Ciudad
del Vaticano, 5 diciembre 2012
(VIS).-”El designio benevolente” de Dios para el hombre, del que
habla San Pablo en la Carta a los Efesios, ha sido el tema elegido
por el Santo Padre para la catequesis de la audiencia general de los
miércoles. La oración de bendición que el apóstol Pablo eleva a
Dios Padre en ese texto, ha dicho el Papa “nos introduce a vivir el
tiempo de Adviento, en el contexto del Año de la Fe. El tema de este
himno de alabanza es el plan de Dios para el hombre, definido con
términos de gozo, asombro y agradecimiento (...) de misericordia y
amor”.
El
apóstol eleva esta bendición a Dios porque “ve su obrar en la
historia de salvación, cuyo culmen ha sido la encarnación, muerte y
resurrección de Jesús, y comprende cómo el Padre nos ha elegido
antes de la creación del mundo para ser sus hijos adoptivos, en su
Hijo Unigénito, Jesucristo (...). El “designio benevolente”, que
el apóstol llama también el “plan de amor” es definido como
“el misterio” de la voluntad divina, escondido y manifestado
ahora en la persona y la obra de Cristo. La iniciativa divina
precede toda respuesta humana, es un don gratuito de su amor que nos
acoge y transforma”.
¿Cuál
es el objetivo final de este plan misterioso? Es el de “recapitular
en Cristo todas las cosas (...) y esto significa que en el gran
designio de la creación y de la historia, Cristo se alza como el
centro del camino del mundo, como la columna vertebral de todo, que
atrae hacia sí toda la realidad para superar la dispersión y el
límite y conducirla a la plenitud querida por Dios”.
Pero
este "designio benevolente", ha explicado Benedicto XVI,
“no se ha quedado, por decirlo de alguna forma, en el silencio de
Dios, en las alturas de su cielo: nos lo ha dado a conocer entrando
en relación con el ser humano, al cual no ha revelado algo, sino a
sí mismo. No ha comunicado simplemente un conjunto de verdades, se
ha comunicado a sí mismo, hasta llegar a ser uno de nosotros, a
encarnarse (...) Esta comunión en Cristo, por el Espíritu Santo,
ofrecida por Dios a todos los hombres con la luz de la Revelación,
no es algo que se superpone a nuestra humanidad, sino el
cumplimiento de los más profundos anhelos humanos, de ese deseo de
infinito y de plenitud que habita en las profundidades del ser
humano, y lo abre a una felicidad que no es temporal ni limitada,
sino eterna”.
En
esta perspectiva “el acto de fe es la respuesta del hombre a la
Revelación de Dios que se da a conocer, que manifiesta su “designio
benevolente” para la humanidad. Es (...) dejarse aferrar por la
Verdad que es Dios, una verdad que es amor. Todo esto conduce a (...)
una “conversión”, a un cambio de mentalidad, porque el Dios que
se ha revelado en Cristo y nos ha dado a conocer su designio, nos
aferra, nos atrae hacia Él, se convierte en el sentido que sostiene
nuestra existencia, en la roca en la que ésta encuentra
estabilidad”.
El
Santo Padre ha concluido recordando que el Adviento “nos pone
frente ante al misterio luminoso de la venida del Hijo de Dios;
frente al gran "designio benevolente" con el que quiere
atraernos a Sí, para hacernos vivir en plena comunión de alegría y
paz con El y nos invita una vez más, en medio de tantas
dificultades, a renovar la certeza de que Dios está presente, de que
ha entrado en el mundo, haciéndose hombre como nosotros, para
llevar a la plenitud su designio de amor. Y Dios nos pide que
también nosotros seamos una señal de su acción en el mundo. A
través de nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor quiere,
siempre de nuevo (...) que su luz resplandezca en nuestra noche”.
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