Ciudad
del Vaticano, 21 octubre 2015
(VIS).- El Santo Padre, durante la catequesis de la audiencia general
en la Plaza de San Pedro, ha reflexionado acerca de la fidelidad a
la promesa de amor entre el hombre y la mujer sobre la cual está
fundada la familia, y que lleva en sí el compromiso de acoger y
educar a los hijos, cuidar de los padres ancianos y de los miembros
más débiles de la familia, ayudándose mutuamente a desarrollar las
propias cualidades y a aceptar los límites.
''Una
familia que se cierra en sí misma - dijo- es una contradicción, una
mortificación de la promesa que la dio a luz y la hace vivir. No
olvidéis nunca que la identidad de la familia es siempre una promesa
que se extiende y se difunde todos sus miembros y también a la
entera humanidad... El amor, así como la amistad, deben su fuerza y
su propia belleza al hecho de que generan un vínculo sin quitar la
libertad. El amor es libre, la promesa de la familia es libre, y esa
es la belleza. Sin libertad no hay amistad, sin libertad no hay amor,
sin libertad no hay matrimonio. Por lo que la libertad y la fidelidad
no se oponen sino que se sostienen mutuamente, en las relaciones
interpersonales como en las sociales. Tanto es así que basta
observar los daños que produce la inflación de promesas no
mantenidas en diversos ámbitos y la indulgencia por la infidelidad a
la palabra dada y a los compromisos aceptados''.
''Ser
fiel a las promesas -subrayó- es una obra de arte de humanidad.
Ninguna relación de amor, ninguna amistad y ninguna forma de querer,
llega a la altura de nuestro deseo y de nuestra esperanza, si no
llega a habitar ''este milagro del alma'', que es la fuerza y la
persuasión de la fidelidad, que no dejan de encantarnos y de
sorprendernos Ninguna otra escuela puede enseñar la verdad del amor,
si la familia no lo hace.Ninguna ley puede imponer la belleza y la
herencia de este tesoro de la dignidad humana, si el vínculo
personal entre el amor y la generación no lo escribe en nuestra
carne''.
Francisco
recordó antes de finalizar que ''nuestra fidelidad a la promesa está
siempre encomendada a la gracia y la misericordia de Dios. El amor
por la familia humana, en las ocasiones buenas y en las malas, es una
cuestión de honor para la Iglesia. ¡Qué Dios nos conceda estar a
la altura de esta promesa!''.
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