CIUDAD DEL VATICANO, 25 MAR 2004 (VIS).-El premio internacional extraordinario Carlo Magno, que la ciudad de Aquisgrán (Alemania) otorga anualmente por el servicio a la unidad de Europa, fue asignado este año a Juan Pablo II durante una ceremonia que tuvo lugar ayer por la tarde en el Vaticano. El premio le fue entregado por el alcalde de Aquisgrán, Jürgen Linden y el presidente del Consejo Directivo del Premio, Walter Evershein. El coro de la catedral de esta ciudad actuó al principio y al final de la ceremonia.
Este premio, inspirado en el Emperador Carlo Magno, que es considerado como un símbolo de la unidad europea, dada la vasta extensión de su reino, que incluyó varios países europeos modernos, se concede cada año desde 1950. El comité que anunció el premio el 22 de enero, puso de relieve "la contribución extraordinaria del Papa al proceso de integración europea, así como si particular esfuerzo por ejercer una influencia desde Europa, en la configuración del orden mundial". Su papel en la caída del telón de acero, que dividió el continente, también fue claro.
El pasado 23 de enero, el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Joaquín Navarro-Valls, anunció que este premio se le iba a conceder al Santo Padre "en reconocimiento a su compromiso personal y al de la Santa Sede en favor de la unidad entre los Pueblos de Europa sobre la base de los valores enraizados en la naturaleza del ser humano y promovidos eficazmente por el cristianismo".
Tras recibir el premio, el Papa se dirigió a los presentes: "Consciente de que a la Iglesia católica le preocupa la unión de Europa, habéis venido para rendir homenaje al Sucesor de Pedro con este premio, que con razón toma el nombre del Emperador Carlo Magno. Efectivamente, el rey de los francos, que constituyó Aquisgrán capital de su reino, hizo una contribución esencial a los fundamentos políticos y culturales de Europa, y por eso, mereció recibir el nombre de 'Pater Europae'. La unión feliz de la cultura clásica y de la fe cristiana con las tradiciones de diversos pueblos se consolidó en el imperio de Carlo y se desarrolló en varias formas como patrimonio espiritual-cultural de la Europa a lo largo de los siglos".
El Santo Padre subrayó que "como la Santa Sede se encuentra en territorio europeo, la Iglesia tiene relaciones particulares con los pueblos de este continente" y "desde el inicio ha tomado parte en el proceso de integración europea". Pío XII, dijo, "apoyó explícitamente la idea de la formación de una 'unión europea'", para la que era "necesario hacer referencia al cristianismo como factor que crea identidad y unidad".
Juan Pablo II habló a continuación de su visión de una Europa unida.
"Pienso en una Europa sin nacionalismos egoístas, en la que las naciones sean vistas como centros vivos de una riqueza cultural que merece ser protegida y promovida en beneficio de todos. Pienso en una Europa en la que las conquistas de la ciencia, de la economía y del bienestar social no se orienten en el consumismo" sino que sirvan a la humanidad. "Pienso en una Europa cuya unidad se fundamente en la verdadera libertad. (…) Sin libertad no hay responsabilidad: ni ante Dios ni ante los seres humanos".
"Pienso -continuó- en una Europa unida gracias al compromiso de los jóvenes. (…) ¿Cómo puede nacer una generación de jóvenes que se abra a la verdad, a la belleza, a la nobleza, y a lo que supone sacrificio, si en Europa la familia no se presenta como una institución abierta a la vida y al amor desinteresado?".
"La Europa en la que pienso -concluyó- es una unidad política, más aún, espiritual, en la que los políticos cristianos de todos los países actúen siendo conscientes de las riquezas humanas que la fe lleva consigo: hombres y mujeres comprometidos en hacer fecundos estos valores, poniéndose al servicio de todos para una Europa del ser humano, en el que resplandezca el rostro de Dios".
AC/PREMIO CARLOMAGNO/… VIS 20040325 (680)
Este premio, inspirado en el Emperador Carlo Magno, que es considerado como un símbolo de la unidad europea, dada la vasta extensión de su reino, que incluyó varios países europeos modernos, se concede cada año desde 1950. El comité que anunció el premio el 22 de enero, puso de relieve "la contribución extraordinaria del Papa al proceso de integración europea, así como si particular esfuerzo por ejercer una influencia desde Europa, en la configuración del orden mundial". Su papel en la caída del telón de acero, que dividió el continente, también fue claro.
El pasado 23 de enero, el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Joaquín Navarro-Valls, anunció que este premio se le iba a conceder al Santo Padre "en reconocimiento a su compromiso personal y al de la Santa Sede en favor de la unidad entre los Pueblos de Europa sobre la base de los valores enraizados en la naturaleza del ser humano y promovidos eficazmente por el cristianismo".
Tras recibir el premio, el Papa se dirigió a los presentes: "Consciente de que a la Iglesia católica le preocupa la unión de Europa, habéis venido para rendir homenaje al Sucesor de Pedro con este premio, que con razón toma el nombre del Emperador Carlo Magno. Efectivamente, el rey de los francos, que constituyó Aquisgrán capital de su reino, hizo una contribución esencial a los fundamentos políticos y culturales de Europa, y por eso, mereció recibir el nombre de 'Pater Europae'. La unión feliz de la cultura clásica y de la fe cristiana con las tradiciones de diversos pueblos se consolidó en el imperio de Carlo y se desarrolló en varias formas como patrimonio espiritual-cultural de la Europa a lo largo de los siglos".
El Santo Padre subrayó que "como la Santa Sede se encuentra en territorio europeo, la Iglesia tiene relaciones particulares con los pueblos de este continente" y "desde el inicio ha tomado parte en el proceso de integración europea". Pío XII, dijo, "apoyó explícitamente la idea de la formación de una 'unión europea'", para la que era "necesario hacer referencia al cristianismo como factor que crea identidad y unidad".
Juan Pablo II habló a continuación de su visión de una Europa unida.
"Pienso en una Europa sin nacionalismos egoístas, en la que las naciones sean vistas como centros vivos de una riqueza cultural que merece ser protegida y promovida en beneficio de todos. Pienso en una Europa en la que las conquistas de la ciencia, de la economía y del bienestar social no se orienten en el consumismo" sino que sirvan a la humanidad. "Pienso en una Europa cuya unidad se fundamente en la verdadera libertad. (…) Sin libertad no hay responsabilidad: ni ante Dios ni ante los seres humanos".
"Pienso -continuó- en una Europa unida gracias al compromiso de los jóvenes. (…) ¿Cómo puede nacer una generación de jóvenes que se abra a la verdad, a la belleza, a la nobleza, y a lo que supone sacrificio, si en Europa la familia no se presenta como una institución abierta a la vida y al amor desinteresado?".
"La Europa en la que pienso -concluyó- es una unidad política, más aún, espiritual, en la que los políticos cristianos de todos los países actúen siendo conscientes de las riquezas humanas que la fe lleva consigo: hombres y mujeres comprometidos en hacer fecundos estos valores, poniéndose al servicio de todos para una Europa del ser humano, en el que resplandezca el rostro de Dios".
AC/PREMIO CARLOMAGNO/… VIS 20040325 (680)
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