CIUDAD DEL VATICANO, 22 DIC 2005 (VIS).-Esta mañana, en la Sala Clementina, tuvo lugar el tradicional encuentro del Santo Padre con los cardenales, arzobispos y obispos y miembros de la Curia Romana para el intercambio de felicitaciones navideñas.
En su discurso, Benedicto XVI habló de "los grandes eventos que han marcado profundamente la vida de la Iglesia" en este año: el fallecimiento de Juan Pablo II, la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia y la celebración del 40 aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II.
Benedicto XVI dijo que ningún Papa como Juan Pablo II había escrito tantos textos ni había visitado "todo el mundo y había hablado directamente a los seres humanos de todos los continentes. Sin embargo, al final, le tocó un camino de sufrimiento y de silencio" y desde esta cátedra, aseguró, "nos dio una importante lección".
Hablando del último libro de Juan Pablo II, "Memoria e identidad", el Papa señaló que en él "nos ha dejado una interpretación del sufrimiento que no es una teoría teológica o filosófica, sino un fruto que ha madurado a lo largo de su camino personal de sufrimiento, que recorrió sostenido por la fe en el Señor crucificado". En esta obra, continuó, el difunto pontífice "se muestra profundamente tocado por el espectáculo del poder del mal en el siglo pasado". Frente al dilema de si existe un límite contra el mal, responde en el libro: "la misericordia divina".
Benedicto XVI afirmó que "ciertamente, tenemos que hacer lo que podamos para atenuar el sufrimiento e impedir la injusticia que provoca el sufrimiento de los inocentes. Sin embargo -añadió-, hay que hacer lo posible para que los seres humanos descubran el sentido del sufrimiento y sean capaces aceptar el sufrimiento y unirlo al de Cristo". En este contexto, resaltó que la respuesta en todo el mundo a la muerte del Papa se tradujo en un reconocimiento a su oferta total a Dios por el mundo".
Por lo que concierne a la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia en agosto pasado, el Santo Padre dijo que el tema, "Hemos venido a adorarle", contenía dos imágenes: la de la peregrinación del hombre que va "en busca de la verdad, de la vida justa, de Dios" y la del hombre en adoración. Esta palabra, dijo, nos remite al Sínodo de Obispos sobre la Eucaristía (octubre 2005) y al Año dedicado a este sacramento.
"Me conmueve -continuó el Papa- ver cómo en toda la Iglesia se esté despertando la alegría de la adoración eucarística y se manifiesten sus frutos. En el período de la reforma litúrgica la misa y la adoración fuera de ésta eran vistas a menudo en oposición". Sin embargo, añadió, "recibir la Eucaristía significa adorar a Aquel que recibimos".
Benedicto XVI hizo a continuación unas reflexiones sobre el Concilio Vaticano II, con motivo del 40 aniversario de la clausura, y se preguntó cuál había sido el resultado de este evento y cómo había sido acogido.
Los problemas de la recepción nacieron del choque de "dos hermenéuticas contrarias": "la hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura", que contó con frecuencia con la simpatía de los medios de comunicación y de una parte de la teología moderna" y la "hermenéutica de la reforma", de la renovación en la continuidad del único sujeto-Iglesia". Por lo que respecta a la primera, el Papa subrayó que "corre el riesgo de terminar en una ruptura entre Iglesia pre-conciliar e Iglesia post-conciliar".
En cuanto a la hermenéutica de la reforma, Benedicto XVI recuerda "las bien conocidas palabras de Juan XXIII (...) cuando dice que el Concilio "quiere transmitir la doctrina pura e integral, sin atenuación o tergiversación" y que "es necesario que esta doctrina cierta e inmutable, que debe ser respetada fielmente, se profundice y presente de manera que corresponda a las exigencias de nuestro tiempo".
"Está claro que este compromiso de expresar de forma nueva una verdad determinada exige una reflexión nueva y una nueva relación vital con ella. (...) En este sentido, el programa propuesto por Juan XXIII era extremadamente exigente, como es exigente la síntesis de fidelidad y dinámica". El Papa subrayó que "allí donde esa interpretación ha sido la orientación que ha guiado la recepción del Concilio, ha crecido una vida nueva y han madurado nuevos frutos. Cuarenta años después (...) lo positivo es más grande y está más vivo de cuanto no lo pareciera en la agitación de los años alrededor de 1968".
Benedicto XVI observó también que Pablo VI, clausurando el Concilio, indicó una "motivación específica por la que una hermenéutica de la discontinuidad podría parecer convincente" ya que "en la gran discusión sobre el ser humano que caracteriza el tiempo moderno, el Concilio debía dedicarse de forma particular al tema de la antropología" e "interrogarse sobre la relación entre la Iglesia y la fe por una parte, y el ser humano y el mundo de hoy por otra", es decir "el Concilio debía determinar de forma nueva la relación entre la Iglesia y la edad moderna".
El Papa recordó después las dificultades que han jalonado esta relación, partiendo del proceso a Galileo, pasando por la Revolución Francesa y el enfrentamiento con el liberalismo hasta llegar a las dos guerras mundiales, sin olvidar las ideologías que sustentaron el nazismo y el comunismo ni los interrogantes que planteaban los avances científicos o los métodos histórico-críticos en la interpretación de las Sagradas Escrituras.
"Se podría decir -observó el Santo Padre- que se habían formado tres círculos de preguntas que esperaban respuesta: (...) definir de forma nueva la relación entre fe y ciencias modernas, (...) definir la relación entre Iglesia y Estado moderno (...) al que se liga de forma general el problema de la tolerancia religiosa (...) y la relación entre la Iglesia y la fe de Israel".
"En todos estos sectores podía surgir alguna forma de discontinuidad (...) en la que sin embargo, teniendo en cuenta las situaciones históricas concretas y sus exigencias (...) no se abandonaba la continuidad en los principios. En este conjunto de continuidad y discontinuidad en diversos niveles estriba la naturaleza de la verdadera reforma. En este proceso de novedad en la continuidad, debíamos aprender a entender más concretamente que antes que las decisiones de la Iglesia respecto a cosas contingentes, -por ejemplo algunas formas concretas de liberalismo o de interpretación liberal de la Biblia- debían necesariamente ser contingentes porque se referían a una realidad en mutación. Había que aprender a reconocer que, en esas decisiones, solo los principios expresaban el aspecto duradero, permaneciendo en la base y motivando la situación desde dentro".
Después, el Papa se centra en el tema de la libertad religiosa y recuerda que "el Concilio Vaticano II, reconociendo y haciendo suyo con el decreto sobre la libertad religiosa un principio esencial del Estado moderno, retomaba de nuevo el patrimonio más profundo de la Iglesia. (...) La Iglesia antigua, con naturalidad, rezaba por los emperadores y responsables políticos, considerando que era su deber, pero (...) rehusaba adorarlos, y de esa forma se oponía claramente a la religión de Estado. (...) Una Iglesia misionera, que sabe que tiene que anunciar su mensaje a todos los pueblos, debe comprometerse por la libertad de la fe".
"El Concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y algunos elementos esenciales del pensamiento moderno, ha analizado e incluso corregido, algunas decisiones históricas, pero en esta discontinuidad aparente ha mantenido y hecho más profunda su naturaleza íntima y su verdadera identidad", y "los que esperaban que con este "sí" fundamental a la edad moderna todas las tensiones se aflojasen y la "apertura hacia el mundo" transformase todo en armonía pura habían concedido poca importancia a las tensiones interiores y a las contradicciones de la misma edad moderna".
"También en nuestra época, la Iglesia sigue siendo "un signo de contradicción". (...) No podía ser intención del Concilio abolir esta contradicción del Evangelio frente a los peligros y errores del ser humano. Lo que pretendía hacer era dejar de lado contradicciones erróneas o superfluas para presentar a este mundo nuestro la exigencia del Evangelio en toda su grandeza y pureza".
"El paso dado por el Concilio hacia la edad moderna (...) pertenece en definitiva al problema perenne de la relación entre fe y razón, que se presenta siempre en formas nuevas. Así, hoy podemos volver nuestros ojos con gratitud al Concilio Vaticano II: si lo leemos y recibimos guiados por una justa hermenéutica, puede ser y será cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia".
AC/FELICITACION NAVIDAD/CURIA ROMANA VIS 20051222 (1400)
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