CIUDAD DEL VATICANO, 13 OCT 2010 (VIS).-Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles a la beata italiana Ángela de Foligno (1248 c.a.- 1309). La audiencia se celebró en la Plaza de San Pedro y contó con la presencia de 25.000 personas.
En esta “gran mística medieval” causan admiración habitualmente, dijo el Papa, “las cimas de la experiencia de su unión con Dios, pero quizá se consideran poco sus primeros pasos, su conversión y el largo camino que la llevó desde el punto de partida, el “gran temor del infierno”, hasta la meta: la unión total con la Trinidad”.
Ángela nació en una familia acomodada y recibió una educación mundana. Se casó joven y tuvo varios hijos. Su vida era despreocupada hasta que algunos acontecimientos dramáticos, como el violento terremoto de 1279 y las consecuencias de la guerra contra la ciudad de Perugia la hicieron recapacitar sobre el sentido de su existencia. En 1285 se le apareció en una visión Francisco de Asís, al que pidió que la aconsejara para hacer una confesión general de sus pecados. Tres años después, fallece toda su familia y Ángela vende todos sus bienes para entrar en 1291 en la Tercera Orden Franciscana.
Su historia está recogida por su confesor en “El libro de la beata Ángela de Foligno”. Al principio de su recorrido espiritual, la beata siente miedo del infierno por sus pecados. “Este temor -explicó el Papa- corresponde al tipo de fe que Ángela tenía en el momento de su conversión; una fe todavía pobre de caridad, es decir del amor de Dios. El arrepentimiento, ese miedo al infierno y la penitencia le abren la perspectiva del doloroso camino de la cruz que la llevará (...) al camino del amor”.
“Ángela siente que tiene que dar algo a Dios para reparar sus pecados, pero lentamente comprende que no tiene nada que darle, que no es nada ante Él y entiende que no será su voluntad la que le dará el amor de Dios porque ésta puede darle solamente su “nada”, su “no amor”. Poco a poco en su camino místico entenderá “profundamente la realidad central: lo que la salvará de su indignidad y del infierno no será su “unión con Dios”, ni su posesión de la “verdad”, sino Jesús crucificado, (...) su amor. (...) Identificarse, transformarse en el amor y en los sufrimientos de Cristo crucificado”.
“La conversión de Ángela -concluyó el Santo Padre- (...) madurará solo cuando el perdón de Dios se presentará a su alma como el don gratuito del amor del Padre, fuente de amor. (...) En su itinerario espiritual, el paso de la conversión a la experiencia mística, de lo que se puede expresar a lo inexpresable, sucede a través del Crucificado. Toda su experiencia mística es, por lo tanto, tender a una perfecta semejanza con Él, mediante purificaciones y transformaciones siempre más profundas y radicales. (...) Esa identificación significa también vivir lo que Jesús vivió: pobreza, desprecio, dolor. (...) Un camino altísimo, cuyo secreto es la oración constante”.
En esta “gran mística medieval” causan admiración habitualmente, dijo el Papa, “las cimas de la experiencia de su unión con Dios, pero quizá se consideran poco sus primeros pasos, su conversión y el largo camino que la llevó desde el punto de partida, el “gran temor del infierno”, hasta la meta: la unión total con la Trinidad”.
Ángela nació en una familia acomodada y recibió una educación mundana. Se casó joven y tuvo varios hijos. Su vida era despreocupada hasta que algunos acontecimientos dramáticos, como el violento terremoto de 1279 y las consecuencias de la guerra contra la ciudad de Perugia la hicieron recapacitar sobre el sentido de su existencia. En 1285 se le apareció en una visión Francisco de Asís, al que pidió que la aconsejara para hacer una confesión general de sus pecados. Tres años después, fallece toda su familia y Ángela vende todos sus bienes para entrar en 1291 en la Tercera Orden Franciscana.
Su historia está recogida por su confesor en “El libro de la beata Ángela de Foligno”. Al principio de su recorrido espiritual, la beata siente miedo del infierno por sus pecados. “Este temor -explicó el Papa- corresponde al tipo de fe que Ángela tenía en el momento de su conversión; una fe todavía pobre de caridad, es decir del amor de Dios. El arrepentimiento, ese miedo al infierno y la penitencia le abren la perspectiva del doloroso camino de la cruz que la llevará (...) al camino del amor”.
“Ángela siente que tiene que dar algo a Dios para reparar sus pecados, pero lentamente comprende que no tiene nada que darle, que no es nada ante Él y entiende que no será su voluntad la que le dará el amor de Dios porque ésta puede darle solamente su “nada”, su “no amor”. Poco a poco en su camino místico entenderá “profundamente la realidad central: lo que la salvará de su indignidad y del infierno no será su “unión con Dios”, ni su posesión de la “verdad”, sino Jesús crucificado, (...) su amor. (...) Identificarse, transformarse en el amor y en los sufrimientos de Cristo crucificado”.
“La conversión de Ángela -concluyó el Santo Padre- (...) madurará solo cuando el perdón de Dios se presentará a su alma como el don gratuito del amor del Padre, fuente de amor. (...) En su itinerario espiritual, el paso de la conversión a la experiencia mística, de lo que se puede expresar a lo inexpresable, sucede a través del Crucificado. Toda su experiencia mística es, por lo tanto, tender a una perfecta semejanza con Él, mediante purificaciones y transformaciones siempre más profundas y radicales. (...) Esa identificación significa también vivir lo que Jesús vivió: pobreza, desprecio, dolor. (...) Un camino altísimo, cuyo secreto es la oración constante”.
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