CIUDAD DEL VATICANO, 9 ABR 2008 (VIS).-Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles a San Benito de Nursia, "padre del monacato occidental, que con su vida y obra ejerció un influjo fundamental en el desarrollo de la civilización y la cultura europea". A la audiencia, celebrada en la Plaza de San Pedro, participaron 20.000 personas.
El Papa explicó que la fuente más importante para conocer la biografía de San Benito es el segundo libro de los Diálogos escrito por San Gregorio Magno y en el que presenta al monje como un "astro luminoso" que indica el camino para salir de la "noche oscura de la historia", la crisis de valores e instituciones provocada por la caída del Imperio Romano.
La obra del santo y su Regla "aportaron un fermento espiritual que cambió a lo largo de los siglos, más allá de las fronteras de su patria y su tiempo, el rostro de Europa, creando después de la caída de la unidad política, una nueva unidad espiritual y cultural, esa fe cristiana que comparten los pueblos del continente".
San Benito nació en torno al año 480 en una familia acomodada. Estudió en Roma, pero antes de concluir sus estudios se retiró a una comunidad de monjes en Effide. Después pasó tres años en una gruta en Subiaco, donde "soportó las tres tentaciones fundamentales del ser humano: la autoafirmación y el deseo de ser el centro, (...) la de la sensualidad (...) y la de la ira y la venganza", dijo el Santo Padre, porque "San Benito estaba convencido de que sólo después de haberlas vencido podría aconsejar a los demás en las situaciones difíciles".
En 529, el fundador de la Orden Benedictina se trasladó a Montecasino, "un lugar que domina la llanura circundante y es visible desde lejos". Esa decisión asume para Gregorio Magno un carácter simbólico, ya que "la vida monástica tiene su razón de ser en el recogimiento, pero un monasterio posee también una finalidad pública en la vida de la Iglesia y de la sociedad".
La vida de San Benito, prosiguió el Papa, "estaba inmersa en una atmósfera de oración, pilar de su existencia", porque "sin oración no hay experiencia de Dios", mas "la espiritualidad de Benito no era una interioridad fuera de la realidad. En la inquietud y la confusión de su época vivía bajo la mirada de Dios y hacia él dirigía la suya, pero no perdía nunca de vista las tareas de la vida diaria ni al ser humano con sus necesidades concretas".
San Benito murió en el año 547. La célebre Regla por él escrita "ofrece indicaciones útiles no solamente a los monjes, sino a todos los que buscan una guía en su camino hacia Dios, (...) por su sensatez, su humanidad y el discernimiento entre lo esencial y lo secundario en la vida espiritual".
En 1964 Pablo VI lo proclamó santo Patrono de Europa. "Hoy, Europa, que acaba de salir de un siglo herido profundamente por dos guerras mundiales y tras la caída de las grandes ideologías que se han revelado utopías trágicas, está en búsqueda de su identidad", dijo el Santo Padre.
"Para crear una unidad nueva y duradera -concluyó- ciertamente son importantes los instrumentos políticos, económicos y jurídicos, pero también es necesario suscitar una renovación ética y espiritual radicada en las raíces cristianas del continente. Sin esta linfa vital el ser humano está expuesto a la antigua tentación de querer redimirse por sí mismo, una utopía que en la Europa del siglo XX (...) causó un retroceso sin precedentes en la atormentada historia de la humanidad".
AG/SAN BENITO/... VIS 20080409 (610)
El Papa explicó que la fuente más importante para conocer la biografía de San Benito es el segundo libro de los Diálogos escrito por San Gregorio Magno y en el que presenta al monje como un "astro luminoso" que indica el camino para salir de la "noche oscura de la historia", la crisis de valores e instituciones provocada por la caída del Imperio Romano.
La obra del santo y su Regla "aportaron un fermento espiritual que cambió a lo largo de los siglos, más allá de las fronteras de su patria y su tiempo, el rostro de Europa, creando después de la caída de la unidad política, una nueva unidad espiritual y cultural, esa fe cristiana que comparten los pueblos del continente".
San Benito nació en torno al año 480 en una familia acomodada. Estudió en Roma, pero antes de concluir sus estudios se retiró a una comunidad de monjes en Effide. Después pasó tres años en una gruta en Subiaco, donde "soportó las tres tentaciones fundamentales del ser humano: la autoafirmación y el deseo de ser el centro, (...) la de la sensualidad (...) y la de la ira y la venganza", dijo el Santo Padre, porque "San Benito estaba convencido de que sólo después de haberlas vencido podría aconsejar a los demás en las situaciones difíciles".
En 529, el fundador de la Orden Benedictina se trasladó a Montecasino, "un lugar que domina la llanura circundante y es visible desde lejos". Esa decisión asume para Gregorio Magno un carácter simbólico, ya que "la vida monástica tiene su razón de ser en el recogimiento, pero un monasterio posee también una finalidad pública en la vida de la Iglesia y de la sociedad".
La vida de San Benito, prosiguió el Papa, "estaba inmersa en una atmósfera de oración, pilar de su existencia", porque "sin oración no hay experiencia de Dios", mas "la espiritualidad de Benito no era una interioridad fuera de la realidad. En la inquietud y la confusión de su época vivía bajo la mirada de Dios y hacia él dirigía la suya, pero no perdía nunca de vista las tareas de la vida diaria ni al ser humano con sus necesidades concretas".
San Benito murió en el año 547. La célebre Regla por él escrita "ofrece indicaciones útiles no solamente a los monjes, sino a todos los que buscan una guía en su camino hacia Dios, (...) por su sensatez, su humanidad y el discernimiento entre lo esencial y lo secundario en la vida espiritual".
En 1964 Pablo VI lo proclamó santo Patrono de Europa. "Hoy, Europa, que acaba de salir de un siglo herido profundamente por dos guerras mundiales y tras la caída de las grandes ideologías que se han revelado utopías trágicas, está en búsqueda de su identidad", dijo el Santo Padre.
"Para crear una unidad nueva y duradera -concluyó- ciertamente son importantes los instrumentos políticos, económicos y jurídicos, pero también es necesario suscitar una renovación ética y espiritual radicada en las raíces cristianas del continente. Sin esta linfa vital el ser humano está expuesto a la antigua tentación de querer redimirse por sí mismo, una utopía que en la Europa del siglo XX (...) causó un retroceso sin precedentes en la atormentada historia de la humanidad".
AG/SAN BENITO/... VIS 20080409 (610)
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