CIUDAD DEL VATICANO, 23 SEP 2011 (VIS).-Después de visitar la catedral de Erfurt, el Santo Padre se desplazó en automóvil hasta el antiguo convento de los Agustinos de la misma ciudad, para mantener un encuentro con el Consejo de la Iglesia Evangélica en Alemania. Dicha Iglesia está formada por la unión de 22 iglesias luteranas y cuenta con más de 24 millones de fieles, el 30% de la población.
A su llegada, Benedicto XVI fue acogido por el Presidente de la Iglesia Evangélica alemana, el Pastor Nikolaus Schneider, y por la Presidenta de la Iglesia Evangélica de Turingia, Ilse Junkermann, quienes lo acompañaron a la sala capitular, la única del edificio que se ha mantenido intacta desde los tiempos de Lutero.
El Pontífice expresó su emoción, como Obispo de Roma, por encontrarse en el lugar donde Martín Lutero estudió teología y fue ordenado sacerdote, en 1507. Recordó que “la cuestión de Dios fue la pasión profunda y el centro de la vida y del camino” del monje alemán. La pregunta que estuvo detrás de toda su investigación teológica y de su lucha interior fue: Cómo puedo tener un Dios misericordioso?
“No deja de sorprenderme –dijo Benedicto XVI- que esta pregunta haya sido la fuerza motriz de su camino. ¿Quién se ocupa actualmente de esta cuestión, incluso entre los cristianos? (…) La mayor parte de la gente, también de los cristianos, da hoy por descontado que, en último término, Dios no se interesa por nuestros pecados y virtudes”. En la práctica, “casi todos presuponemos que Dios deba ser generoso y, al final, en su misericordia, no tendrá en cuenta nuestras pequeñas faltas”. En este punto, el Pontífice se preguntó si realmente son tan pequeñas como nos parecen, y recordó que actualmente el mundo se destruye “a causa de la corrupción de los grandes, pero también de los pequeños”, a causa del poder de la droga, o de la creciente violencia “que se enmascara a menudo con la apariencia de religiosidad”.
Asimismo, “si fuese más vivo en nosotros el amor de Dios, y a partir de Él, el amor por el prójimo”, el hambre y la pobreza no podrían devastar zonas enteras del mundo. Por ello, el Papa aseguró que “el mal no es una nimiedad. No podría ser tan poderoso, si nosotros pusiéramos a Dios realmente en el centro de nuestra vida”. Así, la pregunta de Lutero: “¿Cómo se sitúa Dios respecto a mí, cómo me posiciono yo ante Dios?”, cobra de nuevo actualidad, “debe convertirse otra vez, y ciertamente de un modo nuevo, también en una pregunta nuestra. (…) Este Dios tiene un rostro y nos ha hablado en Jesucristo hecho hombre, se hizo uno de nosotros”.
Fe: la fuerza ecuménica más poderosa
La fe en Cristo es, precisamente, el punto de partida para relanzar el ecumenismo: “Lo más necesario para el ecumenismo es que, presionados por la secularización, no perdamos casi inadvertidamente las grandes cosas que tenemos en común, aquellas que de por sí nos hacen cristianos y que tenemos como don y tarea. Fue un error de la edad confesional haber visto mayormente aquello que nos separa, y no haber percibido en modo esencial lo que tenemos en común en las grandes pautas de la Sagrada Escritura y en las profesiones de fe del cristianismo antiguo”. En cambio, el gran progreso ecuménico de los últimos decenios ha sido que “nos dimos cuenta de esta comunión y (…) la reconocemos como nuestro fundamento imperecedero”.
Sin embargo, dos fenómenos ponen actualmente en peligro esta comunión. En primer lugar, “una nueva forma de cristianismo, que se difunde con un inmenso dinamismo misionero, a veces preocupante en sus formas (…) Es un cristianismo de escasa densidad institucional, con poco bagaje racional, menos aún dogmático, y con poca estabilidad”, y ante el cual “las Iglesias confesionales históricas se quedan frecuentemente perplejas”. Este fenómeno mundial “nos sitúa nuevamente ante la pregunta sobre qué es lo que permanece siempre válido y qué puede o debe cambiarse ante la cuestión de nuestra opción fundamental en la fe”.
El segundo fenómeno lo constituye “el contexto del mundo secularizado en el cual debemos vivir y dar testimonio hoy de nuestra fe. La ausencia de Dios en nuestra sociedad se nota cada vez más, la historia de su revelación, de la que nos habla la Escritura, parece relegada a un pasado lejano”.
Por ello, “la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino vivirla íntegramente en nuestro hoy. Se trata de una tarea ecuménica central. En esto debemos ayudarnos mutuamente, a creer cada vez más viva y profundamente. No serán las tácticas las que nos salven, las que salven el cristianismo, sino una fe pensada y vivida de un modo nuevo, mediante la cual Cristo, y con Él, el Dios viviente, entre en nuestro mundo. (…) La fe, vivida a partir de lo íntimo de nosotros mismos, en un mundo secularizado, será la fuerza ecuménica más poderosa que nos congregará, guiándonos a la unidad en el único Señor”.
Al terminar su discurso, Benedicto XVI se dirigió a la iglesia del antiguo convento de los Agustinos para participar en una celebración ecuménica junto a 300 personas, entre ellas representantes de otras iglesias protestantes alemanas.
PV-ALEMANIA/ VIS 23110923 (880)
A su llegada, Benedicto XVI fue acogido por el Presidente de la Iglesia Evangélica alemana, el Pastor Nikolaus Schneider, y por la Presidenta de la Iglesia Evangélica de Turingia, Ilse Junkermann, quienes lo acompañaron a la sala capitular, la única del edificio que se ha mantenido intacta desde los tiempos de Lutero.
El Pontífice expresó su emoción, como Obispo de Roma, por encontrarse en el lugar donde Martín Lutero estudió teología y fue ordenado sacerdote, en 1507. Recordó que “la cuestión de Dios fue la pasión profunda y el centro de la vida y del camino” del monje alemán. La pregunta que estuvo detrás de toda su investigación teológica y de su lucha interior fue: Cómo puedo tener un Dios misericordioso?
“No deja de sorprenderme –dijo Benedicto XVI- que esta pregunta haya sido la fuerza motriz de su camino. ¿Quién se ocupa actualmente de esta cuestión, incluso entre los cristianos? (…) La mayor parte de la gente, también de los cristianos, da hoy por descontado que, en último término, Dios no se interesa por nuestros pecados y virtudes”. En la práctica, “casi todos presuponemos que Dios deba ser generoso y, al final, en su misericordia, no tendrá en cuenta nuestras pequeñas faltas”. En este punto, el Pontífice se preguntó si realmente son tan pequeñas como nos parecen, y recordó que actualmente el mundo se destruye “a causa de la corrupción de los grandes, pero también de los pequeños”, a causa del poder de la droga, o de la creciente violencia “que se enmascara a menudo con la apariencia de religiosidad”.
Asimismo, “si fuese más vivo en nosotros el amor de Dios, y a partir de Él, el amor por el prójimo”, el hambre y la pobreza no podrían devastar zonas enteras del mundo. Por ello, el Papa aseguró que “el mal no es una nimiedad. No podría ser tan poderoso, si nosotros pusiéramos a Dios realmente en el centro de nuestra vida”. Así, la pregunta de Lutero: “¿Cómo se sitúa Dios respecto a mí, cómo me posiciono yo ante Dios?”, cobra de nuevo actualidad, “debe convertirse otra vez, y ciertamente de un modo nuevo, también en una pregunta nuestra. (…) Este Dios tiene un rostro y nos ha hablado en Jesucristo hecho hombre, se hizo uno de nosotros”.
Fe: la fuerza ecuménica más poderosa
La fe en Cristo es, precisamente, el punto de partida para relanzar el ecumenismo: “Lo más necesario para el ecumenismo es que, presionados por la secularización, no perdamos casi inadvertidamente las grandes cosas que tenemos en común, aquellas que de por sí nos hacen cristianos y que tenemos como don y tarea. Fue un error de la edad confesional haber visto mayormente aquello que nos separa, y no haber percibido en modo esencial lo que tenemos en común en las grandes pautas de la Sagrada Escritura y en las profesiones de fe del cristianismo antiguo”. En cambio, el gran progreso ecuménico de los últimos decenios ha sido que “nos dimos cuenta de esta comunión y (…) la reconocemos como nuestro fundamento imperecedero”.
Sin embargo, dos fenómenos ponen actualmente en peligro esta comunión. En primer lugar, “una nueva forma de cristianismo, que se difunde con un inmenso dinamismo misionero, a veces preocupante en sus formas (…) Es un cristianismo de escasa densidad institucional, con poco bagaje racional, menos aún dogmático, y con poca estabilidad”, y ante el cual “las Iglesias confesionales históricas se quedan frecuentemente perplejas”. Este fenómeno mundial “nos sitúa nuevamente ante la pregunta sobre qué es lo que permanece siempre válido y qué puede o debe cambiarse ante la cuestión de nuestra opción fundamental en la fe”.
El segundo fenómeno lo constituye “el contexto del mundo secularizado en el cual debemos vivir y dar testimonio hoy de nuestra fe. La ausencia de Dios en nuestra sociedad se nota cada vez más, la historia de su revelación, de la que nos habla la Escritura, parece relegada a un pasado lejano”.
Por ello, “la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino vivirla íntegramente en nuestro hoy. Se trata de una tarea ecuménica central. En esto debemos ayudarnos mutuamente, a creer cada vez más viva y profundamente. No serán las tácticas las que nos salven, las que salven el cristianismo, sino una fe pensada y vivida de un modo nuevo, mediante la cual Cristo, y con Él, el Dios viviente, entre en nuestro mundo. (…) La fe, vivida a partir de lo íntimo de nosotros mismos, en un mundo secularizado, será la fuerza ecuménica más poderosa que nos congregará, guiándonos a la unidad en el único Señor”.
Al terminar su discurso, Benedicto XVI se dirigió a la iglesia del antiguo convento de los Agustinos para participar en una celebración ecuménica junto a 300 personas, entre ellas representantes de otras iglesias protestantes alemanas.
PV-ALEMANIA/ VIS 23110923 (880)
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