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lunes, 20 de febrero de 2012

EL PAPA A LOS CARDENALES: TESTIMONIAD LA ALEGRIA DEL AMOR DE CRISTO


Ciudad del Vaticano, 19 de febrero de 2012 (VIS).-Benedicto XVI presidió esta mañana en la basílica vaticana la concelebración eucarística con los 22 nuevos cardenales creados en el consistorio de ayer. Al inicio de la santa misa, el cardenal Fernado Filoni, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, el primero de los nuevos purpurados, saludó al Papa en nombre de todos los cardenales.

Siguen extractos de la homilía pronunciada por el Santo Padre:

“En la segunda lectura que se acaba de proclamar, el apóstol Pedro exhorta a los 'presbíteros' de la Iglesia a ser pastores diligentes y solícitos del rebaño de Cristo. Estas palabras están dirigidas sobre todo a vosotros (…) La nueva dignidad que se os ha conferido quiere manifestar el aprecio por vuestro trabajo fiel en la viña del Señor, honrar a las comunidades y naciones de las cuales procedéis y de las que sois dignos representantes de la Iglesia, confiaros nuevas y más importantes responsabilidades eclesiales y, finalmente, pediros mayor disponibilidad para Cristo y para toda la comunidad cristiana. Esta disponibilidad al servicio del Evangelio está sólidamente fundada en la certeza de la fe”.

“El pasaje del Evangelio de hoy presenta a Pedro que, movido por una inspiración divina, expresa la propia fe fundada en Jesús, el Hijo de Dios y el Mesías prometido. En respuesta a esta límpida profesión de fe, que Pedro confiesa también en nombre de los otros apóstoles, Cristo le revela la misión que pretende confiarle, la de ser la «piedra», la «roca», el fundamento visible sobre el que está construido todo el edificio espiritual de la Iglesia. (…) Este pasaje evangélico (...) encuentra una más reciente y elocuente explicación en un elemento artístico (...) que embellece esta Basílica Vaticana: el altar de la Cátedra. Cuando se recorre la grandiosa nave central, una vez pasado el crucero, se llega al ábside y nos encontramos ante un grandioso trono de bronce que parece elevarse, pero que en realidad está sostenido por cuatro estatuas de grandes Padres de la Iglesia de Oriente y Occidente. Y, sobre el trono, circundado por una corona de ángeles suspendidos en el aire, resplandece en la ventana ovalada la gloria del Espíritu Santo. (…) Este complejo escultórico, fruto del genio de Bernini, representa una visión de la esencia de la Iglesia y, dentro de ella, del magisterio petrino”.

“La ventana del ábside abre la Iglesia hacia el externo, hacia la creación entera, mientras la imagen de la paloma del Espíritu Santo muestra a Dios como la fuente de la luz. Pero se puede subrayar otro aspecto: en efecto, la Iglesia misma es como una ventana, el lugar en el que Dios se acerca, se encuentra con el mundo. La Iglesia no existe por sí misma, no es el punto de llegada, sino que debe remitir más allá, hacia lo alto, por encima de nosotros. La Iglesia es verdaderamente ella misma en la medida en que deja trasparentar al Otro –con la «O» mayúscula– del cual proviene y al cual conduce. La Iglesia es el lugar donde Dios «llega» a nosotros, y desde donde nosotros «partimos» hacia Él; ella tiene la misión de abrir más allá de sí mismo ese mundo que tiende a creerse un todo cerrado y llevarle la luz que viene de lo alto, sin la cual sería inhabitable”.

“La gran cátedra de bronce contiene un sitial de madera del siglo IX, que por mucho tiempo se consideró la cátedra del apóstol Pedro, y que fue colocada precisamente en ese altar monumental por su alto valor simbólico. Ésta, en efecto, expresa la presencia permanente del Apóstol en el magisterio de sus sucesores. El sillón de san Pedro, podemos decir, es el trono de la verdad, que tiene su origen en el mandato de Cristo”.

“La Cátedra de Pedro evoca otro recuerdo: la célebre expresión de san Ignacio de Antioquia, que en su carta a los Romanos llama a la Iglesia de Roma 'aquélla que preside en la caridad'. En efecto, el presidir en la fe está inseparablemente unido al presidir en el amor. Una fe sin amor nunca será una fe cristiana autentica. (...) El término 'caridad', en efecto, se utilizaba en la Iglesia de los orígenes para indicar también la Eucaristía (…) Por tanto, 'presidir en la caridad' significa atraer a los hombres en un abrazo eucarístico, el abrazo de Cristo, que supera toda barrera y toda exclusión, creando comunión entre las múltiples diferencias. El ministerio petrino, pues, es primado de amor en sentido eucarístico, es decir, solicitud por la comunión universal de la Iglesia en Cristo. Y la Eucaristía es forma y medida de esta comunión, y garantía de que ella se mantenga fiel al criterio de la tradición de la fe”.

“La gran Cátedra está apoyada sobre los Padres de la Iglesia (…) representando la totalidad de la tradición y, por tanto, la riqueza de las expresiones de la verdadera fe en la santa y única Iglesia. Este elemento del altar nos dice que el amor se asienta sobre la fe. Y se resquebraja si el hombre ya no confía en Dios ni le obedece. Todo en la Iglesia se apoya sobre la fe: los sacramentos, la liturgia, la evangelización, la caridad. También el derecho, también la autoridad en la Iglesia se apoyan en la fe. La Iglesia no se da a sí misma las reglas, el propio orden, sino que lo recibe de la Palabra de Dios, que escucha en la fe y trata de comprender y vivir. (…) Las Sagradas Escrituras, interpretadas autorizadamente por el Magisterio a la luz de los Padres, iluminan el camino de la Iglesia en el tiempo, asegurándole un fundamento estable en medio a los cambios históricos”.

“Tras haber considerado los diversos elementos del altar de la Cátedra, dirijamos una mirada al conjunto. Vemos que está atravesado por un doble movimiento: de ascensión y de descenso. Es la reciprocidad entre la fe y el amor. (…)  Una fe egoísta no es una fe verdadera. Quien cree en Jesucristo y entra en el dinamismo del amor que tiene su fuente en la Eucaristía, descubre la verdadera alegría y, a su vez, es capaz de vivir según la lógica de este don. La verdadera fe es iluminada por el amor y conduce al amor, hacia lo alto, del mismo modo que el altar de la Cátedra apunta hacia la ventana luminosa, la gloria del Espíritu Santo, que constituye el verdadero punto focal para la mirada del peregrino que atraviesa el umbral de la Basílica Vaticana. (...) Dios no es soledad, sino amor glorioso y gozoso, difusivo y luminoso”.

“A nosotros, a cada cristiano, se nos confía el don de este amor: un don que hemos de ofrecer a los demás con el testimonio de nuestra vida. Esta es, en particular, vuestra tarea, venerados hermanos cardenales: dar testimonio de la alegría del amor de Cristo”.

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