CIUDAD DEL VATICANO, 22 MAR 2008 (VIS).-A las 21 00 el Papa presidió en la basílica de San Pedro la solemne Vigilia de la Noche Santa de Pascua, durante la cual administró los sacramentos del Bautismo y la Confirmación a algunos catecúmenos procedentes de varios países.
La Vigilia comenzó en el atrio de la basílica con la bendición del fuego nuevo y fue encendido el cirio pascual. Tras la procesión hacia el altar y el canto del Exultet, se procedió a la Liturgia de la Palabra, la Liturgia Bautismal y la Liturgia Eucarística concelebrada con los cardenales.
En la homilía, el Santo Padre recordó las palabras con que Jesús anunció a los discípulos su inminente muerte y resurrección "Me voy y vuelvo a vuestro lado". "Morir es partir -dijo el Papa- pero en el caso de Jesús existe una novedad única que cambia el mundo (...)Justamente en su irse él regresa. Su marcha inaugura un modo totalmente nuevo y más grande de su presencia. Con su muerte entra en el amor del Padre. Su muerte es un acto de amor. Ahora bien, el amor es inmortal. Por este motivo su partida se transforma en un retorno, en una forma de presencia que llega hasta lo más profundo y no acaba nunca".
"Jesús (...) que a través del amor ha sido transformado totalmente, está libre de (...) barreras y límites. Es capaz de atravesar no sólo las puertas exteriores cerradas " sino además, subrayó Benedicto XVI "la puerta interior entre el yo y el tú, (...) entre el pasado y el porvenir (...) Su partida se convierte en un venir en el modo universal de la presencia del Resucitado, en el cual Él está presente ayer, hoy y siempre; en el cual abraza todos los tiempos y todos los lugares. Ahora puede superar también el muro de la alteridad que separa el yo del tú".
"Las palabras misteriosas de Jesús en el Cenáculo ahora (...) se hacen de nuevo presentes para vosotros, dijo el Papa ya que "por el Bautismo el Señor entra en vuestra vida por la puerta de vuestro corazón. Nosotros no estamos ya uno junto al otro o uno contra el otro. Él atraviesa todas estas puertas. Ésta es la realidad del Bautismo: Él, el Resucitado, viene, viene a vosotros y une su vida a la vuestra, introduciéndoos en el fuego vivo de su amor. Formáis una unidad, sí, una sola cosa con Él, y de este modo una sola cosa entre vosotros".
Las personas bautizadas y creyentes "no son nunca realmente ajenas las unas para las otras", exclamó el Santo Padre- porque aunque nos separen "continentes, culturas, estructuras sociales o también acontecimientos históricos (...) cuando nos encontramos nos conocemos en el mismo Señor, en la misma fe, en la misma esperanza, en el mismo amor, que nos conforman. Entonces experimentamos que el fundamento de nuestras vidas es el mismo. Experimentamos que en lo más profundo de nosotros mismos estamos enraizados en la misma identidad, a partir de la cual todas las diversidades exteriores, por más grandes que sean, resultan secundarias".
"Esta naturaleza íntima del Bautismo, como don de una nueva identidad -explicó el Papa- está representada por la Iglesia en el Sacramento a través de elementos sensibles: el agua (...) y en segundo lugar, la luz". Y comentando las lecturas de la Vigilia recordó que "Jesús aparece como el nuevo y definitivo Pastor que lleva a cabo lo que Moisés hizo: nos saca de las aguas letales del mar, de las aguas de la muerte (...) En el Bautismo nos toma como de la mano, nos conduce por el camino que atraviesa el Mar Rojo de este tiempo y nos introduce en la vida eterna, en aquella verdadera y justa".
"En segundo lugar está el símbolo de la luz y del fuego.(...) Jesucristo ha tomado verdaderamente la luz del cielo y la ha traído a la tierra , la luz de la verdad y el fuego del amor que transforma el ser del hombre. Él ha traído la luz, y ahora sabemos quién es Dios y cómo es Dios. Así también sabemos cómo están las cosas respecto al hombre; qué somos y para qué existimos. Ser bautizados significa que el fuego de esta luz ha penetrado hasta lo más íntimo de nosotros mismos. Por esto, en la Iglesia antigua se llamaba también al Bautismo el Sacramento de la iluminación".
El Santo Padre finalizó la homilía recordando que en la Iglesia antigua existía la costumbre de que el Obispo o el sacerdote "después de la homilía exhortara a los creyentes exclamando: (...) Volveos ahora hacia el Señor. Eso significaba ante todo que ellos se volvían hacia el Este, en la dirección del sol naciente como señal del retorno de Cristo, (...) A esto se unía también otra exclamación (...) ¡Levantemos el corazón! fuera de la maraña de todas nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestra distracción- levantad vuestros corazones, vuestra interioridad".
"Con ambas exclamaciones -concluyó- se nos exhorta de alguna manera a renovar nuestro Bautismo (...) Siempre tenemos que dirigirnos a Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida (...) Y siempre tenemos que dejar que nuestro corazón sea sustraído de la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, y levantarlo interiormente hacia lo alto: en la verdad y el amor"
BXVI-SEMANA SANTA/SABADO SANTO/… VIS 20080326 (890)
La Vigilia comenzó en el atrio de la basílica con la bendición del fuego nuevo y fue encendido el cirio pascual. Tras la procesión hacia el altar y el canto del Exultet, se procedió a la Liturgia de la Palabra, la Liturgia Bautismal y la Liturgia Eucarística concelebrada con los cardenales.
En la homilía, el Santo Padre recordó las palabras con que Jesús anunció a los discípulos su inminente muerte y resurrección "Me voy y vuelvo a vuestro lado". "Morir es partir -dijo el Papa- pero en el caso de Jesús existe una novedad única que cambia el mundo (...)Justamente en su irse él regresa. Su marcha inaugura un modo totalmente nuevo y más grande de su presencia. Con su muerte entra en el amor del Padre. Su muerte es un acto de amor. Ahora bien, el amor es inmortal. Por este motivo su partida se transforma en un retorno, en una forma de presencia que llega hasta lo más profundo y no acaba nunca".
"Jesús (...) que a través del amor ha sido transformado totalmente, está libre de (...) barreras y límites. Es capaz de atravesar no sólo las puertas exteriores cerradas " sino además, subrayó Benedicto XVI "la puerta interior entre el yo y el tú, (...) entre el pasado y el porvenir (...) Su partida se convierte en un venir en el modo universal de la presencia del Resucitado, en el cual Él está presente ayer, hoy y siempre; en el cual abraza todos los tiempos y todos los lugares. Ahora puede superar también el muro de la alteridad que separa el yo del tú".
"Las palabras misteriosas de Jesús en el Cenáculo ahora (...) se hacen de nuevo presentes para vosotros, dijo el Papa ya que "por el Bautismo el Señor entra en vuestra vida por la puerta de vuestro corazón. Nosotros no estamos ya uno junto al otro o uno contra el otro. Él atraviesa todas estas puertas. Ésta es la realidad del Bautismo: Él, el Resucitado, viene, viene a vosotros y une su vida a la vuestra, introduciéndoos en el fuego vivo de su amor. Formáis una unidad, sí, una sola cosa con Él, y de este modo una sola cosa entre vosotros".
Las personas bautizadas y creyentes "no son nunca realmente ajenas las unas para las otras", exclamó el Santo Padre- porque aunque nos separen "continentes, culturas, estructuras sociales o también acontecimientos históricos (...) cuando nos encontramos nos conocemos en el mismo Señor, en la misma fe, en la misma esperanza, en el mismo amor, que nos conforman. Entonces experimentamos que el fundamento de nuestras vidas es el mismo. Experimentamos que en lo más profundo de nosotros mismos estamos enraizados en la misma identidad, a partir de la cual todas las diversidades exteriores, por más grandes que sean, resultan secundarias".
"Esta naturaleza íntima del Bautismo, como don de una nueva identidad -explicó el Papa- está representada por la Iglesia en el Sacramento a través de elementos sensibles: el agua (...) y en segundo lugar, la luz". Y comentando las lecturas de la Vigilia recordó que "Jesús aparece como el nuevo y definitivo Pastor que lleva a cabo lo que Moisés hizo: nos saca de las aguas letales del mar, de las aguas de la muerte (...) En el Bautismo nos toma como de la mano, nos conduce por el camino que atraviesa el Mar Rojo de este tiempo y nos introduce en la vida eterna, en aquella verdadera y justa".
"En segundo lugar está el símbolo de la luz y del fuego.(...) Jesucristo ha tomado verdaderamente la luz del cielo y la ha traído a la tierra , la luz de la verdad y el fuego del amor que transforma el ser del hombre. Él ha traído la luz, y ahora sabemos quién es Dios y cómo es Dios. Así también sabemos cómo están las cosas respecto al hombre; qué somos y para qué existimos. Ser bautizados significa que el fuego de esta luz ha penetrado hasta lo más íntimo de nosotros mismos. Por esto, en la Iglesia antigua se llamaba también al Bautismo el Sacramento de la iluminación".
El Santo Padre finalizó la homilía recordando que en la Iglesia antigua existía la costumbre de que el Obispo o el sacerdote "después de la homilía exhortara a los creyentes exclamando: (...) Volveos ahora hacia el Señor. Eso significaba ante todo que ellos se volvían hacia el Este, en la dirección del sol naciente como señal del retorno de Cristo, (...) A esto se unía también otra exclamación (...) ¡Levantemos el corazón! fuera de la maraña de todas nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestra distracción- levantad vuestros corazones, vuestra interioridad".
"Con ambas exclamaciones -concluyó- se nos exhorta de alguna manera a renovar nuestro Bautismo (...) Siempre tenemos que dirigirnos a Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida (...) Y siempre tenemos que dejar que nuestro corazón sea sustraído de la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, y levantarlo interiormente hacia lo alto: en la verdad y el amor"
BXVI-SEMANA SANTA/SABADO SANTO/… VIS 20080326 (890)
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