CIUDAD DEL VATICANO, 19 OCT 2006 (VIS).-Tras su llegada a Verona esta mañana, el Papa se dirigió a la Feria, donde pronunció un discurso ante más de 2.700 personas -obispos, conferenciantes y delegados de todas las diócesis del país- que participan esta semana en el IV Congreso Eclesial Italiano, sobre el tema "Testigos de Jesús resucitado, esperanza del mundo".
Los tres Congresos Eclesiales anteriores tuvieron lugar en Roma en 1976, sobre "Evangelización y promoción humana"; Loreto en 1985, sobre "Reconciliación cristiana y comunidad de los hombres" y Palermo en 1995, sobre "El Evangelio de la caridad por una nueva sociedad en Italia".
"Este IV Congreso nacional -dijo el Papa- es una nueva etapa en el camino de realización del Vaticano II emprendido por la Iglesia italiana: (...) un camino de evangelización (...) recorrido en estrecha y constante comunión con el Sucesor de Pedro".
Benedicto XVI recordó a Pablo VI y a Juan Pablo II, cuyas intervenciones en los congresos precedentes "reforzaron en la Iglesia italiana la confianza de actuar para que la fe en Jesucristo siga ofreciendo a los hombres y mujeres de nuestros días, el sentido y la orientación de la existencia".
"La resurrección de Cristo -prosiguió el Santo Padre, abordando el tema central del congreso-, es un hecho histórico del que los apóstoles fueron testigos y no creadores" y "el salto decisivo hacia una dimensión vital profundamente nueva que atañe a Jesús de Nazaret y con El a toda la familia humana, a la historia, al entero universo". Por eso, constituye "el centro de la predicación y del testimonio cristianos".
La resurrección "inauguró una nueva dimensión (...) de la que emerge un nuevo mundo que penetra continuamente en el nuestro, lo transforma y lo atrae hacia ella. Todo esto sucede concretamente a través de la vida y el testimonio de la Iglesia. (...) Estamos llamados a ser hombres y mujeres nuevos para ser testigos del Resucitado y de esa forma portadores de la alegría y la esperanza cristiana en el mundo y en concreto de la comunidad donde vivimos".
Centrándose en la situación italiana, el Santo Padre afirmó que el país "se presenta como un terreno profundamente necesitado y al mismo tiempo favorable para ese testimonio". "Italia (...) participa de la cultura predominante en Occidente (...)según la cual sería racionalmente válido solo lo que se puede experimentar y calcular, mientras en el ámbito práctico la libertad individual se erige como un valor fundamental al cual se deben supeditar todos los demás. Dios se excluye así de la cultura y la vida pública y la fe en El se hace más difícil porque vivimos en un mundo que se presenta como obra nuestra, en el que Dios (...) no aparece directamente y se considera superfluo y ajeno".
"La ética se recluye en las fronteras del relativismo y el utilitarismo con la exclusión de cualquier principio moral que sea válido y vinculante de por sí. No es difícil ver como este tipo de cultura represente un tajo radical (...) con las tradiciones morales y religiosas de la humanidad y no pueda establecer un verdadero diálogo con las demás culturas, en las cuales la dimensión religiosa está fuertemente presente".
A pesar de ello, en Italia "la Iglesia es una realidad muy viva, que conserva una presencia capilar entre la gente" y "las tradiciones cristianas siguen enraizadas". No obstante, "se advierte la gravedad del peligro de separarse de las raíces cristianas de la civilización, (...) incluso entre personas que no (...) practican nuestra fe".
En este contexto, "nuestra actitud no tendrá que ser la de un renunciatario replegarse sobre nosotros mismos", sino la de "mantener vivo y si es posible incrementar nuestro dinamismo, la de abrirse con confianza a relaciones nuevas, sin dejar de lado energía alguna que pueda contribuir al crecimiento cultural y moral de Italia".
"El cristianismo -subrayó el Papa- está abierto a todo cuanto es justo, verdadero y puro en las culturas y las civilizaciones. (...) Los discípulos de Cristo reconocen por lo tanto y acogen de buen grado los valores auténticos de la cultura contemporánea, como los conocimientos científicos y el desarrollo tecnológico, los derechos humanos, la libertad religiosa y la democracia". Pero, conscientes de "la fragilidad humana, (...) no se olvidan de las tensiones interiores y las contradicciones de nuestra época. Por eso, la obra de evangelización no es una simple adaptación a las culturas, sino también y siempre una purificación (...) que favorece la madurez y el saneamiento".
"En el comienzo del ser cristiano -explicó Benedicto XVI- no hay una decisión ética o una gran idea, sino el encuentro con la persona de Jesucristo. (...) La fecundidad de este encuentro se manifiesta (...) también en el contexto humano y cultural actual". El Papa citó en este contexto la matemática, creación humana en la que "la correspondencia entre sus estructuras y las estructuras reales del universo (...) suscita nuestra admiración y plantea una gran pregunta. Implica que el universo esté estructurado de forma inteligente, de forma que exista una correspondencia profunda entre nuestra razón subjetiva y la razón objetiva de la naturaleza. Se hace inevitable preguntarnos si no existe una inteligencia original que sea fuente común de ambas".
"Se contradice así la tendencia a dar la primacía a lo irracional, al caso y a la necesidad. (...) Sobre estas bases se hace posible ampliar los espacios de nuestra racionalidad, abrirla de nuevo a los grandes temas del bien y la verdad, conjugar la teología, la filosofía y las ciencias, (...) respetando su autonomía pero conscientes de su unidad intrínseca".
El Santo Padre afirmó que la persona "tiene necesidad de ser amada y de amar. Por eso se interroga y a menudo se siente desorientada frente a la dureza de la vida, al mal que existe en el mundo y que se presenta tan intenso y sin sentido". Por eso, "surge la pregunta de si puede existir un espacio seguro en nuestra vida para el amor auténtico, y en último término, si el mundo es realmente obra de la sabiduría de Dios".
Tras subrayar que Dios "es el origen de todo ser y que ama personalmente al ser humano, de modo apasionado, y a su vez, quiere ser amado por él", el Papa señaló que en Jesucristo "Dios se hace uno de nosotros, nuestro hermano e incluso llega a sacrificar su vida por nosotros".
"Como Dios nos ama realmente, respeta y salva nuestra libertad. Al poder del mal y del pecado (...) prefiere poner el límite de su paciencia y de su misericordia, aquel límite que es, en concreto, el sufrimiento del Hijo de Dios".
Benedicto XVI puso de relieve que "la cruz, como es natural, nos da miedo, al igual que provocó miedo y angustia en Jesucristo, pero no es negación de la vida, de la que es necesario deshacerse para ser felices. En cambio, el "sí" extremo de Dios al hombre es la expresión suprema de su amor y la fuente de la vida plena y perfecta: contiene, por tanto, la invitación más convincente para seguir a Cristo por el camino del don de sí".
El Papa hizo hincapié en la necesidad de "estar siempre dispuestos a dar respuesta (...) de nuestra esperanza (...) con aquella fuerza mansa que viene de la unión con Cristo. Debemos hacerlo en el campo del pensamiento y de la acción, de los comportamientos personales y del testimonio público. (...) Que el Señor nos guíe para vivir esta unidad entre verdad y amor en las condiciones propias de nuestro tiempo, para la evangelización de Italia y del mundo de hoy".
Refiriéndose a la "educación verdadera", el Santo Padre dijo que "tiene que despertar decisiones definitivas valientes, (...) indispensables para crecer y alcanzar una meta grande en la vida, en particular, para que el amor madure en toda su hermosura". En este contexto, recordó que en la escuela católica "subsisten todavía, en cierto modo, antiguos prejuicios que provocan retrasos perjudiciales, y que ya no son justificables, en el reconocimiento de su función y en permitir en concreto su actividad".
Tras poner de relieve que "la Iglesia en Italia tiene una gran tradición de cercanía, ayuda y solidaridad con los necesitados, enfermos y marginados", Benedicto XVI dijo que era "muy importante que todos estos testimonios de caridad (...) se mantengan libres de insinuaciones ideológicas y de simpatías políticas. (...) La acción práctica es importante, pero lo que más cuenta es nuestra participación personal en las necesidades y en los sufrimientos del prójimo".
Por lo que concierne a la responsabilidad civil y política de los católicos, tema que ha sido tratado en el Congreso, el Papa recordó la conocida distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios. "La misma libertad religiosa, que advertimos como un valor universal, especialmente necesaria en el mundo de hoy -dijo-, tiene aquí su raíz histórica. Por tanto, la Iglesia no es y no pretende ser un agente político. Al mismo tiempo, tiene un profundo interés en el bien de la comunidad política, cuya alma es la justicia".
El Santo Padre subrayó que el campo de la política "es una tarea muy importante, a la que se deben dedicar con generosidad y valentía los cristianos laicos italianos, iluminados por la fe y por el magisterio de la Iglesia y animados por la caridad de Cristo".
Existen "grandes desafíos" que exigen "una atención especial y un esfuerzo extraordinario": "las, guerras, el terrorismo, el hambre, la sed y las terribles epidemias", pero también hay que afrontar "con la misma determinación y claridad el riesgo de decisiones políticas y legislativas que contradicen valores fundamentales y principios antropológicos y éticos enraizados en la naturaleza del ser humano, en particular, por lo que respecta a la defensa de la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción hasta su muerte natural, y a la promoción de la familia fundada en el matrimonio, evitando introducir en el ordenamiento público otras formas de unión que contribuirían a desestabilizarla, oscureciendo su carácter peculiar y su papel social insustituible. El testimonio abierto y valiente que la Iglesia y los católicos italianos han dado y están dando al respecto, son un servicio precioso a Italia, útil y estimulante también para otras muchas naciones".
La "verdadera fuerza" para afrontar los deberes y responsabilidades, aseguró, se encuentra en el "alimento de la palabra y del cuerpo de Cristo y en la adoración eucarística". "En la unión a Cristo -terminó- nos precede y nos guía la Virgen María. (...) A través de Ella aprendemos a conocer y a amar el misterio de la Iglesia, (...) aprendemos a resistir a aquella "secularización interna" que insidia a la Iglesia en nuestro tiempo, a causa de los procesos de secularización que han marcado profundamente la civilización europea".
Terminado el discurso, el Papa se trasladó al palacio episcopal de Verona para el almuerzo.
Esta tarde, a las 16,00, el Santo Padre presidirá una concelebración eucarística en el estadio Bentegodi de Verona, y posteriormente regresará al Vaticano.
PV-ITALIA/CONGRESO ECLESIAL/VERONA VIS 20061019 (1800)
Los tres Congresos Eclesiales anteriores tuvieron lugar en Roma en 1976, sobre "Evangelización y promoción humana"; Loreto en 1985, sobre "Reconciliación cristiana y comunidad de los hombres" y Palermo en 1995, sobre "El Evangelio de la caridad por una nueva sociedad en Italia".
"Este IV Congreso nacional -dijo el Papa- es una nueva etapa en el camino de realización del Vaticano II emprendido por la Iglesia italiana: (...) un camino de evangelización (...) recorrido en estrecha y constante comunión con el Sucesor de Pedro".
Benedicto XVI recordó a Pablo VI y a Juan Pablo II, cuyas intervenciones en los congresos precedentes "reforzaron en la Iglesia italiana la confianza de actuar para que la fe en Jesucristo siga ofreciendo a los hombres y mujeres de nuestros días, el sentido y la orientación de la existencia".
"La resurrección de Cristo -prosiguió el Santo Padre, abordando el tema central del congreso-, es un hecho histórico del que los apóstoles fueron testigos y no creadores" y "el salto decisivo hacia una dimensión vital profundamente nueva que atañe a Jesús de Nazaret y con El a toda la familia humana, a la historia, al entero universo". Por eso, constituye "el centro de la predicación y del testimonio cristianos".
La resurrección "inauguró una nueva dimensión (...) de la que emerge un nuevo mundo que penetra continuamente en el nuestro, lo transforma y lo atrae hacia ella. Todo esto sucede concretamente a través de la vida y el testimonio de la Iglesia. (...) Estamos llamados a ser hombres y mujeres nuevos para ser testigos del Resucitado y de esa forma portadores de la alegría y la esperanza cristiana en el mundo y en concreto de la comunidad donde vivimos".
Centrándose en la situación italiana, el Santo Padre afirmó que el país "se presenta como un terreno profundamente necesitado y al mismo tiempo favorable para ese testimonio". "Italia (...) participa de la cultura predominante en Occidente (...)según la cual sería racionalmente válido solo lo que se puede experimentar y calcular, mientras en el ámbito práctico la libertad individual se erige como un valor fundamental al cual se deben supeditar todos los demás. Dios se excluye así de la cultura y la vida pública y la fe en El se hace más difícil porque vivimos en un mundo que se presenta como obra nuestra, en el que Dios (...) no aparece directamente y se considera superfluo y ajeno".
"La ética se recluye en las fronteras del relativismo y el utilitarismo con la exclusión de cualquier principio moral que sea válido y vinculante de por sí. No es difícil ver como este tipo de cultura represente un tajo radical (...) con las tradiciones morales y religiosas de la humanidad y no pueda establecer un verdadero diálogo con las demás culturas, en las cuales la dimensión religiosa está fuertemente presente".
A pesar de ello, en Italia "la Iglesia es una realidad muy viva, que conserva una presencia capilar entre la gente" y "las tradiciones cristianas siguen enraizadas". No obstante, "se advierte la gravedad del peligro de separarse de las raíces cristianas de la civilización, (...) incluso entre personas que no (...) practican nuestra fe".
En este contexto, "nuestra actitud no tendrá que ser la de un renunciatario replegarse sobre nosotros mismos", sino la de "mantener vivo y si es posible incrementar nuestro dinamismo, la de abrirse con confianza a relaciones nuevas, sin dejar de lado energía alguna que pueda contribuir al crecimiento cultural y moral de Italia".
"El cristianismo -subrayó el Papa- está abierto a todo cuanto es justo, verdadero y puro en las culturas y las civilizaciones. (...) Los discípulos de Cristo reconocen por lo tanto y acogen de buen grado los valores auténticos de la cultura contemporánea, como los conocimientos científicos y el desarrollo tecnológico, los derechos humanos, la libertad religiosa y la democracia". Pero, conscientes de "la fragilidad humana, (...) no se olvidan de las tensiones interiores y las contradicciones de nuestra época. Por eso, la obra de evangelización no es una simple adaptación a las culturas, sino también y siempre una purificación (...) que favorece la madurez y el saneamiento".
"En el comienzo del ser cristiano -explicó Benedicto XVI- no hay una decisión ética o una gran idea, sino el encuentro con la persona de Jesucristo. (...) La fecundidad de este encuentro se manifiesta (...) también en el contexto humano y cultural actual". El Papa citó en este contexto la matemática, creación humana en la que "la correspondencia entre sus estructuras y las estructuras reales del universo (...) suscita nuestra admiración y plantea una gran pregunta. Implica que el universo esté estructurado de forma inteligente, de forma que exista una correspondencia profunda entre nuestra razón subjetiva y la razón objetiva de la naturaleza. Se hace inevitable preguntarnos si no existe una inteligencia original que sea fuente común de ambas".
"Se contradice así la tendencia a dar la primacía a lo irracional, al caso y a la necesidad. (...) Sobre estas bases se hace posible ampliar los espacios de nuestra racionalidad, abrirla de nuevo a los grandes temas del bien y la verdad, conjugar la teología, la filosofía y las ciencias, (...) respetando su autonomía pero conscientes de su unidad intrínseca".
El Santo Padre afirmó que la persona "tiene necesidad de ser amada y de amar. Por eso se interroga y a menudo se siente desorientada frente a la dureza de la vida, al mal que existe en el mundo y que se presenta tan intenso y sin sentido". Por eso, "surge la pregunta de si puede existir un espacio seguro en nuestra vida para el amor auténtico, y en último término, si el mundo es realmente obra de la sabiduría de Dios".
Tras subrayar que Dios "es el origen de todo ser y que ama personalmente al ser humano, de modo apasionado, y a su vez, quiere ser amado por él", el Papa señaló que en Jesucristo "Dios se hace uno de nosotros, nuestro hermano e incluso llega a sacrificar su vida por nosotros".
"Como Dios nos ama realmente, respeta y salva nuestra libertad. Al poder del mal y del pecado (...) prefiere poner el límite de su paciencia y de su misericordia, aquel límite que es, en concreto, el sufrimiento del Hijo de Dios".
Benedicto XVI puso de relieve que "la cruz, como es natural, nos da miedo, al igual que provocó miedo y angustia en Jesucristo, pero no es negación de la vida, de la que es necesario deshacerse para ser felices. En cambio, el "sí" extremo de Dios al hombre es la expresión suprema de su amor y la fuente de la vida plena y perfecta: contiene, por tanto, la invitación más convincente para seguir a Cristo por el camino del don de sí".
El Papa hizo hincapié en la necesidad de "estar siempre dispuestos a dar respuesta (...) de nuestra esperanza (...) con aquella fuerza mansa que viene de la unión con Cristo. Debemos hacerlo en el campo del pensamiento y de la acción, de los comportamientos personales y del testimonio público. (...) Que el Señor nos guíe para vivir esta unidad entre verdad y amor en las condiciones propias de nuestro tiempo, para la evangelización de Italia y del mundo de hoy".
Refiriéndose a la "educación verdadera", el Santo Padre dijo que "tiene que despertar decisiones definitivas valientes, (...) indispensables para crecer y alcanzar una meta grande en la vida, en particular, para que el amor madure en toda su hermosura". En este contexto, recordó que en la escuela católica "subsisten todavía, en cierto modo, antiguos prejuicios que provocan retrasos perjudiciales, y que ya no son justificables, en el reconocimiento de su función y en permitir en concreto su actividad".
Tras poner de relieve que "la Iglesia en Italia tiene una gran tradición de cercanía, ayuda y solidaridad con los necesitados, enfermos y marginados", Benedicto XVI dijo que era "muy importante que todos estos testimonios de caridad (...) se mantengan libres de insinuaciones ideológicas y de simpatías políticas. (...) La acción práctica es importante, pero lo que más cuenta es nuestra participación personal en las necesidades y en los sufrimientos del prójimo".
Por lo que concierne a la responsabilidad civil y política de los católicos, tema que ha sido tratado en el Congreso, el Papa recordó la conocida distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios. "La misma libertad religiosa, que advertimos como un valor universal, especialmente necesaria en el mundo de hoy -dijo-, tiene aquí su raíz histórica. Por tanto, la Iglesia no es y no pretende ser un agente político. Al mismo tiempo, tiene un profundo interés en el bien de la comunidad política, cuya alma es la justicia".
El Santo Padre subrayó que el campo de la política "es una tarea muy importante, a la que se deben dedicar con generosidad y valentía los cristianos laicos italianos, iluminados por la fe y por el magisterio de la Iglesia y animados por la caridad de Cristo".
Existen "grandes desafíos" que exigen "una atención especial y un esfuerzo extraordinario": "las, guerras, el terrorismo, el hambre, la sed y las terribles epidemias", pero también hay que afrontar "con la misma determinación y claridad el riesgo de decisiones políticas y legislativas que contradicen valores fundamentales y principios antropológicos y éticos enraizados en la naturaleza del ser humano, en particular, por lo que respecta a la defensa de la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción hasta su muerte natural, y a la promoción de la familia fundada en el matrimonio, evitando introducir en el ordenamiento público otras formas de unión que contribuirían a desestabilizarla, oscureciendo su carácter peculiar y su papel social insustituible. El testimonio abierto y valiente que la Iglesia y los católicos italianos han dado y están dando al respecto, son un servicio precioso a Italia, útil y estimulante también para otras muchas naciones".
La "verdadera fuerza" para afrontar los deberes y responsabilidades, aseguró, se encuentra en el "alimento de la palabra y del cuerpo de Cristo y en la adoración eucarística". "En la unión a Cristo -terminó- nos precede y nos guía la Virgen María. (...) A través de Ella aprendemos a conocer y a amar el misterio de la Iglesia, (...) aprendemos a resistir a aquella "secularización interna" que insidia a la Iglesia en nuestro tiempo, a causa de los procesos de secularización que han marcado profundamente la civilización europea".
Terminado el discurso, el Papa se trasladó al palacio episcopal de Verona para el almuerzo.
Esta tarde, a las 16,00, el Santo Padre presidirá una concelebración eucarística en el estadio Bentegodi de Verona, y posteriormente regresará al Vaticano.
PV-ITALIA/CONGRESO ECLESIAL/VERONA VIS 20061019 (1800)
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