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viernes, 14 de mayo de 2010

LAS ESPERANZAS DEL MUNDO Y LAS CERTEZAS DEL EVANGELIO SE ENTRECRUZAN


CIUDAD DEL VATICANO, 14 MAY 2010 (VIS).-El Papa se despidió esta mañana de la Casa Nossa Senhora do Carmo de Fátima, desde donde se trasladó al helipuerto de esa ciudad para viajar en helicóptero hasta Oporto, segunda ciudad de Portugal y capital industrial del norte del país, donde aterrizó a las 9,30.

A su llegada, Benedicto XVI fue recibido por el obispo de Oporto, Manuel J. Macário do Nascimento Clemente y las autoridades civiles y militares de la ciudad. A continuación recorrió en papamóvil los 5 kilómetros que lo separaban de la Avenida dos Aliados, saludando a la muchedumbre allí reunida para asistir a la Santa Misa celebrada a las 10,15.

En su homilía, el Papa recordó la figura de San Matías, cuya festividad se celebra hoy, “testigo de la vida pública de Jesús, de su triunfo sobre la muerte, fiel hasta el final, no obstante el abandono de muchos”, que fue elegido por los apóstoles como uno de ellos tras el suicidio de Judas.

“Es necesario que uno de ellos sea constituido con nosotros testigo de la resurrección”, decía San Pedro. Y su actual sucesor repite a cada uno de vosotros: es necesario que seáis conmigo testigos de la resurrección de Jesús. Efectivamente, si vosotros no sois testigos suyos en vuestro ambiente, ¿quien ocupará vuestro lugar?“, dijo el Santo Padre.

“El cristiano es en la Iglesia y con la Iglesia, un misionero de Cristo enviado al mundo. Esta es la misión improrrogable de cada comunidad eclesial: recibir de Dios y ofrecer al mundo a Cristo resucitado, para que cada situación de debilidad y de muerte sea transformada mediante el Espíritu Santo, en ocasión de crecimiento y vida”.

“Nada imponemos, siempre proponemos, como Pedro nos recomienda, en una de sus cartas: “Glorificad a Cristo en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza”. Y todos, al final, nos la piden, incluso aquellos que parecen no pedirla. (...) De hecho, las esperanzas más profundas del mundo y las grandes certezas del Evangelio se entrecruzan en la irrenunciable misión que nos corresponde”.

“Sin embargo, si esta seguridad nos consuela y tranquiliza -observó Benedicto XVI-, no nos exime de salir al encuentro de los demás. Debemos resistir la tentación de limitarnos a lo que ya tenemos o pensamos tener, de nuestro y de seguro: sería como morir a plazo fijo, en cuanto presencia de Iglesia en el mundo”.

Desde sus orígenes, el pueblo cristiano “ha advertido claramente -dijo el pontífice- la importancia de comunicar la Buena Nueva de Jesús a los que no la conocían todavía. En los últimos años, ha cambiado el contexto antropológico, cultural, social y religioso de la humanidad; la Iglesia hoy está llamada a hacer frente a nuevos desafíos y está dispuesta a dialogar con culturas y religiones diversas, tratando de construir con toda persona de buena voluntad la convivencia pacífica de los pueblos. El campo de la misión “ad gentes” se presenta hoy mucho más amplio y no puede definirse sólo en función de consideraciones geográficas. En efecto, nos esperan no solamente los pueblos no cristianos y las tierras lejanas, sino también los ámbitos socio-culturales, y sobre todo los corazones, que son los verdaderos destinatarios de la acción misionera del pueblo de Dios”.

“¡Sí! -exclamó-. Estamos llamados a servir a la humanidad de nuestro tiempo, confiando únicamente en Jesús, dejándonos iluminar por su palabra. (...) Todo se define a partir de Cristo, en cuanto al origen y a la eficacia de la misión: misión que recibimos siempre de Cristo, que nos hizo conocer lo que oyó de su Padre, y estamos investidos en ella por medio del Espíritu, en la Iglesia. Como la misma Iglesia, la obra de Cristo y de su Espíritu es renovar la faz de la tierra a partir de Dios, siempre y sólo de Dios”.

Acabada la Santa Misa el Papa regresó al Palacio Municipal de Oporto para firmar en el Libro de Oro del ayuntamiento. Benedicto XVI se asomó también al balcón para saludar a las miles de personas reunidas en la plaza, a quienes agradeció la acogida que le habían tributado en “la ciudad de la Virgen”.

“Habría aceptado con mucho gusto vuestra invitación para prolongar mi presencia en esta ciudad, pero no es posible”, dijo el Santo Padre. “Permitidme, por lo tanto, partir, abrazándoos afectuosamente en Cristo, esperanza nuestra”.

Después de los saludos, el pontífice se traslado en papamóvil al aeropuerto de Oporto para emprender el regreso a Roma.
PV-PORTUGAL/ VIS 20100514 (770)

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