llega a aceptar su voluntad aunque sea
misteriosa, aunque a menudo no corresponda con nuestros deseos (...)
Lo mismo sucede con María; su fe vive la alegría de la Anunciación,
pero también pasa a través de la oscuridad de la crucifixión del
Hijo, hasta llegar a la luz de la Resurrección”.
“No
es diferente para nosotros el camino de fe - ha señalado el Santo
Padre-, encontramos momentos de luz, pero también pasajes en los
que Dios parece ausente, su silencio pesa en nuestros corazones y su
voluntad no se corresponde con la nuestra (...) Pero cuanto más nos
abrimos a Dios, (..) - como Abraham y como
María - mas Él nos hace capaces, con su presencia, de vivir cada
situación de la vida en paz y seguros de su lealtad y su amor. Ahora
bien, esto significa salir de nosotros mismos y de nuestros
proyectos, para que la Palabra de Dios sea la lámpara que guíe
nuestros pensamientos y nuestras acciones”.
Desde
la pérdida de Jesús en el Templo, María “debe renovar la fe
profunda con la que dijo "sí" en la Anunciación (...)
debe saber dejar libre a ese Hijo que ha engendrado para que siga su
misión. Y el "sí" de María a la voluntad de Dios, la
obediencia de la fe, se repite a lo largo de su vida, hasta el
momento más difícil, el de la Cruz”.
“Hay
una actitud de fondo que María asume frente a lo que sucede en su
vida - ha explicado el Papa- .Se afirma que "guardaba todas
estas cosas, meditándolas en su corazón". Podríamos decir que
(...) colocaba cada elemento, cada palabra, cada acontecimiento,
dentro de un conjunto y lo examinaba, lo conservaba, reconociendo
que todo viene de la voluntad de Dios. María no se detiene en una
primera comprensión superficial de lo que está sucediendo en su
vida, sino que sabe mirar en profundidad, se siente interpelada por
los acontecimientos, los elabora, los discierne, y conquista la
comprensión que puede asegurar solamente la fe. Es la humildad
profunda de la fe obediente de María, que acoge en sí también lo
que no comprende de la actuación de Dios, dejando que sea Él quien
abra su mente y su corazón”
“La
solemnidad de la Natividad del Señor, que pronto celebraremos -
ha concluido el Santo Padre- nos invita a vivir esta misma
humildad y obediencia de la fe. La gloria de Dios no se manifiesta en
el triunfo y el poder de un rey, no brilla en una famosa ciudad (...)
vive en el seno de una virgen, y se revela en la pobreza de un niño.
La omnipotencia de Dios, también en nuestras vidas, actúa con la
fuerza, a menudo silenciosa de la verdad y el amor. La fe nos dice
entonces, que el poder inerme de ese Niño, al final vence el
estruendo de las potencias del mundo.”
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