Ciudad
del Vaticano, 15 de septiembre de 2015 (Vis).-''Confiar en Jesús
misericordioso como María: Haced lo que Él os diga'', es el título
del Mensaje del Santo Padre para la XXIV Jornada Mundial del Enfermo
(11 de febrero memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes)
Este año la Jornada se celebrará solemnemente en Tierra Santa y, el
Papa con ese motivo, reflexiona sobre el relato evangélico de las
bodas de Caná, recordando que la enfermedad, sobre todo la grave,
pone en crisis la existencia humana y trae consigo interrogantes que
excavan en lo más profundo de la persona.El texto, que ofrecemos a
continuación, está fechado en el Vaticano el 15 de setiembre de
2015 memoria de la Bienaventurada Virgen María Dolorosa:
''La
XXIV Jornada Mundial del Enfermo me ofrece la oportunidad para estar
especialmente cerca de vosotras, queridas personas enfermas, y de los
que se ocupan de vosotras.
Debido
a que este año, dicha jornada será celebrada de manera solemne en
tierra Santa, propongo meditar la narración evangélica de las bodas
de Caná , en las que Jesús hizo su primer milagro gracias a la
intervención de su Madre. El tema elegido - Confiar en Jesús
misericordioso como María: ''Haced lo que Él os diga'' se inscribe
muy bien en el marco del Jubileo extraordinario de la Misericordia.
La Celebración eucarística central de la Jornada tendrá lugar el
11 de febrero de 2016, memoria litúrgica de la Beata Virgen María
de Lourdes, precisamente en Nazaret, donde ''la Palabra se hizo
carne, y puso su Morada entre nosotros''. Jesús inicio allí su
Misión salvífica, asumiendo para sí las palabras del profeta
Isaías, como nos refiere el evangelista Lucas: ''El Espíritu del
Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar
a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los
cautivos y la vista a los ciegos; para dar la libertad a los
oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor''.
La
enfermedad, especialmente aquella grave, pone siempre en crisis la
existencia humana y trae consigo interrogantes que excavan en lo
íntimo. El primer momento a veces puede ser de rebelión: ¿Por qué
me ha sucedido justo a mí? Se puede entrar en desesperación, pensar
que todo está perdido y que ya nada tiene sentido…
En
estas situaciones, por un lado la fe en Dios es puesta a la prueba,
pero al mismo tiempo revela toda su potencialidad positiva. No porque
la fe haga desaparecer la enfermedad, el dolor, o los interrogantes
que derivan de ello; sino porque ofrece una clave con la cual podemos
descubrir el sentido más profundo de lo que estamos viviendo; una
clave que nos ayuda a ver de que modo la enfermedad puede ser el
camino para llegar a una cercanía más estrecha con Jesús, que
camina a nuestro lado, cargando la Cruz. Y esta clave nos la
proporciona su Madre, María, experta de este camino.
En
las bodas de Caná, María es la mujer atenta que se da cuenta de un
problema muy importante para los esposos: se ha acabado el vino,
símbolo del gozo de la fiesta. María descubre la dificultad, en
cierto sentido la hace suya y, con discreción, actúa rápidamente.
No se limita a mirar, y menos aún se detiene a hacer juicios, sino
que se dirige a Jesús y le presenta el problema tal cual es: ''No
tienen vino'' . Y cuando Jesús le hace presente que aún no ha
llegado el momento para que Él se revele, dice a los sirvientes:
''Haced lo que Él os diga'' . Entonces Jesús realiza el milagro,
transformando una gran cantidad de agua en vino, en un vino que
aparece de inmediato como el mejor de toda la fiesta. ¿Qué
enseñanza podemos obtener del misterio de las bodas de Caná para la
Jornada Mundial del Enfermo?
El
banquete de bodas de Caná es un icono de la Iglesia: en el centro
está Jesús misericordioso que realiza la señal; a su alrededor
están los discípulos, las primicias de la nueva comunidad; y cerca
a Jesús y a sus discípulos, está María, Madre previdente y
orante. María participa en el gozo de la gente común y contribuye a
aumentarla; intercede ante su Hijo por el bien de los esposos y de
todos los invitados. Y Jesús no rechazó la petición de su Madre.
¡Cuánta esperanza en este acontecimiento para todos nosotros!
Tenemos una Madre que tiene sus ojos atentos y buenos, como su Hijo;
su corazón materno está lleno de misericordia, como Él; las manos
que quieren ayudar, como las manos de Jesús que partían el pan para
quien estaba con hambre, que tocaban a los enfermos y les curaba.
Esto nos llena de confianza y hace que nos abramos a la gracia y a la
misericordia de Cristo. La intercesión de María nos hace
experimentar la consolación por la cual el apóstol Pablo bendice a
Dios: ''¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos
consuela en todas nuestras tribulaciones, para poder nosotros
consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo
con que nosotros somos consolados por Dios! Pues así como abundan en
nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por
Cristo nuestra consolación''. María es la Madre ''consolada'' que
consuela a sus hijos.
En
Caná se perfilan los rasgos característicos de Jesús y de su
misión: Él es Aquel que socorre al que está en dificultad y en la
necesidad. En efecto, en su ministerio mesiánico curará a muchos de
sus enfermedades, malestares y malos espíritus, donará la vista a
los ciegos, hará caminar a los cojos, restituirá la salud y la
dignidad a los leprosos, resucitará a los muertos, a los pobres
anunciará la buena nueva. La petición de María, durante el
banquete nupcial, sugerida por el Espíritu Santo a su corazón
materno, hizo surgir no sólo el poder mesiánico de Jesús, sino
también su misericordia.
En
la solicitud de María se refleja la ternura de Dios. Y esa misma
ternura se hace presente en la vida de muchas personas que se
encuentran al lado de los enfermos y saben captar sus necesidades,
aún las más imperceptibles, porque miran con ojos llenos de amor.
¡Cuántas veces una madre a la cabecera de su hijo enfermo, o un
hijo que se ocupa de su padre anciano, o un nieto que está cerca del
abuelo o de la abuela, pone su invocación en las manos de la Virgen!
Para nuestros seres queridos que sufren debido a la enfermedad
pedimos en primer lugar la salud; Jesús mismo manifestó la
presencia del Reino de Dios precisamente a través de las curaciones:
''Id y contad a Juan lo que oís y lo que veis: Los ciegos ven, los
cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen y los
muertos resucitan''. Pero el amor animado por la fe hace que pidamos
para ellos algo más grande que la salud física: pedimos una paz,
una serenidad de la vida que parte del corazón y que es don de Dios,
fruto del Espíritu Santo que el Padre no niega nunca a los que le
piden con confianza.
En
la escena de Caná, además de Jesús y de su Madre, están los que
son llamados los ''sirvientes'', que reciben de Ella esta indicación:
''Haced lo que Él os diga'' (Jn 2,5). Naturalmente el milagro tiene
lugar por obra de Cristo; sin embargo, Él quiere servirse de la
ayuda humana para realizar el prodigio. Habría podido hacer aparecer
directamente el vino en las tinajas. Pero quiere contar con la
colaboración humana, y pide a los sirvientes que las llenen de agua.
¡Cómo es precioso y agradable a Dios ser servidores de los demás!
Esto más que otras cosas nos hace semejantes a Jesús, el cual ''no
ha venido para ser servido sino a servir'' . Estos personajes
anónimos del Evangelio nos enseñan mucho. No sólo obedecen, sino
que obedecen generosamente: llenaron las tinajas hasta el borde . Se
fían de la Madre, y de inmediato hacen bien lo que se les pide, sin
lamentarse, sin hacer cálculos.
En
esta Jornada Mundial del Enfermo podemos pedir a Jesús
misericordioso, a través de la intercesión de María, Madre suya y
nuestra, que conceda a todos nosotros esta disponibilidad al servicio
de los necesitados, y concretamente de nuestros hermanos y de
nuestras hermanas enfermas. A veces este servicio puede resultar
fatigoso, pesado, pero estamos seguros que el Señor no dejará de
transformar nuestro esfuerzo humano en algo divino. También nosotros
podemos ser manos, brazos, corazones que ayudan a Dios a realizar sus
prodigios, con frecuencia escondidos. También nosotros, sanos o
enfermos, podemos ofrecer nuestras fatigas y sufrimientos como el
agua que llenó las tinajas en las bodas de Caná y fue transformada
en el vino más bueno. Con la ayuda discreta a quien sufre, tal como
en la enfermedad, se toma en los propios hombros la cruz de cada día
y se sigue al Maestro ; y aunque el encuentro con el sufrimiento será
siempre un misterio, Jesús nos ayudará a revelar su sentido.
Si
sabremos seguir la voz de Aquella que dice también a nosotros:
''Haced lo que Él os diga'', Jesús transformará siempre el agua de
nuestra vida en vino apreciado. Así esta Jornada Mundial del
Enfermo, celebrada solemnemente en Tierra Santa, ayudará a realizar
el augurio que he manifestado en la Bula de convocación del Jubileo
Extraordinario de la Misericordia: ''Este Año Jubilar vivido en la
misericordia pueda favorecer el encuentro con el Hebraísmo, con el
Islam y con las demás religiones y con las otras nobles tradiciones
religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y
comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y
aleje cualquier forma de violencia y de discriminación'' . Cada
hospital o cada estructura de sanación sea signo visible y lugar
para promover la cultura del encuentro y de la paz, donde la
experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, así como también la
ayuda profesional y fraterna, contribuyan a superar todo límite y
toda división.
En
esto son ejemplo para nosotros las dos monjas canonizadas en el mes
de mayo último: santa María Alfonsina Danil Ghattas y santa María
de Jesús Crucificado Baouardy, ambas hijas de la Tierra Santa. La
primera fue testigo de mansedumbre y de unidad, ofreciendo un claro
testimonio de cuan importante es que seamos unos responsables de los
otros, de vivir uno al servicio del otro. La segunda, mujer humilde e
iletrada, fue dócil al Espíritu Santo y se volvió instrumento de
encuentro con el mundo musulmán.
A
todos los que están al servicio de los enfermos y de los que sufren,
deseo que sean animados por el espíritu de María, Madre de la
Misericordia. ''La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año
Santo, a fin de que todos podamos descubrir la alegría de la ternura
de Dios'' y llevarla impregnada en nuestros corazones y en nuestros
gestos. Confiemos a la intercesión de la Virgen las ansias y las
tribulaciones, junto con los gozos y las consolaciones, y dirijamos a
ella nuestra oración, a fin de que vuelva a nosotros sus ojos
misericordiosos, especialmente en los momentos de dolor, y nos haga
dignos de contemplar hoy y por siempre el Rostro de la misericordia,
a su Hijo Jesús.
Acompaño
a esta súplica por todos vosotros mi Bendición Apostólica''.
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