CIUDAD DEL VATICANO, 20 OCT 2010 (VIS).-En la audiencia general de este miércoles, celebrada en la Plaza de San Pedro, el Papa habló sobre Santa Isabel de Hungría, “llamada también Isabel de Turingia”.
Benedicto XVI explicó que Santa Isabel nació en 1207 y tras vivir los cuatro primeros años en la corte húngara fue entregada en matrimonio a Luis de Turingia. “A pesar de que el noviazgo se decidió por motivos políticos, entre los dos jóvenes nació un amor sincero, animado por la fe y por el deseo de hacer la voluntad de Dios”.
“Se comportaba del mismo modo ante Dios y ante sus súbditos”, dijo el Santo Padre. “Es un verdadero ejemplo para todos los que desempeñan un papel de guía: el ejercicio de la autoridad, en todos los niveles, se debe vivir como un servicio a la justicia y a la caridad, en la búsqueda constante del bien común”.
Tras poner de relieve que la santa “practicaba asiduamente las obras de misericordia”, Benedicto XVI subrayó que “su matrimonio fue muy feliz: Isabel ayudaba a su marido a elevar sus cualidades humanas a nivel sobrenatural, y él, a su vez, protegía a su esposa en su generosidad con los pobres y en sus prácticas religiosas. (…) Es un claro testimonio de cómo la fe y el amor a Dios y al prójimo fortalecen la vida familiar y hacen aún más profunda la unión matrimonial”.
Isabel encontró un apoyo en los Frailes Menores y, a partir de aquel momento, “hizo más decidido su seguimiento de Cristo pobre y crucificado, presente en los pobres”.
El Papa señaló que el esposo de Isabel murió en 1227. “Sin embargo, le esperaba otra prueba: su cuñado usurpó el gobierno de Turingia, declarándose verdadero heredero de Luis y acusando a Isabel de ser una mujer piadosa incompetente para el gobierno. La joven viuda, con sus tres hijos, fue expulsada del castillo de Wartburg y comenzó a buscar un lugar donde refugiarse. (...) Durante esta prueba, soportada con gran fe, paciencia y dedicación a Dios, algunos familiares, que habían permanecido leales y consideraban ilegítimo el gobierno del cuñado, rehabilitaron su nombre. De este modo, a principios de 1228, Isabel recibió una renta adecuada y se retiró al castillo de familia en Marburgo”.
“Isabel pasó los tres últimos años de su vida en el hospital que fundó, al servicio de los enfermos, velando a los moribundos. Trataba siempre de realizar los servicios más humildes y los trabajos más repugnantes. Se convirtió en lo que podríamos llamar una mujer consagrada en medio del mundo (soror in saeculo) y formó con otras amigas, vestidas con hábitos grises, una comunidad religiosa. No es una casualidad que sea patrona de la Tercera Orden Regular de San Francisco y de la Orden Franciscana Secular”.
En noviembre de 1231, tras varios días con fiebre alta, murió. “Los testimonios sobre su santidad –continuó el Papa- eran tantos y tales que sólo cuatro años más tarde, el Papa Gregorio IX la proclamó santa, y el mismo año fue consagrada la hermosa iglesia construida en su honor en Marburgo”.
Benedicto XVI concluyó afirmando que “en la figura de Santa Isabel vemos cómo la fe, la amistad con Cristo, crean el sentido de la justicia, de la igualdad de todos, de los derechos de los demás y crean el amor, la caridad. De esta caridad nace también la esperanza, la certeza de que somos amados por Cristo y de que su amor nos espera y nos capacita para imitarle y ver a Cristo en los demás”.
AG/ VIS 20101020 (600)
Benedicto XVI explicó que Santa Isabel nació en 1207 y tras vivir los cuatro primeros años en la corte húngara fue entregada en matrimonio a Luis de Turingia. “A pesar de que el noviazgo se decidió por motivos políticos, entre los dos jóvenes nació un amor sincero, animado por la fe y por el deseo de hacer la voluntad de Dios”.
“Se comportaba del mismo modo ante Dios y ante sus súbditos”, dijo el Santo Padre. “Es un verdadero ejemplo para todos los que desempeñan un papel de guía: el ejercicio de la autoridad, en todos los niveles, se debe vivir como un servicio a la justicia y a la caridad, en la búsqueda constante del bien común”.
Tras poner de relieve que la santa “practicaba asiduamente las obras de misericordia”, Benedicto XVI subrayó que “su matrimonio fue muy feliz: Isabel ayudaba a su marido a elevar sus cualidades humanas a nivel sobrenatural, y él, a su vez, protegía a su esposa en su generosidad con los pobres y en sus prácticas religiosas. (…) Es un claro testimonio de cómo la fe y el amor a Dios y al prójimo fortalecen la vida familiar y hacen aún más profunda la unión matrimonial”.
Isabel encontró un apoyo en los Frailes Menores y, a partir de aquel momento, “hizo más decidido su seguimiento de Cristo pobre y crucificado, presente en los pobres”.
El Papa señaló que el esposo de Isabel murió en 1227. “Sin embargo, le esperaba otra prueba: su cuñado usurpó el gobierno de Turingia, declarándose verdadero heredero de Luis y acusando a Isabel de ser una mujer piadosa incompetente para el gobierno. La joven viuda, con sus tres hijos, fue expulsada del castillo de Wartburg y comenzó a buscar un lugar donde refugiarse. (...) Durante esta prueba, soportada con gran fe, paciencia y dedicación a Dios, algunos familiares, que habían permanecido leales y consideraban ilegítimo el gobierno del cuñado, rehabilitaron su nombre. De este modo, a principios de 1228, Isabel recibió una renta adecuada y se retiró al castillo de familia en Marburgo”.
“Isabel pasó los tres últimos años de su vida en el hospital que fundó, al servicio de los enfermos, velando a los moribundos. Trataba siempre de realizar los servicios más humildes y los trabajos más repugnantes. Se convirtió en lo que podríamos llamar una mujer consagrada en medio del mundo (soror in saeculo) y formó con otras amigas, vestidas con hábitos grises, una comunidad religiosa. No es una casualidad que sea patrona de la Tercera Orden Regular de San Francisco y de la Orden Franciscana Secular”.
En noviembre de 1231, tras varios días con fiebre alta, murió. “Los testimonios sobre su santidad –continuó el Papa- eran tantos y tales que sólo cuatro años más tarde, el Papa Gregorio IX la proclamó santa, y el mismo año fue consagrada la hermosa iglesia construida en su honor en Marburgo”.
Benedicto XVI concluyó afirmando que “en la figura de Santa Isabel vemos cómo la fe, la amistad con Cristo, crean el sentido de la justicia, de la igualdad de todos, de los derechos de los demás y crean el amor, la caridad. De esta caridad nace también la esperanza, la certeza de que somos amados por Cristo y de que su amor nos espera y nos capacita para imitarle y ver a Cristo en los demás”.
AG/ VIS 20101020 (600)
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