Ciudad
del Vaticano, 30 noviembre 2015 (VIS).-''Hoy Bangui se convierte en
la capital espiritual del mundo. El Año Santo de la Misericordia
viene anticipadamente a esta tierra. Una tierra que sufre desde años
la guerra, el odio, la incomprensión, la falta de paz. Pero en esta
tierra sufriente, también están todos los países del mundo que
pasan por la cruz de la guerra''. Estas fueron las palabras del Papa
Francisco ayer tarde en la catedral de Nuestra Señora de la
Inmaculada Concepción de Bangui antes de abrir la Puerta Santa y dar
inicio al Jubileo de la Misericordia.
Bangui
se convierte así, como subrayó Francisco, en la capital espiritual
de la oración por la misericordia del Padre. ''Todos nosotros
pedimos paz, misericordia, reconciliación, perdón. Para Bangui,
para toda la República Centroafricana y para todo el mundo, para los
países que sufren la guerra pidamos la paz'', exclamó, invitando a
todos a repetir en voz alta: ''Todos juntos pedimos amor y paz''. El
Papa alzó también su voz en la lengua sangó de la República
Centoafricana para pedir ''Doyé Siriri'' (amor y paz)'' .
Y
con esa oración comenzó el Año Santo tras el rito de apertura
de la Puerta de la Misericordia.''Abrid las puertas de justicia; Esta
es la puerta del Señor; Accedo a tu casa, Señor'' dijo Francisco
antes de entrar solo y por primero en la catedral donde lo esperaban
los sacerdotes,religiosos, religiosas y seminaristas de la República
Centroafricana para participar en la santa misa y escuchar la homilía
del Papa en la que reiteró que todos sin excepción esperabámos
''la gracia, la limosna de la paz'' y lanzó un nuevo llamamiento a
los que empuñan injustamente las armas de este mundo : ''Depongan
estos instrumentos de muerte; ármense más bien con la justicia, el
amor y la misericordia, garantías de auténtica paz''.
Publicamos
a continuación el texto integral de la homilía pronunciada por el
Santo Padre:
''En
este primer Domingo de Adviento, tiempo litúrgico de la espera del
Salvador y símbolo de la esperanza cristiana, Dios ha guiado mis
pasos hasta ustedes, en este tierra, mientras la Iglesia universal se
prepara para inaugurar el Año Jubilar de la Misericordia Me alegra
de modo especial que mi visita pastoral coincida con la apertura de
este Año Jubilar en su país. Desde esta Catedral, mi corazón y mi
mente se extiende con afecto a todos los sacerdotes, consagrados y
agentes de pastoral de este país, unidos espiritualmente a nosotros
en este momento. Por medio de ustedes, saludo también a todos los
centroafricanos, a los enfermos, a los ancianos, a los golpeados por
la vida. Algunos de ellos tal vez están desesperados y no tienen ya
ni siquiera fuerzas para actuar, y esperan sólo una limosna, la
limosna del pan, la limosna de la justicia, la limosna de un gesto de
atención y de bondad. Y todos nosotros esperamos la gracia, la
limosna de la paz''.
Al
igual que los apóstoles Pedro y Juan, cuando subían al templo y no
tenían ni oro ni plata que dar al pobre paralítico, vengo a
ofrecerles la fuerza y el poder de Dios que curan al hombre, lo
levantan y lo hacen capaz de comenzar una nueva vida, ''cruzando a la
otra orilla'' . Jesús no nos manda solos a la otra orilla, sino que
en cambio nos invita a realizar la travesía con Él, respondiendo
cada uno a su vocación específica. Por eso, tenemos que ser
conscientes de que si no es con Él no podemos pasar a la otra
orilla, liberándonos de una concepción de familia y de sangre que
divide, para construir una Iglesia-Familia de Dios abierta a todos,
que se preocupa por los más necesitados. Esto supone estar más
cerca de nuestros hermanos y hermanas, e implica un espíritu de
comunión. No se trata principalmente de una cuestión de medios
económicos, sino de compartir la vida del pueblo de Dios, dando
razón de la esperanza que hay en nosotros y siendo testigos de la
infinita misericordia de Dios que, como subraya el salmo responsorial
de este domingo, ''es bueno [y] enseña el camino a los pecadores'' .
Jesús nos enseña que el Padre celestial ''hace salir su sol sobre
malos y buenos'' . Nosotros también, después de haber experimentado
el perdón, tenemos que perdonar. Esta es nuestra vocación
fundamental: ''Por tanto, sean perfectos, como es perfecto el Padre
celestial'' . Una de las exigencias fundamentales de esta vocación a
la perfección es el amor a los enemigos, que nos previene de la
tentación de la venganza y de la espiral de las represalias sin fin.
Jesús ha insistido mucho sobre este aspecto particular del
testimonio cristiano . Los agentes de evangelización, por tanto, han
de ser ante todo artesanos del perdón, especialistas de la
reconciliación, expertos de la misericordia. Así podremos ayudar a
nuestros hermanos y hermanas a ''cruzar a la otra orilla'',
revelándoles el secreto de nuestra fuerza, de nuestra esperanza, de
nuestra alegría, que tienen su fuente en Dios, porque están
fundados en la certeza de que Él está en la barca con nosotros.
Como hizo con los Apóstoles en la multiplicación de los panes, el
Señor nos confía sus dones para que nosotros los distribuyamos por
todas partes, proclamando su palabra que afirma: ''Ya llegan días en
que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de
Judá'' .
En
los textos litúrgicos de este domingo, descubrimos algunas
características de esta salvación que Dios anuncia, y que se
presentan como otros puntos de referencia para guiarnos en nuestra
misión. Ante todo, la felicidad prometida por Dios se anuncia en
términos de justicia. El Adviento es el tiempo para preparar
nuestros corazones a recibir al Salvador, es decir el único Justo y
el único Juez que puede dar a cada uno la suerte que merece. Aquí,
como en otras partes, muchos hombres y mujeres tienen sed de respeto,
de justicia, de equidad, y no ven en el horizonte señales positivas.
A ellos, Él viene a traerles el don de su justicia. Viene a hacer
fecundas nuestras historias personales y colectivas, nuestras
esperanzas frustradas y nuestros deseos estériles. Y nos manda a
anunciar, sobre todo a los oprimidos por los poderosos de este mundo,
y también a los que sucumben bajo el peso de sus pecados: ''En
aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán
tranquilos, y la llamarán así: ''El Señor es nuestra justicia”''.
Sí, Dios es Justicia. Por eso nosotros, cristianos, estamos llamados
a ser en el mundo los artífices de una paz fundada en la justicia.
La
salvación que se espera de Dios tiene también el sabor del amor. En
efecto, preparándonos a la Navidad, hacemos nuestro de nuevo el
camino del pueblo de Dios para acoger al Hijo que ha venido a
revelarnos que Dios no es sólo Justicia sino también y sobre todo
Amor. Por todas partes, y sobre todo allí donde reina la violencia,
el odio, la injusticia y la persecución, los cristianos estamos
llamados a ser testigos de este Dios que es Amor. Al mismo tiempo que
animo a los sacerdotes, consagrados y laicos de este país, que viven
las virtudes cristianas, incluso heroicamente, reconozco que a veces
la distancia que nos separa de ese ideal tan exigente del testimonio
cristiano es grande. Por eso rezo haciendo mías las palabras de san
Pablo: ''Que el Señor los colme y los haga rebosar de amor mutuo y
de amor a todos'' . En este sentido, lo que decían los paganos sobre
los cristianos de la Iglesia primitiva ha de estar presente en
nuestro horizonte como un faro: ''Miren cómo se aman, se aman de
verdad''.
Por
último, la salvación de Dios proclamada tiene el carácter de un
poder invencible que vencerá sobre todo. De hecho, después de haber
anunciado a sus discípulos las terribles señales que precederán su
venida, Jesús concluye: ''Cuando empiece a suceder esto, tengan
ánimo y levanten la cabeza; se acerca su liberación'' . Y, si san
Pablo habla de un amor ''que crece y rebosa'', es porque el
testimonio cristiano debe reflejar esta fuerza irresistible que narra
el Evangelio. Jesús, también en medio de una agitación sin
precedentes, quiere mostrar su gran poder, su gloria incomparable, y
el poder del amor que no retrocede ante nada, ni frente al cielo en
convulsión, ni frente a la tierra en llamas, ni frente al mar
embravecido. Dios es más fuerte que cualquier otra cosa. Esta
convicción da al creyente serenidad, valor y fuerza para perseverar
en el bien frente a las peores adversidades. Incluso cuando se
desatan las fuerzas del mal, los cristianos han de responder al
llamado de frente, listos para aguantar en esta batalla en la que
Dios tendrá la última palabra. Y será una palabra de amor.
Lanzo
un llamamiento a todos los que empuñan injustamente las armas de
este mundo: Depongan estos instrumentos de muerte; ármense más bien
con la justicia, el amor y la misericordia, garantías de auténtica
paz. Discípulos de Cristo, sacerdotes, religiosos, religiosas y
laicos comprometidos en este país que lleva un nombre tan sugerente,
situado en el corazón de África, y que está llamado a descubrir al
Señor como verdadero centro de todo lo que es bueno: la vocación de
ustedes es la de encarnar el corazón de Dios en medio de sus
conciudadanos. Que el Señor nos afiance y nos haga presentarnos ante
''Dios nuestro Padre santos e irreprochables en la venida de nuestro
Señor Jesús con todos sus santos''. ''¡Reconciliación, perdón,
amor y paz!''.
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