CIUDAD DEL VATICANO, 19 OCT 2011 (VIS).-Alrededor de 20.000 peregrinos asistieron hoy a la audiencia general del Papa Benedicto XVI en la plaza de San Pedro. Continuando con la serie de catequesis dedicada a los salmos, el Santo Padre glosó el salmo 136 -135 según la numeración greco-latina-, “un gran himno de alabanza que celebra al Señor en las múltiples y repetidas manifestaciones de su bondad a lo largo de la historia de los hombres”.
El Papa explicó que, en la tradición hebrea, este salmo se canta al final de la cena pascual, por lo que probablemente también Jesús lo rezó durante la última Pascua celebrada con los discípulos. A lo largo del texto, se enumeran las muchas intervenciones de Dios a favor de su pueblo, y “a cada proclamación de la acción salvífica del Señor responde la antífona con el motivo fundamental de la alabanza: el amor eterno de Dios, un amor que, según el término hebreo utilizado, implica fidelidad, misericordia, bondad, gracia, ternura”.
En primer lugar, se presenta a Dios como “Aquél que realiza ‘grandes maravillas’, la primera de las cuales es la creación: el cielo, la tierra, los astros. (…) Con la creación, el Señor aparece en toda su bondad y belleza, se compromete con la vida, revelando una voluntad de bien de la que brotan todas las demás acciones de salvación”.
A continuación, el salmo habla del manifestarse de Dios en la historia, evocando el gran evento de la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. Los cuarenta años de peregrinación por el desierto constituyen “un tiempo decisivo para Israel, que dejándose guiar por el Señor aprende a vivir de fe, con docilidad y en la obediencia a la ley de Dios. Son años difíciles, marcados por la dureza de la vida en el desierto, pero también años felices, de confianza en el Señor, de fiducia filial”.
“La historia de Israel está atravesada por momentos de alegría, de plenitud de vida, de conciencia de la presencia de Dios y de su salvación, pero también está marcada por episodios de pecado, por periodos de penosa oscuridad y de profunda aflicción. Y han sido muchos los adversarios de los que el Señor ha liberado a su pueblo”. En el salmo se recuerdan estos acontecimientos, en especial el exilio en Babilonia, con la destrucción de Jerusalén, “cuando Israel parecía haber perdido todo, incluso su propia identidad, también la confianza en el Señor. Pero Dios se acuerda y libera. La salvación de Israel y de todos los hombres está ligada a la fidelidad del Señor, que recuerda. Mientras que el hombre olvida fácilmente, Dios permanece fiel: su memoria es el cofre precioso que guarda esa ‘misericordia eterna’ que canta nuestro salmo”.
El salmo concluye recordando que Dios da alimento a todas las criaturas, “cuidando la vida y dando pan. (…). En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios se hace hombre para dar la vida, para la salvación de cada uno de nosotros, y se entrega como pan en el misterio eucarístico para hacernos entrar en su alianza que nos hace hijos. A tanto llega el amor bondadoso de Dios y la sublimidad de su ‘eterna misericordia’”. Para finalizar, el Papa recordó las palabras de San Juan en su primera carta, aconsejando a los fieles que las tengan siempre presentes en su oración: “Ved qué gran amor nos ha dado el padre para ser llamados hijos de Dios, y lo somos verdaderamente”.
AG/ VIS 20111019 (600)
En primer lugar, se presenta a Dios como “Aquél que realiza ‘grandes maravillas’, la primera de las cuales es la creación: el cielo, la tierra, los astros. (…) Con la creación, el Señor aparece en toda su bondad y belleza, se compromete con la vida, revelando una voluntad de bien de la que brotan todas las demás acciones de salvación”.
A continuación, el salmo habla del manifestarse de Dios en la historia, evocando el gran evento de la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. Los cuarenta años de peregrinación por el desierto constituyen “un tiempo decisivo para Israel, que dejándose guiar por el Señor aprende a vivir de fe, con docilidad y en la obediencia a la ley de Dios. Son años difíciles, marcados por la dureza de la vida en el desierto, pero también años felices, de confianza en el Señor, de fiducia filial”.
“La historia de Israel está atravesada por momentos de alegría, de plenitud de vida, de conciencia de la presencia de Dios y de su salvación, pero también está marcada por episodios de pecado, por periodos de penosa oscuridad y de profunda aflicción. Y han sido muchos los adversarios de los que el Señor ha liberado a su pueblo”. En el salmo se recuerdan estos acontecimientos, en especial el exilio en Babilonia, con la destrucción de Jerusalén, “cuando Israel parecía haber perdido todo, incluso su propia identidad, también la confianza en el Señor. Pero Dios se acuerda y libera. La salvación de Israel y de todos los hombres está ligada a la fidelidad del Señor, que recuerda. Mientras que el hombre olvida fácilmente, Dios permanece fiel: su memoria es el cofre precioso que guarda esa ‘misericordia eterna’ que canta nuestro salmo”.
El salmo concluye recordando que Dios da alimento a todas las criaturas, “cuidando la vida y dando pan. (…). En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios se hace hombre para dar la vida, para la salvación de cada uno de nosotros, y se entrega como pan en el misterio eucarístico para hacernos entrar en su alianza que nos hace hijos. A tanto llega el amor bondadoso de Dios y la sublimidad de su ‘eterna misericordia’”. Para finalizar, el Papa recordó las palabras de San Juan en su primera carta, aconsejando a los fieles que las tengan siempre presentes en su oración: “Ved qué gran amor nos ha dado el padre para ser llamados hijos de Dios, y lo somos verdaderamente”.
AG/ VIS 20111019 (600)
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