Ciudad
del Vaticano, 17 septiembre 2012
(VIS).-El Santo Padre se despidió a última hora de la tarde de ayer
del Líbano. La ceremonia de despedida tuvo lugar en el aeropuerto
Rafiq Hariri de Beirut, en presencia del presidente de la República,
Michel Sleiman, de los cuatro patriarcas católicos y de varios
obispos libaneses, así como de las autoridades civiles.
En
su discurso el Papa dio las gracias “a todo el pueblo libanés, que
forma un hermoso y rico mosaico, y que ha sabido manifestar al
Sucesor de Pedro su entusiasmo, con la aportación multiforme y
específica de cada comunidad. Gracias de corazón a las venerables
Iglesias hermanas y a las comunidades protestantes. Gracias en
particular a los representantes de las comunidades musulmanas.
Durante toda mi estancia, he podido constatar cuánto vuestra
presencia ha contribuido al éxito de mi viaje. El mundo árabe y el
mundo entero habrán visto, en estos momentos de turbación, a los
cristianos y a los musulmanes reunidos para celebrar la paz”
“Es
tradición de Oriente Medio - prosiguió- recibir al huésped de paso
con consideración y respeto, y vosotros lo habéis hecho. Os lo
agradezco a todos. Pero, a la consideración y al respeto, habéis
añadido algo más: algo parecido a una de esas famosas especias
orientales que enriquecen el sabor de los alimentos: vuestro calor y
vuestro corazón, que me han despertado el deseo de volver. Os lo
agradezco de manera especial”.
“En
su sabiduría, Salomón llamó a Hirán de Tiro, para que erigiera
una casa como morada del Nombre de Dios, un santuario para la
eternidad. E Hirán (...) envió madera proveniente de los cedros del
Líbano (...) El Líbano estaba presente en el Santuario de Dios. Que
el Líbano de hoy, sus habitantes, pueda seguir estando presente en
el santuario de Dios. Que el Líbano continúe siendo un espacio
donde los hombres y las mujeres puedan vivir en armonía y en paz los
unos con los otros para dar al mundo, no sólo el testimonio de la
existencia de Dios (...) sino también el de la comunión entre los
hombres, cualquiera que sea su sensibilidad política, comunitaria o
religiosa”.
“Pido
a Dios por el Líbano, para que viva en paz y resista con valentía
todo lo que pueda destruirla o minarla. Deseo que el Líbano siga
permitiendo la pluralidad de las tradiciones religiosas, sin dejarse
llevar por la voz de aquellos que se lo quieren impedir. Le deseo que
fortalezca la comunión entre todos sus habitantes, cualquiera que
sea su comunidad o su religión, rechazando resueltamente todo lo que
pueda llevar a la desunión y optando con determinación por la
fraternidad”.
“La
Virgen María, venerada con tierna devoción por los fieles de las
confesiones religiosas aquí presentes, es un modelo seguro para
avanzar con esperanza por el camino de una fraternidad vivida y
auténtica. El Líbano lo ha entendido bien al proclamar desde hace
algún tiempo el 25 de marzo como día festivo, permitiendo así a
todos sus habitantes vivir con más serenidad su unidad. Que la
Virgen María, cuyos antiguos santuarios son tan numerosos en vuestro
país, siga acompañándoos e inspirándoos”.
“Que
Dios bendiga el Líbano y a todos los libaneses -exclamó el Santo
Padre- Que no cese de atraerlos a Él para darles parte en su vida
eterna. Que los colme de su alegría, de su paz y de su luz. Que Dios
bendiga a todo Oriente Medio”.
Una
vez acabado su discurso el Papa emprendió el viaje de regreso a Roma
donde su avión aterrizó a las 21,40 en el aeropuerto de Ciampino.
Desde allí se trasladó al palacio apostólico de Castel Gandolfo.
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