CIUDAD DEL VATICANO, 6 MAR 2003 (VIS) - Esta mañana en la Sala Clementina, Juan Pablo II celebró su tradicional encuentro con el clero de Roma, y en el discurso que les dirigió, recordó que este encuentro tenía lugar "en el 25 aniversario de mi servicio pastoral como obispo de Roma". El cardenal Camillo Ruini, vicario de Roma, y el clero entregaron al Papa un volumen con todos los discursos pronunciados por Juan Pablo II en estos encuentros desde 1979.
Como ya hiciera en su libro "Don y misterio: en el 50 aniversario de mi sacerdocio", publicado en 1996, Juan Pablo II subrayó hoy que el ministerio sacerdotal es a la vez un gran don de Dios y también un misterio, "que encuentra su verdad y su identidad en el ser derivación y continuación de Cristo mismo y de la misión que El ha recibido del Padre".
"En el ejercicio de nuestro ministerio y en toda nuestra vida, -afirmó el Papa- somos verdaderamente hombres de Dios. No solo los fieles más cercanos a nosotros, sino también las personas débiles e inciertas en su fe y alejadas de la práctica de la vida cristiana no permanecen insensibles a la presencia y al testimonio de un sacerdote que sea realmente 'hombre de Dios'".
El Papa subrayó que el "camino principal" para alcanzar esta santidad es la oración y que, en el centro de la oración, sobre todo para los sacerdotes se encuentra la Eucaristía. "En realidad no tenemos alternativa. Si no intentamos, humilde pero confiadamente, progresar en el camino de nuestra santificación, acabamos por contentarnos con pequeños compromisos, que poco a poco se hacen cada vez más grandes y pueden desembocar hasta en la traición, abierta o enmascarada, de ese amor de predilección con el que Dios nos ha llamado al sacerdocio".
Ser sacerdotes, dijo Juan Pablo II significa "amar a la Iglesia como Cristo la ha amado. (...) No debemos tener miedo de identificarnos con la Iglesia entreg ndonos por ella. Tenemos que ser, con autenticidad y generosidad, hombres de Iglesia". Sobre todo, agregó, un sacerdote debe ser siempre un Buen Pastor, amando y sirviendo a su gente. Debe ser siempre un hombre de comunión".
"Cuando las dificultades y las tentaciones pesan en nuestro corazón -concluyó- tenemos que acordarnos de la grandeza del don que hemos recibido, para ser a nuestra vez capaces de 'dar con alegría'. Somos, efectivamente, sobre todo en el confesionario pero también en todo nuestro ministerio, testigos e instrumentos de la misericordia divina, somos y debemos ser hombres que saben infundir esperanza y hacer obra de paz y de reconciliación".
AC;CLERO ROMA;...;RUINI;VIS;20030306;430;
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