Ciudad
del Vaticano, 31 octubre 2012
(VIS).-En la audiencia general de los miércoles Benedicto XVI,
continuando la catequesis sobre la fe católica, partió esta vez de
algunas preguntas: “¿Tiene la fe sólo un carácter personal,
individual?, ¿Vivo la fe sólo?”.
“Ciertamente-
dijo el Papa a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro- el acto
de fe es eminentemente personal, es una experiencia íntima que marca
un cambio de dirección, una conversión personal (...) Pero este
creer no es el resultado de una reflexión solitaria (...) sino el
fruto de una relación, de un diálogo (...) con Jesús que me hace
salir de mi “yo” (...) para abrirme al amor de Dios Padre. Es
como un renacer en que me descubro unido no sólo a Jesús, sino
también a todos los que han recorrido y recorren el mismo camino, y
este nuevo nacimiento, que empieza con el bautismo, prosigue a lo
largo de toda la existencia”.
Sin
embargo, observó el pontífice, “la fe personal no puede
construirse sobre un diálogo privado con Jesús porque la fe me la
da Dios a través de una comunidad creyente que es la Iglesia y me
inserta en la multitud de creyentes en una comunión que no es sólo
sociológica, sino radicada en el amor eterno de Dios (...)El
catecismo de la Iglesia Católica lo resume de forma clara : “Creer
es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, genera, sostiene y
nutre nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes”.
Al
principio de la aventura cristiana, cuando el Espíritu Santo
desciende sobre los discípulos el día de Pentecostés “la Iglesia
naciente recibe la fuerza para cumplir la misión que le confió el
Señor resucitado: difundir en todos los rincones de la tierra el
Evangelio; la buena noticia del Reino de Dios y guiar así a todos
los hombres al encuentro con El, a la fe que salva (...) Inicia así
el camino de la Iglesia, comunidad que difunde este anuncio en el
tiempo y en el espacio, comunidad que es el Pueblo de Dios (...) y
cuyos miembros no pertenecen a un particular grupo social o étnico:
son hombres y mujeres procedentes de todas las naciones y todas las
culturas. Es un pueblo “católico” que habla lenguas nuevas,
abierto universalmente para acoger a todos, más allá de las
fronteras, derribando todas las barreras”.
“La
Iglesia, desde el principio, es el lugar de la fe, el lugar de la
transmisión de la fe (...) Hay una cadena ininterrumpida de vida de
la Iglesia, de anuncio de la Palabra de Dios, de celebración de los
Sacramentos, que llega hasta nosotros y que llamamos Tradición; ella
nos da la garantía de que lo creemos es el mensaje original de
Cristo, predicado por los apóstoles (...) En la comunidad eclesial
la fe personal crece y madura”.
Para
ilustrar este punto el Papa explicó que en el Nuevo Testamento el
término “santos” designa a los cristianos en su conjunto y
“ciertamente -dijo- no todos tenían las cualidades para ser
declarados santos por la Iglesia”. Este apelativo significaba que
“aquellos que tenían fe (...) en Cristo resucitado estaban
llamados a ser un punto de referencia para todos los demás,
poniéndolos así en contacto con la persona y con el mensaje de
Jesús que revela el rostro de Dios vivo (...) Esto es válido
también para nosotros: un cristiano que, poco a poco, se deja guiar
y plasmar por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus
límites y dificultades, es como una ventana abierta a la luz del
Dios vivo, que recibe esta luz y la refleja en el mundo”.
“La
tendencia, tan difundida hoy, a relegar la fe a la esfera privada
contradice su misma naturaleza. Necesitamos a la Iglesia para
confirmar nuestra fe y para experimentar juntos los dones de Dios
(...) En un mundo donde el individualismo parece regir las relaciones
entre las personas, haciéndolas cada vez más frágiles, la fe nos
llama a ser Pueblo de Dios, a ser Iglesia, portadores del amor y de
la comunión de Dios para todo el género humano”, finalizó el
Santo Padre.
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