CIUDAD DEL VATICANO, 8 FEB 2002 (VIS) - Juan Pablo II recibió esta mañana en audiencia al nuevo embajador de Filipinas ante la Santa Sede, Francisco Acevedo Alba, que presentó sus cartas credenciales.
El Papa comenzó su discurso afirmando que en las palabras pronunciadas por el embajador sobre las esperanzas y esfuerzos del pueblo filipino por la causa de la paz resonaba "un eco de la añoranza universal por la bondad, la justicia y la solidaridad en las relaciones humanas que ha sido cruelmente sacudida por los sucesos de los últimos meses".
"El reciente encuentro por la paz en Asís (...) ha demostrado -prosiguió- que las personas de religiones y contextos culturales muy diversos están firmemente convencidas de que la violencia en todas sus formas es totalmente incompatible con el verdadero sentimiento religioso y más aún con la dignidad humana". Y recordó que la tarea de los líderes de las naciones era "encontrar la forma (...) de traducir en leyes, instituciones y acciones la aspiración del corazón humano a la tranquilidad del orden que es la paz verdadera".
Después y refiriéndose en concreto a la situación de Filipinas, Juan Pablo II dijo que "también ese país se ha visto afectado por cuanto está sucediendo. No se ha llegado a una solución negociada de las dificultades existentes desde hace mucho tiempo y el nivel del conflicto ha aumentado". Citando el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2002, el Papa reafirmó que los pilares de la paz, tanto en Filipinas como en cualquier otro lugar eran "justicia y perdón: la justicia que garantiza el pleno respeto de los derechos y deberes y una distribución equitativa de cargas y beneficios; y el perdón que sana y reconstruye las conflictivas relaciones humanas desde su base". "Ciertamente -recalcó-no podemos pensar que la justicia y el perdón lleguen a través de la violencia y el conflicto".
Hablando de los propósitos que deben estar en la base de un gobierno orientado al bien común, Juan Pablo II afirmó: "Este bien común es un bien humano, encaminado al bienestar integral de la persona en toda su complejidad. (...) Sería un grave error limitar las políticas públicas a la búsqueda del progreso económico, que se mide además demasiado a menudo en términos de aumento del consumismo, como si solo así las aspiraciones de las personas fueran satisfechas. (...) El verdadero progreso es el que tiene en cuenta las necesidades culturales y espirituales de las personas y sus tradiciones".
En este contexto, el Papa abordó el tema de la globalización de la economía que, dijo, "nivelando las diferencias culturales, no es necesariamente y en cada caso una solución a las necesidades reales. De hecho, puede empeorar los desequilibrios ya evidentes en las relaciones entre los que se benefician (...) del aumento de la riqueza y aquellos que permanecen al margen del progreso. El gran reto moral que se presenta ante las naciones y la comunidad internacional es ensamblar el desarrollo con la solidaridad, un reparto genuino de beneficios, para poder superar tanto el subdesarrollo deshumanizador como el 'superdesarrollo' que considera a las personas como meras unidades en un sistema de consumo".
Al final, el Santo Padre recordó que la fructífera cooperación entre las autoridades públicas y la Iglesia, "cada una en su esfera", era necesaria para "colocar la vida económica y política dentro de un marco genuinamente moral". "En Filipinas -dijo- hay una larga tradición de ayuda mutua y cooperación entre la Iglesia y la sociedad civil. (...) Los desafíos que se presentan ante vuestra nación son grandes. (...) Apoy ndoos en las mejores tradiciones filipinas de vida familiar y de mutuo interés y servicio, y recortando el exceso de privilegios y de intereses de parte, la nación puede mirar a un brillante futuro".
CD;CREDENCIALES;...;FILIPINAS; ACEVEDO;VIS;20020208;630;
El Papa comenzó su discurso afirmando que en las palabras pronunciadas por el embajador sobre las esperanzas y esfuerzos del pueblo filipino por la causa de la paz resonaba "un eco de la añoranza universal por la bondad, la justicia y la solidaridad en las relaciones humanas que ha sido cruelmente sacudida por los sucesos de los últimos meses".
"El reciente encuentro por la paz en Asís (...) ha demostrado -prosiguió- que las personas de religiones y contextos culturales muy diversos están firmemente convencidas de que la violencia en todas sus formas es totalmente incompatible con el verdadero sentimiento religioso y más aún con la dignidad humana". Y recordó que la tarea de los líderes de las naciones era "encontrar la forma (...) de traducir en leyes, instituciones y acciones la aspiración del corazón humano a la tranquilidad del orden que es la paz verdadera".
Después y refiriéndose en concreto a la situación de Filipinas, Juan Pablo II dijo que "también ese país se ha visto afectado por cuanto está sucediendo. No se ha llegado a una solución negociada de las dificultades existentes desde hace mucho tiempo y el nivel del conflicto ha aumentado". Citando el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2002, el Papa reafirmó que los pilares de la paz, tanto en Filipinas como en cualquier otro lugar eran "justicia y perdón: la justicia que garantiza el pleno respeto de los derechos y deberes y una distribución equitativa de cargas y beneficios; y el perdón que sana y reconstruye las conflictivas relaciones humanas desde su base". "Ciertamente -recalcó-no podemos pensar que la justicia y el perdón lleguen a través de la violencia y el conflicto".
Hablando de los propósitos que deben estar en la base de un gobierno orientado al bien común, Juan Pablo II afirmó: "Este bien común es un bien humano, encaminado al bienestar integral de la persona en toda su complejidad. (...) Sería un grave error limitar las políticas públicas a la búsqueda del progreso económico, que se mide además demasiado a menudo en términos de aumento del consumismo, como si solo así las aspiraciones de las personas fueran satisfechas. (...) El verdadero progreso es el que tiene en cuenta las necesidades culturales y espirituales de las personas y sus tradiciones".
En este contexto, el Papa abordó el tema de la globalización de la economía que, dijo, "nivelando las diferencias culturales, no es necesariamente y en cada caso una solución a las necesidades reales. De hecho, puede empeorar los desequilibrios ya evidentes en las relaciones entre los que se benefician (...) del aumento de la riqueza y aquellos que permanecen al margen del progreso. El gran reto moral que se presenta ante las naciones y la comunidad internacional es ensamblar el desarrollo con la solidaridad, un reparto genuino de beneficios, para poder superar tanto el subdesarrollo deshumanizador como el 'superdesarrollo' que considera a las personas como meras unidades en un sistema de consumo".
Al final, el Santo Padre recordó que la fructífera cooperación entre las autoridades públicas y la Iglesia, "cada una en su esfera", era necesaria para "colocar la vida económica y política dentro de un marco genuinamente moral". "En Filipinas -dijo- hay una larga tradición de ayuda mutua y cooperación entre la Iglesia y la sociedad civil. (...) Los desafíos que se presentan ante vuestra nación son grandes. (...) Apoy ndoos en las mejores tradiciones filipinas de vida familiar y de mutuo interés y servicio, y recortando el exceso de privilegios y de intereses de parte, la nación puede mirar a un brillante futuro".
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