Ciudad del Vaticano, 4 marzo 2012 (VIS).-A su regreso de la visita pastoral a la parroquia romana de San Juan Bautista de La Salle, el Santo Padre se asomó a la ventana de su estudio para recitar el ángelus con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro.
Antes de la oración, Benedicto XVI recordó que, en este segundo domingo de Cuaresma, el Evangelio narra el episodio de la Transfiguración de Cristo. Mateo, Marcos y Lucas concuerdan en los elementos esenciales: Jesús sube a un monte acompañado por los discípulos Pedro, Santiago y Juan, y se transfigura ante ellos; su rostro y sus vestiduras irradian una luz fulgurante. Una nube envuelve entonces la cima del monte y se oye la voz del Padre celeste: “Este es mi Hijo, el amado; escuchadle” (Mc 9,7).
El Papa explicó hay que contemplar el misterio de la Transfiguración en el contexto del camino que Jesús recorre. En ese periodo, se dirige al cumplimiento de su misión, sabiendo que deberá pasar a través de la cruz. Lo ha anunciado a sus discípulos, que no han comprendido o incluso han rechazado esta perspectiva. Por ello, Jesús lleva consigo tres discípulos al monte y “revela su gloria divina, esplendor de Verdad y de Amor. Jesús quiere que esta luz ilumine sus corazones cuando atraviesen la profunda oscuridad de su pasión y muerte, cuando el escándalo de la cruz sea insoportable para ellos”.
“Dios es luz -continuó el Pontífice- y Jesús quiere donar a sus amigos más íntimos la experiencia de esta luz que habita en Él. Así, tras este acontecimiento, Él será en ellos luz interior, capaz de protegerles de los asaltos de las tinieblas. Incluso en la noche más oscura, Jesús es la lámpara que no se apaga nunca”.
“Todos nosotros necesitamos luz interior para superar las pruebas de la vida. Esta luz viene de Dios, y es Cristo quien nos la da. (…) Subamos con Jesús al monte de la oración y, contemplando su rostro lleno de amor y verdad, dejémonos colmar interiormente de su luz”. Finalmente, Benedicto XVI invitó a los fieles a dedicar, cada día de esta Cuaresma, un momento a la oración silenciosa y a escuchar la Palabra de Dios.
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