Ciudad
del Vaticano, 18 de febrero de 2016 (Vis).-El Papa Francisco llegó
ayer a las 10 (hora local, 18.00 hora de Roma) a la última etapa de
su viaje apostólico a México: Ciudad Juárez, desde hace dos siglos
el único paso terrestre, para acceder a Estados Unidos. De hecho,
Ciudad Juárez, está situada en la orilla de Río Grande frente a la
ciudad texana de El Paso y ambas forman un área metropolitana de dos
millones de habitantes. Es un centro industrial muy desarrollado y
según diversas estadísticas una de las ciudad más violentas del
mundo, sobre todo a causa del narcotráfico en la frontera con
Estados Unidos. Además tiene 950 pandillas armadas con decenas de
miles de afiliados y centenares de pandilleros de origen mexicano
expulsados de Estados Unidos que se unen a ellos. En los últimos 4
años de guerra de droga, 212.000 habitantes, alrededor del 18% de la
población han abandonado la capital. Ciudad Juárez es tristemente
famosa por los miles de mujeres desaparecidas, habitualmente
procedentes de familias pobres, que trabajan en las maquiladoras
(fábricas clandestinas). El tema de la desaparición y el asesinato
de estas mujeres ha sido abordado por la literatura y el cine,
mientras han surgido diversas asociaciones femeninas en defensa de
las mujeres, entre ellas ''Nuestras hijas de regreso a casa''.
El
Santo Padre empezó su jornada en Ciudad Juárez visitando el Centro
de Readaptación Social estatal num. 3 (Cereso num.3) que forma parte
de un proyecto de recalificación de las instituciones penales del
Estado de Chihuahua y ha sido galardonado por el respeto de las
normas internacionales en materia penitenciaria. Viven allí tres mil
reclusos y doscientas reclusas. A su llegada, Francisco saludó a
diversos familiares de los presos y se dirigió acto seguido a la
capilla del penitenciario donde le esperaban el personal del centro y
los sacerdotes de la pastoral penitenciaria a los que dirigió unas
palabras para agradecerles su labor: ''Ustedes
se van a encontrar con mucha fragilidad. Por eso quiso traer esta
imagen de lo más frágil -dijo refiriéndose al crucifijo tallado en
cristal que regaló al Centro- El cristal es lo más frágil, se
rompe enseguida. Y Cristo en la Cruz es la fragilidad más grande de
la humanidad, y sin embargo con esa fragilidad nos salva, nos ayuda,
nos hace andar adelante, nos abre las puertas de la esperanza. Deseo
que cada uno de ustedes, con la bendición de la Virgen y
contemplando la fragilidad en Cristo que se hizo pecado, se hizo
muerte para salvarnos, sepan sembrar semillas de esperanza y de
resurrección''.
Después
salió al patio principal del Centro donde se hallaban 700 detenidos,
de los cuales saludó personalmente alrededor de cincuenta. Tras
escuchar las palabras de una de ellos que afirmó que la presencia
del Santo Padre allí era un llamado a la misericordia para los
reclusos y sus familias y para los que se habían olvidado de que en
la cárcel había seres humanos que, a pesar de haber sido
transgresores de la ley, tenían esperanza en la redención,
Francisco se dirigió a todos afirmando en primer lugar que no quería
irse de México sin ir a saludarlos y celebrar el Jubileo de la
Misericordia con ellos para ''reafirmar una vez más la confianza a
la que Jesús nos impulsa: la misericordia que abraza a todos y en
todos los rincones de la tierra. No hay espacio donde su misericordia
no pueda llegar, no hay espacio ni persona a la que no pueda tocar''.
''Celebrar
el Jubileo de la misericordia con ustedes -dijo- es recordar el
camino urgente que debemos tomar para romper los círculos de la
violencia y de la delincuencia. Ya tenemos varias décadas perdidas
pensando y creyendo que todo se resuelve aislando, apartando,
encarcelando, sacándonos los problemas de encima, creyendo que esas
medidas solucionan verdaderamente los problemas. Nos hemos olvidado
de concentrarnos en lo que realmente debe ser nuestra preocupación:
la vida de las personas; sus vidas, las de sus familias, la de
aquellos que también han sufrido a causa de este círculo de la
violencia''.
''La
misericordia divina nos recuerda que las cárceles son un síntoma de
cómo estamos en sociedad, son un síntoma en muchos casos de
silencios y omisiones que han provocado una cultura de descarte.Son
un síntoma de una cultura que ha dejado de apostar por la vida; de
una sociedad que ha ido abandonando a sus hijos. La misericordia nos
recuerda que la reinserción no comienza acá en estas paredes; sino
que comienza antes, comienza ''afuera'', en las calles de la ciudad.
La reinserción o rehabilitación comienza creando un sistema que
podríamos llamarlo de salud social, es decir, una sociedad que
busque no enfermar contaminando las relaciones en el barrio, en las
escuelas, en las plazas, en las calles, en los hogares, en todo el
espectro social. Un sistema de salud social que procure generar una
cultura que actúe y busque prevenir aquellas situaciones, aquellos
caminos que terminan lastimando y deteriorando el tejido social''.
''A
veces -observó- pareciera que las cárceles se proponen incapacitar
a las personas a seguir cometiendo delitos más que promover los
procesos de reinserción que permitan atender los problemas
sociales, psicológicos y familiares que llevaron a una persona a
determinada actitud. El problema de la seguridad no se agota
solamente encarcelando, sino que es un llamado a intervenir
afrontando las causas estructurales y culturales de la inseguridad,
que afectan a todo el entramado social. La preocupación de Jesús
por atender a los hambrientos, a los sedientos, a los sin techo o a
los presos era para expresar las entrañas de la misericordia del
Padre, que se vuelve un imperativo moral para toda sociedad que desea
tener las condiciones necesarias para una mejor convivencia. En la
capacidad que tenga una sociedad de incluir a sus pobres, sus
enfermos o sus presos está la posibilidad de que ellos puedan sanar
sus heridas y ser constructores de una buena convivencia. La
reinserción social comienza insertando a todos nuestros hijos en las
escuelas, y a sus familias en trabajos dignos, generando espacios
públicos de esparcimiento y recreación, habilitando instancias de
participación ciudadana, servicios sanitarios, acceso a los
servicios básicos, por nombrar sólo algunas medidas. Ahí
empieza todo ese proceso de reinserción''.
''Celebrar
el Jubileo de la misericordia con ustedes -reiteró- es aprender a
no quedar presos del pasado, del ayer. Es aprender a abrir la puerta
al futuro, al mañana; es creer que las cosas pueden ser diferentes.
Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es invitarlos a
levantar la cabeza y a trabajar para ganar ese espacio de libertad
anhelado. Celebrar el Jubileo de
la misericordia con ustedes es repetir esa frase que escuchamos
recién tan bien dicha y con tanta fuerza: ''Cuando me dieron mi
sentencia, alguien me dijo: No te preguntes porqué estás aquí sino
para qué'' y que este ''para qué'' nos lleve adelante... nos haga
ir saltando las vallas de ese engaño social que cree que la
seguridad y el orden solamente se logra encarcelando''.
''Sabemos
que no se puede volver atrás, sabemos que lo realizado, realizado
está, pero he querido
celebrar con ustedes el Jubileo de la Misericordia para que quede
claro que eso no quiere decir que no haya posibilidad
de escribir una nueva historia hacia delante.. ''para
qué''. Ustedes sufren el dolor de la caída -y
ojalá todos nosotros suframos el dolor de las caídas escondidas y
tapadas- sienten el arrepentimiento de sus actos y sé que,
en tantos casos, entre grandes limitaciones, buscan rehacer su vida
desde la soledad. Han conocido la fuerza del dolor y del pecado, no
se olviden que también tienen a su alcance la fuerza de la
resurrección, la fuerza de la misericordia divina que hace nuevas
todas las cosas. Ahora les puede tocar la parte más dura, más
difícil, pero que posiblemente sea la que más fruto genere, luchen
desde acá dentro por revertir las situaciones que generan más
exclusión. Hablen con los suyos, cuenten su experiencia, ayuden a
frenar el círculo de la violencia y la exclusión. Quien ha sufrido
el dolor al máximo, y que podríamos decir ''experimentó el
infierno'', puede volverse un profeta en la sociedad. Trabajen para
que esta sociedad que usa y tira no siga cobrándose victimas''.
''Y al decirles estas cosas -añadió
el Papa- recuerdo aquellas palabras de Jesús: “el que esté sin
pecado que tire la primera piedra”, y yo me tendría que ir. Al
decirles estas cosas no lo hago como quien da cátedra, con el dedo
en alto, lo hago desde la experiencia de mis propias heridas, de
errores y pecados que el Señor quiso perdonar y reeducar. Lo hago
desde la conciencia de que sin su gracia y mi vigilancia podría
volver a repetirlos. Hermanos, siempre me pregunto al entrar a una
cárcel: ¿Por qué ellos y no yo? Y es un misterio de la
misericordia divina; pero esa misericordia divina hoy la estamos
celebrando todos mirando hacia delante en esperanza''.
Por
último, el Papa se dirigió a todo el personal que de una forma u
otra tenía que ver con los detenidos, instándoles a no olvidar que
podían ser ''signos de la entrañas del Padre.Nos
necesitamos uno a otro, nos decía nuestra hermana recién recordando
la carta a los Hebreos: Siéntase encarcelados con ellos''.
Antes de darles la bendición invitó
a todos los presentes a rezar un rato en silencio: ''Cada uno sabe lo
que le va a decir al Señor -dijo - cada uno sabe de qué pedir
perdón. Pero también le pido a ustedes que en esta oración de
silencio agrandemos el corazón para poder perdonar a la sociedad que
no supo ayudarnos y que tantas veces nos empujó a los errores. Que
cada uno pida a Dios, desde la intimidad del corazón, que nos ayude
a creer en su misericordia''.
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