Ciudad
del Vaticano, 8 de octubre de 2015 (Vis).-El arzobispo Paul Richard
Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados, intervino
hoy en Brescia (Italia) en el acto titulado ''Diálogo entre los
Pueblos en el nombre de Pablo VI'' que conmemora el 50 aniversario de
la visita del beato Pablo VI a la Asamblea General de las Naciones
Unidas en Nueva York el 4 de octubre de 1965.
El
prelado recordó que ya pocos meses después del inicio de su
pontificado en la encíclica ''Ecclesiam suam'', Pablo VI proponía
el diálogo entre la Iglesia y el mundo contemporáneo como piedra
angular de su pontificado, asignando un lugar fundamental al diálogo
entre los pueblos para garantizar la paz y el desarrollo humano
equitativo. ''El Papa Montini -dijo mons. Gallagher - consideraba el
tema de la paz como un deber urgente e imperativo, puesto de relieve
tanto por las reflexiones doctrinales sobre el papel de la Iglesia
en el mundo actual, como por el desarrollo de las instituciones
internacionales, tras la interrupción causada por la Segunda Guerra
Mundial''. No debemos olvidar que los años del su pontificado fueron
los de la amenaza de una guerra nuclear, del armamentismo
desenfrenado, de la difícil, y a veces trágica, "crisis"
de la Guerra Fría, de la construcción del muro de Berlín, la
crisis de los misiles cubanos, el comienzo de la intervención
estadounidense en Vietnam y muchos otros conflictos menores.
En
cuanto al diálogo entre los Estados y la construcción de la paz,
mons. Gallagher destacó el mensaje memorable de Pablo VI a la ONU
en 1965, en el que señalaba cuatro puntos claves de la misión de
ese organismo: Ofrecer a los estados una fórmula de coexistencia
pacífica, un especie de ciudadanía internacional. Trabajar para
unir a las naciones, sin dejar de lado a ninguno. Seguir la fórmula
de la igualdad, es decir que ningún Estado puede ser superior a
otro. Considerar el pacto jurídico que une a las naciones en la ONU
como un juramento solemne que debe cambiar la historia futura del
mundo: ''No más guerra, no más guerra''. A estos cuatro puntos, el
Pontífice añadió otros dos fundamentales para el desarrollo y la
dignidad del ser humano: la paz no se construye solamente con la
política y con el equilibrio de fuerzas e intereses, sino con el
espíritu, con las ideas, con las obras de la paz. Se trabaja para el
desarrollo y en pro de los derechos y los deberes fundamentales del
ser humano. El diálogo internacional trata principalmente la
cuestión de la vida humana que es sagrada.
Por
otra parte, en la segunda parte de la Encicilica Populorum
Progressio, "Hacia el desarrollo de la humanidad" Pablo VI,
abordando con gran lucidez las relaciones económicas, señalaba las
finanzas y el crédito, por una parte, y el comercio internacional
por otra, como áreas prioritarias de trabajo conjunto subrayando,
entre otras cosas, la necesidad de un fondo mundial, para ayudar a
los países pobres, alimentado por las naciones ricas gracias sobre
todo a la contención de los gastos militares. Respecto al comercio
internacional, observaba que los esfuerzos financieros y técnicos
desplegados para ayudar a los países en desarrollo, serían
ilusorios si su resultado fuera cancelado por el juego de las
relaciones comerciales entre los países ricos y los países pobres.
''Se
sabe además- noto el arzobispo Gallagher- que el Papa Montini veía
el nacionalismo y el racismo como obstáculos fundamentales para la
construcción de una comunidad internacional unida, basada en la
Carta de la ONU, en un sistema normativo y financiero justo y en el
respeto de los derechos humanos''.
Por
último el prelado habló de la presencia internacional que adquirió
la Santa Sede durante el pontificado de Pablo VI, entrando como
Observador en 1964 en la Asamblea General de las Naciones Unidas,
participando posteriormente como miembro, en la Conferencia de las
Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) y a menudo en
calidad de observador, en muchos organismos internacionales y muchas
convenciones: desde la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra, al
ECOSOC (Consejo Económico y Social de la ONU), a la Organización
Internacional del Trabajo y la Organización Mundial de la Salud, o
el Consejo de Europa y la Organización de los Estados Americanos.
Siempre
entre los años 1963 y 1978 la Santa Sede participó en el
desarrollo del sistema internacional de protección de los derechos
humanos con la adhesión a la Convención contra la Discriminación
Racial, la adhesión al Tratado de no proliferación de las armas
nucleares y la participación en la Conferencia de Cooperación y
Seguridad en Europa.
El
beato Pablo VI -agregó mons. Gallagher- continuó los esfuerzos de
san Juan XXIII, en la apertura a los países de Europa del Este, y
sumó al objetivo del reconocimiento de los derechos de la Santa
Sede, el deseo de promover la libertad religiosa - incluida la
libertad de la Iglesia Católica - y de promover la paz y la armonía
entre los pueblos. El Tratado sobre la no proliferación de las armas
nucleares, ratificado por la Santa Sede el 25 de febrero 1971, fue
parte de los esfuerzos para contener la carrera nuclear pero también
sirvió para establecer canales de diálogo con las autoridades de la
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Por
último, la Santa Sede, en calidad de Estado,fue invitada por el
Pacto de Varsovia a participar en el proceso de Helsinki (1969-1975)
que culminó con el Acta de Helsinki que sentaba las bases para un
ejercicio mínimo de libertad de pensamiento, conciencia, religión o
credo para los ciudadanos de Europa Oriental.
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