Ciudad
del Vaticano, 4 de marzo de 2015 (VIS).-Los abuelos fueron los
protagonistas de la audiencia general de los miércoles en la Plaza
de San Pedro. Prosiguiendo con la catequesis sobre la familia, el
Papa dedicó la de hoy a la problemática condición actual de los
ancianos, ''los abuelos'', advirtiendo de que la próxima será más
positiva y tratará de la vocación que corresponde a esta estapa de
la vida.
Gracias
a los avances de la medicina, observó el Santo Padre, la vida se ha
prolongado y el número de ancianos se multiplica, pero la sociedad
no se ha adaptado a esta realidad y no les da ni el lugar que deben
ocupar ni tiene en consideración su fragilidad y su dignidad.
''Mientras somos jóvenes -dijo- se nos induce a ignorar la vejez,
como si se tratara de una enfermedad que hay que evitar; después,
cuando envejecemos, especialmente si somos pobres y estamos enfermos
y solos, experimentamos las lagunas de una sociedad basada en
criterios de eficiencia que, en consecuencia ignora a los ancianos''.
Citando
la frase de Benedicto XVI cuando visitó una residencia para personas
mayores: ''La atención a los ancianos es la prueba de una
civilización'', el Pontífice exclamó: ''¡Una
civilización sale adelante si respeta la sabiduría de los
ancianos!. Al contrario, una civilización donde no hay lugar para
los ancianos o donde se les descarta porque crean problemas ...lleva
en sí el virus de la muerte''.
En
una época que en Occidente se considera como el siglo del
envejecimiento, dada la disminución de la natalidad y el aumento de
la población anciana, este desequilibrio interpela a toda la
sociedad y sin embargo, señaló el Papa, ''la cultura del lucro
insiste en presentar a los viejos como una carga, un "lastre".
No sólo no producen, sino que son una carga, en resumen hay que
descartarlos. Y descartarlos es
pecado. No se osa decirlo abiertamente pero se hace. ¡Hay
algo vil en este acostumbrarse a la cultura del descarte! Pero
nosotros estamos acostumbrados a descartar a la gente. Queremos
eliminar nuestro miedo galopante de la debilidad y la vulnerabilidad;
pero al hacerlo, aumentamos en los ancianos la angustia de que no se
les soporte y se les abandone''.
Francisco
recordó a este propósito que durante su ministerio en Buenos Aires
tuvo al alcance de la mano esta realidad. "Los ancianos están
abandonados, y no sólo en la precariedad material. Están
abandonados en la incapacidad egoísta de aceptar sus límites que
reflejan los nuestros, en las muchas dificultades que deben superar
para supervivir en una civilización que no les permite participar,
expresar su opinión, ni ser referentes según el modelo
consumista de que "sólo los jóvenes pueden ser útiles y
disfrutar". En cambio estos ancianos deberían ser, para toda
la sociedad, la reserva de sabiduría de nuestro pueblo. ¡Con qué
facilidad se adormece la conciencia cuando no hay amor!''.
En
la tradición de la Iglesia ''hay un bagaje de sabiduría que siempre
ha sostenido una cultura de cercanía a los ancianos y una
disposición para el acompañamiento afectuoso y solidario en esta
parte final de la vida. Esta tradición hunde sus raíces en la
Sagrada Escritura''. Por eso ''la Iglesia ni puede ni quiere
adaptarse a una mentalidad en que predomina la irritación, o peor
todavía la indiferencia y el desprecio hacia la vejez. Hay que
despertar el sentido colectivo de gratitud, de aprecio, de
hospitalidad, que haga sentir a los ancianos parte vital de su
comunidad. Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres, que
recorrieron antes que nosotros nuestras mismas calles, que vivieron
en nuestra misma casa y lucharon por una vida digna. Son hombres y
mujeres, de quienes hemos recibido mucho. Los ancianos no son algo
ajeno. Los ancianos somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho,
inevitablemente, de todas formas, aunque no lo pensemos''.
''Un
poco frágiles somos todos, los ancianos. Algunos, sin embargo, son
particularmente débiles, muchos están sólos y marcados por la
enfermedad. Algunos dependen de los cuidados indispensables y de la
atención de los demás. ¿Daremos por ello un paso atrás?¿Los
abandonaremos a su suerte? - se preguntó Francisco- .Una sociedad
sin proximidad, donde la gratuidad y el afecto sin contrapartidas -
incluso entre extraños - van desapareciendo, es una sociedad
perversa. La Iglesia, fiel a la Palabra de Dios, no puede tolerar
estas degeneraciones. Una comunidad cristiana en la que la proximidad
y la gratuidad no se considerasen indispensables, perdería su
alma''.''Donde no hay honor para las personas mayores -concluyó- no
hay futuro para los jóvenes''.
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