CIUDAD DEL VATICANO, 19 NOV 2011 (VIS).-Hacia las 11 de la mañana, el Santo Padre llegó al seminario de San Galo, en Ouidah, donde visitó las tumbas del cardenal Bernardin Gantin, primer africano jefe de un dicasterio de la Curia romana; y de su maestro Mons. Louis Parisot, S.M.A., primer arzobispo de Cotonou y vicario apostólico de Dahomey y Ouidah.
En el patio del antiguo seminario, centenares de sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y laicos esperaban a Benedicto XVI. El Papa expresó su alegría por encontrarse de nuevo con ellos, así como su gratitud por la labor pastoral que realizan, a menudo en condiciones difíciles.
Refiriéndose a la Exhortación apostólica postsinodal “Africae munus”, el Pontífice recordó que en ella se abordan los temas de la paz, la justicia y la reconciliación, y afirmó: “Estos tres valores se imponen como un ideal evangélico fundamental en la vida bautismal, y requieren una sana aceptación de vuestra identidad de sacerdotes, consagrados y fieles laicos”.
A los sacerdotes dijo que “la responsabilidad de promover la paz, la justicia y la reconciliación, os incumbe de una manera muy particular. En efecto, por la sagrada ordenación que recibisteis, y por los sacramentos que celebráis, estáis llamados a ser hombres de comunión. (…) Os animo a dejar trasparentar a Cristo en vuestra vida mediante una auténtica comunión con el obispo, una bondad real hacia vuestros hermanos, una profunda solicitud por cada bautizado y una gran atención hacia cada persona. Dejándoos modelar por Cristo, no cambiéis jamás la belleza de vuestro ser sacerdotes por realidades efímeras, a veces malsanas, que la mentalidad contemporánea intenta imponer a todas las culturas”.
En sus palabras a los religiosos, destacó que “la vida consagrada es un seguimiento radical de Jesús. Que vuestra opción incondicional por Cristo os conduzca a un amor sin fronteras por el prójimo. (…) Pobreza, obediencia y castidad aumenten en vosotros la sed de Dios y el hambre de su Palabra, que, al crecer, se convierte en hambre y sed para servir al prójimo hambriento de justicia, paz y reconciliación”.
Benedicto XVI advirtió a los seminaristas: “Sin la lógica de la santidad, el ministerio no es más que una simple función social. (…) Ante los retos de la existencia humana, el sacerdote de hoy como el de mañana –si quiere ser testigo creíble al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación– debe ser un hombre humilde y equilibrado, prudente y magnánimo”.
Los fieles laicos, también están llamados a ser “sal de la tierra y luz del mundo” en medio de la realidad cotidiana, contribuyendo a la paz, la justicia y la reconciliación. Esta tarea requiere, en primer lugar, “fe en la familia construida según el designio de Dios, y una fidelidad a la esencia misma del matrimonio cristiano. (…) Gracias a la fuerza de la oración, ‘se transforma y se mejora gradualmente la vida personal y familiar, se enriquece el diálogo, se transmite la fe a los hijos, se acrecienta el gusto de estar juntos y el hogar se une y consolida más’ (…) Haciendo reinar en vuestras familias el amor y el perdón, contribuís a la edificación de una Iglesia fuerte y hermosa, y a que haya más justicia y paz en toda la sociedad”.
Los catequistas, “valientes misioneros en el corazón de las realidades más humildes”, han de ofrecer “con esperanza y determinación indefectibles, su ayuda singular y del todo necesaria para la propagación de la fe en fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia”.
Para terminar, el Pontífice subrayó que “el amor por el Dios revelado y por su Palabra, el amor por los sacramentos y por la Iglesia, son un antídoto eficaz contra los sincretismos que extravían. Este amor favorece una justa integración de los valores auténticos de las culturas en la fe cristiana. Libera del ocultismo y vence los espíritus maléficos, porque se mueve por la potencia misma de la Santa Trinidad. Vivido profundamente, este amor es también un fermento de comunión que rompe todas las barreras, favoreciendo así la edificación de una Iglesia en la que no haya segregación entre los bautizados, pues todos son uno en Cristo Jesús”.
Tras la oración final, Benedicto XVI se trasladó a la basílica de la Inmaculada Concepción de Ouidah para firmar la Exhortación apostólica postsinodal “Africae munus”.
PV-BENIN/ VIS 20111119 (730)En el patio del antiguo seminario, centenares de sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y laicos esperaban a Benedicto XVI. El Papa expresó su alegría por encontrarse de nuevo con ellos, así como su gratitud por la labor pastoral que realizan, a menudo en condiciones difíciles.
Refiriéndose a la Exhortación apostólica postsinodal “Africae munus”, el Pontífice recordó que en ella se abordan los temas de la paz, la justicia y la reconciliación, y afirmó: “Estos tres valores se imponen como un ideal evangélico fundamental en la vida bautismal, y requieren una sana aceptación de vuestra identidad de sacerdotes, consagrados y fieles laicos”.
A los sacerdotes dijo que “la responsabilidad de promover la paz, la justicia y la reconciliación, os incumbe de una manera muy particular. En efecto, por la sagrada ordenación que recibisteis, y por los sacramentos que celebráis, estáis llamados a ser hombres de comunión. (…) Os animo a dejar trasparentar a Cristo en vuestra vida mediante una auténtica comunión con el obispo, una bondad real hacia vuestros hermanos, una profunda solicitud por cada bautizado y una gran atención hacia cada persona. Dejándoos modelar por Cristo, no cambiéis jamás la belleza de vuestro ser sacerdotes por realidades efímeras, a veces malsanas, que la mentalidad contemporánea intenta imponer a todas las culturas”.
En sus palabras a los religiosos, destacó que “la vida consagrada es un seguimiento radical de Jesús. Que vuestra opción incondicional por Cristo os conduzca a un amor sin fronteras por el prójimo. (…) Pobreza, obediencia y castidad aumenten en vosotros la sed de Dios y el hambre de su Palabra, que, al crecer, se convierte en hambre y sed para servir al prójimo hambriento de justicia, paz y reconciliación”.
Benedicto XVI advirtió a los seminaristas: “Sin la lógica de la santidad, el ministerio no es más que una simple función social. (…) Ante los retos de la existencia humana, el sacerdote de hoy como el de mañana –si quiere ser testigo creíble al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación– debe ser un hombre humilde y equilibrado, prudente y magnánimo”.
Los fieles laicos, también están llamados a ser “sal de la tierra y luz del mundo” en medio de la realidad cotidiana, contribuyendo a la paz, la justicia y la reconciliación. Esta tarea requiere, en primer lugar, “fe en la familia construida según el designio de Dios, y una fidelidad a la esencia misma del matrimonio cristiano. (…) Gracias a la fuerza de la oración, ‘se transforma y se mejora gradualmente la vida personal y familiar, se enriquece el diálogo, se transmite la fe a los hijos, se acrecienta el gusto de estar juntos y el hogar se une y consolida más’ (…) Haciendo reinar en vuestras familias el amor y el perdón, contribuís a la edificación de una Iglesia fuerte y hermosa, y a que haya más justicia y paz en toda la sociedad”.
Los catequistas, “valientes misioneros en el corazón de las realidades más humildes”, han de ofrecer “con esperanza y determinación indefectibles, su ayuda singular y del todo necesaria para la propagación de la fe en fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia”.
Para terminar, el Pontífice subrayó que “el amor por el Dios revelado y por su Palabra, el amor por los sacramentos y por la Iglesia, son un antídoto eficaz contra los sincretismos que extravían. Este amor favorece una justa integración de los valores auténticos de las culturas en la fe cristiana. Libera del ocultismo y vence los espíritus maléficos, porque se mueve por la potencia misma de la Santa Trinidad. Vivido profundamente, este amor es también un fermento de comunión que rompe todas las barreras, favoreciendo así la edificación de una Iglesia en la que no haya segregación entre los bautizados, pues todos son uno en Cristo Jesús”.
Tras la oración final, Benedicto XVI se trasladó a la basílica de la Inmaculada Concepción de Ouidah para firmar la Exhortación apostólica postsinodal “Africae munus”.
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