Ciudad
del Vaticano, 6 enero 2015 (VIS).- ''Los Magos representan a los
hombres de cualquier parte del mundo que son acogidos en la casa de
Dios, delante de Jesús ya no hay distinción de raza, lengua o
cultura''. Son las palabras del Santo Padre esta mañana en la
homilía de la Santa Misa, en la solemnidad de la Epifanía, en la
Basílica Vaticana. Publicamos a continuación el texto completo que
el Papa ha pronunciado tras la lectura del Santo Evangelio y el
anuncio del día de Pascua que este año se celebra el 27 de marzo.
''Las
palabras que el profeta Isaías dirige a la ciudad santa de Jerusalén
nos invitan a levantarnos, a salir; a salir de nuestras clausuras, a
salir de nosotros mismos, y a reconocer el esplendor de la luz que
ilumina nuestras vidas: ''¡Levántate y resplandece, porque llega tu
luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!''. ''Tu luz'' es la
gloria del Señor. La Iglesia no puede pretender brillar con luz
propia, no puede. San Ambrosio nos lo recuerda con una hermosa
expresión, aplicando a la Iglesia la imagen de la luna: ''La Iglesia
es verdaderamente como la luna: no brilla con luz propia, sino con la
luz de Cristo. Recibe su esplendor del Sol de justicia, para poder
decir luego: ''Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive
en mí''. Cristo es la luz verdadera que brilla; y, en la medida en
que la Iglesia está unida a él, en la medida en que se deja
iluminar por él, ilumina también la vida de las personas y de los
pueblos. Por eso, los santos Padres veían a la Iglesia como el
''mysterium lunae''.
Necesitamos
de esta luz que viene de lo alto para responder con coherencia a la
vocación que hemos recibido. Anunciar el Evangelio de Cristo no es
una opción más entre otras posibles, ni tampoco una profesión.
Para la Iglesia, ser misionera no significa hacer proselitismo; para
la Iglesia, ser misionera equivale a manifestar su propia naturaleza:
dejarse iluminar por Dios y reflejar su luz. Este es su servicio. No
hay otro camino. La misión es su vocación: hacer resplandecer la
luz de Cristo es su servicio. Muchas personas esperan de nosotros
este compromiso misionero, porque necesitan a Cristo, necesitan
conocer el rostro del Padre.
Los
Magos, que aparecen en el Evangelio de Mateo, son una prueba viva de
que las semillas de verdad están presentes en todas partes, porque
son un don del Creador que llama a todos para que lo reconozcan como
Padre bueno y fiel. Los Magos representan a los hombres de cualquier
parte del mundo que son acogidos en la casa de Dios. Delante de Jesús
ya no hay distinción de raza, lengua y cultura: en ese Niño, toda
la humanidad encuentra su unidad. Y la Iglesia tiene la tarea de que
se reconozca y venga a la luz con más claridad el deseo de Dios que
anida en cada uno. Este es el servicio de la Iglesia, con la luz que
ella refleja: hacer emerger el deseo de Dios que cada uno lleva en
si. Como los Magos, también hoy muchas personas viven con el
''corazón inquieto'', haciéndose preguntas que no encuentran
respuestas seguras, es la inquietud del Espíritu Santo que se mueve
en los corazones. También ellos están en busca de la estrella que
muestre el camino hacia Belén.
¡Cuántas
estrellas hay en el cielo! Y, sin embargo, los Magos han seguido una
distinta, nueva, mucho más brillante para ellos. Durante mucho
tiempo, habían escrutado el gran libro del cielo buscando una
respuesta a sus preguntas - tenían el corazón inquieto - y, al
final, la luz apareció. Aquella estrella los cambió. Les hizo
olvidar los intereses cotidianos, y se pusieron de prisa en camino.
Prestaron atención a la voz que dentro de ellos los empujaba a
seguir aquella luz - y la voz del Espíritu Santo, que obra en todas
las personas -; y ella los guió hasta que en una pobre casa de Belén
encontraron al Rey de los Judíos.
Todo
esto encierra una enseñanza para nosotros. Hoy será bueno que nos
repitamos la pregunta de los Magos: ''¿Dónde está el Rey de los
judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos
a adorarlo''. Nos sentimos urgidos, sobre todo en un momento como el
actual, a escrutar los signos que Dios nos ofrece, sabiendo que
debemos esforzarnos para descifrarlos y comprender así su voluntad.
Estamos llamados a ir a Belén para encontrar al Niño y a su Madre.
Sigamos la luz que Dios nos da - pequeñita…; el himno del
breviario poéticamente nos dice que los Magos ''lumen requirunt
lumine'': aquella pequeña luz -,. la luz que proviene del rostro de
Cristo, lleno de misericordia y fidelidad. Y, una vez que estemos
ante él, adorémoslo con todo el corazón, y ofrezcámosle nuestros
dones: nuestra libertad, nuestra inteligencia, nuestro amor. La
verdadera sabiduría se esconde en el rostro de este Niño. Y es
aquí, en la sencillez de Belén, donde encuentra su síntesis la
vida de la Iglesia. Aquí está la fuente de esa luz que atrae a sí
a todas las personas en el mundo y guía a los pueblos por el camino
de la paz''.
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