CIUDAD DEL VATICANO, 26 DIC 2010 (VIS).-El Santo Padre participó hoy en un almuerzo que él mismo ofreció a las personas asistidas por las diversas comunidades romanas de las Misioneras de la Caridad, con ocasión del 100° aniversario del nacimiento de la beata Madre Teresa de Calcuta.
En el almuerzo, que tuvo lugar en el atrio del Aula Pablo VI en el Vaticano, había 350 huéspedes de los diversos Centros de acogida, junto a unas 150 religiosas y religiosos entre Misioneras de la Caridad, Hermanos Contemplativos, sacerdotes y seminaristas.
Tras las palabras de bienvenida al Papa de la Superiora general de las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, sor Mary Prema Pierick, el Papa pidió a los presentes que dejaran que “la luz del Niño Jesús, del Hijo de Dios hecho hombre, ilumine la vida para transformarla en luz, como lo vemos de modo especial en la vida de los santos”. En este contexto, recordó el testimonio de la beata Teresa de Calcuta, a la que definió “un reflejo de la luz del amor de Dios. Celebrar 100 años de su nacimiento es motivo de gratitud y de reflexión para un renovado y gozoso empeño al servicio del Señor y de los hermanos, especialmente de los más necesitados”.
El Santo Padre destacó que la beata Teresa de Calcuta “vivió la caridad con todos sin distinción, pero con una preferencia por los más pobres y abandonados, un signo luminoso de la paternidad y de la bondad de Dios. Supo reconocer en cada uno el rostro de Cristo, que amaba con todo su ser: a Cristo, que adoraba y recibía en la Eucaristía, seguía encontrándolo por las calles de la ciudad, hasta llegar a ser “imagen” viva de Jesús que derrama sobre las heridas del hombre la gracia del amor misericordioso”.
“A quien se pregunta por qué la Madre Teresa se hizo tan famosa, la respuesta es sencilla: porque vivió de modo humilde y escondido, por amor y en el amor de Dios. Ella misma afirmaba que su premio más grande era amar a Jesús y servirlo en los pobres. Su figura pequeña, con las manos juntas o mientras acariciaba a un enfermo, a un leproso, a un moribundo, o a un niño, es el signo visible de una existencia trasformada por Dios. En la noche del dolor humano hizo resplandecer la luz del Amor divino y ayudó a tantos corazones a encontrar esa paz que sólo Dios puede dar”.
Benedicto XVI invitó a dar gracias al Señor “porque en la beata Teresa de Calcuta todos hemos visto cómo nuestra existencia puede cambiar cuando se encuentra a Jesús; puede llegar a ser para los demás un reflejo de la luz de Dios. A tantos hombres y mujeres, en situación de miseria y de sufrimiento, les dio el consuelo y la certidumbre de que Dios no abandona a nadie, ¡jamás! Su misión continúa a través de cuantos, aquí como en otras partes del mundo, viven su carisma de ser misioneros y misioneras de la Caridad”.
“Nuestra gratitud –continuó- es grande, queridas hermanas y hermanos, por vuestra presencia humilde, discreta, escondida a los ojos de los hombres, pero extraordinaria y preciosa para el corazón de Dios. Al hombre con frecuencia en busca de felicidades ilusorias, vuestro testimonio de vida les dice donde se encuentra la verdadera alegría: en el compartir, donar, y amar con la misma gratuidad de Dios que rompe la lógica del egoísmo humano”.
El Papa concluyó asegurando a los presentes que rezaba por ellos y que les llevaba “en el corazón, acogiendo a todos en un abrazo paterno”.
AC/ VIS 20101228 (620)
En el almuerzo, que tuvo lugar en el atrio del Aula Pablo VI en el Vaticano, había 350 huéspedes de los diversos Centros de acogida, junto a unas 150 religiosas y religiosos entre Misioneras de la Caridad, Hermanos Contemplativos, sacerdotes y seminaristas.
Tras las palabras de bienvenida al Papa de la Superiora general de las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, sor Mary Prema Pierick, el Papa pidió a los presentes que dejaran que “la luz del Niño Jesús, del Hijo de Dios hecho hombre, ilumine la vida para transformarla en luz, como lo vemos de modo especial en la vida de los santos”. En este contexto, recordó el testimonio de la beata Teresa de Calcuta, a la que definió “un reflejo de la luz del amor de Dios. Celebrar 100 años de su nacimiento es motivo de gratitud y de reflexión para un renovado y gozoso empeño al servicio del Señor y de los hermanos, especialmente de los más necesitados”.
El Santo Padre destacó que la beata Teresa de Calcuta “vivió la caridad con todos sin distinción, pero con una preferencia por los más pobres y abandonados, un signo luminoso de la paternidad y de la bondad de Dios. Supo reconocer en cada uno el rostro de Cristo, que amaba con todo su ser: a Cristo, que adoraba y recibía en la Eucaristía, seguía encontrándolo por las calles de la ciudad, hasta llegar a ser “imagen” viva de Jesús que derrama sobre las heridas del hombre la gracia del amor misericordioso”.
“A quien se pregunta por qué la Madre Teresa se hizo tan famosa, la respuesta es sencilla: porque vivió de modo humilde y escondido, por amor y en el amor de Dios. Ella misma afirmaba que su premio más grande era amar a Jesús y servirlo en los pobres. Su figura pequeña, con las manos juntas o mientras acariciaba a un enfermo, a un leproso, a un moribundo, o a un niño, es el signo visible de una existencia trasformada por Dios. En la noche del dolor humano hizo resplandecer la luz del Amor divino y ayudó a tantos corazones a encontrar esa paz que sólo Dios puede dar”.
Benedicto XVI invitó a dar gracias al Señor “porque en la beata Teresa de Calcuta todos hemos visto cómo nuestra existencia puede cambiar cuando se encuentra a Jesús; puede llegar a ser para los demás un reflejo de la luz de Dios. A tantos hombres y mujeres, en situación de miseria y de sufrimiento, les dio el consuelo y la certidumbre de que Dios no abandona a nadie, ¡jamás! Su misión continúa a través de cuantos, aquí como en otras partes del mundo, viven su carisma de ser misioneros y misioneras de la Caridad”.
“Nuestra gratitud –continuó- es grande, queridas hermanas y hermanos, por vuestra presencia humilde, discreta, escondida a los ojos de los hombres, pero extraordinaria y preciosa para el corazón de Dios. Al hombre con frecuencia en busca de felicidades ilusorias, vuestro testimonio de vida les dice donde se encuentra la verdadera alegría: en el compartir, donar, y amar con la misma gratuidad de Dios que rompe la lógica del egoísmo humano”.
El Papa concluyó asegurando a los presentes que rezaba por ellos y que les llevaba “en el corazón, acogiendo a todos en un abrazo paterno”.
AC/ VIS 20101228 (620)
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