CIUDAD DEL VATICANO, 16 JUL 2003 (VIS) - En la audiencia general de hoy celebrada en el patio del palacio apostólico de Castelgandolfo, el Papa habló sobre el Cántico del último capítulo del Libro de Isaías, "En la ciudad de Dios, consuelo y alegría".
El Santo Padre dijo que este himno de Isaías, que invita a la felicidad, comienza así: "Alegraos, regocijaos, exultad de gozo", y "está dominado por la figura materna de Jerusalén y por la solicitud amorosa de Dios mismo", que se goza de la felicidad de su pueblo.
"El origen y la razón de esta exultación interior -continuó- es la vitalidad que ha vuelto a encontrar Jerusalén" tras "el paréntesis oscuro del exilio de Babilonia. (...) Jerusalén vuelve a ser la ciudad-madre que acoge, alimenta y deleita a sus hijos, es decir, a sus habitantes".
"La prosperidad de Jerusalén, su 'paz' (shalom), don generoso de Dios, asegurar a sus hijos una existencia llena de ternura materna: 'seréis llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas' y esta ternura materna será ternura de Dios mismo: 'Como alguien a quien su madre consuela, así Yo os consolaré'. (...) De este modo, el Señor emplea la met fora materna para describir su amor por sus criaturas".
Juan Pablo II afirmó que "ante la ciudad-madre es fácil alargar nuestra mirada para contemplar el rostro de la Iglesia, virgen y madre fecunda". La Iglesia, terminó, "es virgen por la santidad que recibe en los sacramentos y es madre de todos los pueblos".
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