CIUDAD DEL VATICANO, 21 MAR 2002 (VIS) - Hoy se ha publicado la tradicional Carta del Santo Padre a los Sacerdotes para el Jueves Santo. Este año el mensaje se centra en el Sacramento de la Reconciliación, pero aborda también otros dos temas: la ausencia de paz en el mundo y lo que Juan Pablo II denomina: "los pecados de algunos hermanos nuestros que han traicionado la gracia recibida con la Ordenación cediendo incluso a las peores manifestaciones del 'mysterium iniquitatis' que actúa en el mundo".
La carta a los sacerdotes, publicada en diversos idiomas, fue firmada por Juan Pablo II el 17 de marzo, quinto domingo de Cuaresma:
Siguen extractos del documento que tiene 19 páginas:
"Quisiera detenerme en un aspecto de nuestra misión, sobre el cual llamé vuestra atención ya el año pasado en esta misma circunstancia. Creo que merece la pena profundizar más sobre él. Me refiero a la misión que el Señor nos ha dado de representarle, no sólo en el Sacrificio eucarístico, sino también en el sacramento de la Reconciliación.
A este propósito, el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados (n. 1393). (...) La Eucaristía 'dice también el Catecismo' no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. (...) 'Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar' (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1385).
Siento el deseo de invitaros ardientemente, como ya lo hice el año pasado, a redescubrir personalmente y a hacer redescubrir la belleza del sacramento de la Reconciliación. ste, por diversos motivos, pasa desde hace algunos decenios por una cierta crisis (...). (En la actualidad hay una) exigencia de comunicación personal, hoy cada vez más difícil por el ritmo frenético de la sociedad tecnológica pero, precisamente por ello, sentida aún más como una necesidad vital. Es verdad que se puede atender a esta necesidad de diversas maneras. Pero, ¿cómo no reconocer que el sacramento de la Reconciliación, aunque sin confundirse con las diversas terapias de tipo psicológico, ofrece también, casi de manera desbordante, una respuesta significativa a esta exigencia? Lo hace poniendo al penitente en relación con el corazón misericordioso de Dios a través del rostro amigo de un hermano.
A este propósito, deseo reiterar que la celebración personal es la forma ordinaria de administrar este Sacramento, y que sólo en 'casos de grave necesidad' es legítimo recurrir a la forma comunitaria con confesión y absolución colectiva. Las condiciones requeridas para esta forma de absolución son bien conocidas, recordando en todo caso que nunca se dispensa de la confesión individual sucesiva de los pecados graves, que los fieles han de comprometerse a hacer para que sea v lida la absolución (cf. ibíd., 1483).
Al estar en realidades pastorales muy diversas, a veces puede desanimarnos y desmotivarnos el hecho que no sólo muchos cristianos no hagan el debido caso a la vida sacramental, sino que, a menudo, se acerquen a los Sacramentos de modo superficial. (...) El confesor no dejará de aprovechar el encuentro sacramental para intentar que el penitente vislumbre de algún modo la condescendencia misericordiosa de Dios, que le tiende su mano no para castigarlo, sino para salvarlo.
El ministerio de la confesión (...) sufre continuamente la fuerza contrastante de dos excesos: el rigorismo y el laxismo (...) Hay que estar siempre atentos a mantener el justo equilibrio para no incurrir en ninguno de estos dos extremos. El rigorismo oprime y aleja. El laxismo desorienta y crea falsas ilusiones.
De aquí se deriva también la necesidad de una 'adecuada preparación del confesor' a la celebración de este Sacramento. (...) Sintamos la exigencia rigurosa de estar realmente al día en nuestra formación teológica, sobre todo teniendo en cuenta los nuevos desafíos éticos y siendo siempre fieles al discernimiento del magisterio de la Iglesia. A veces sucede que los fieles, a propósito de ciertas cuestiones éticas de actualidad, salen de la confesión con ideas bastante confusas, en parte porque tampoco encuentran en los confesores la misma línea de juicio.
La Carta concluye: "Queridos Sacerdotes. Sentidme particularmente cercano a vosotros mientras os reunís en torno a vuestros Obispos en este Jueves Santo del año 2002. Todos hemos vivido un renovado impulso eclesial en el alba del nuevo milenio bajo la consigna de 'caminar desde Cristo'. Fue deseo de todos que eso coincidiera con una nueva era de fraternidad y de paz para la humanidad entera. En cambio, hemos visto correr nueva sangre. Hemos sido aún testigos de guerras. Sentimos con angustia la tragedia de la división y el odio que devastan las relaciones entre los pueblos.
Además, en cuanto sacerdotes, nos sentimos en estos momentos personalmente conmovidos en lo más íntimo por los pecados de algunos hermanos nuestros que han traicionado la gracia recibida con la Ordenación, cediendo incluso a las peores manifestaciones del 'mysterium iniquitatis' que actúa en el mundo. Se provocan así escándalos graves, que llegan a crear un clima denso de sospechas sobre todos los demás sacerdotes beneméritos, que ejercen su ministerio con honestidad y coherencia, y a veces con caridad heroica. Mientras la Iglesia expresa su propia solicitud por las víctimas y se esfuerza por responder con justicia y verdad a cada situación penosa, todos nosotros 'conscientes de la debilidad humana, pero confiando en el poder salvador de la gracia divina' estamos llamados a abrazar el 'mysterium Crucis' y a comprometernos aún más en la búsqueda de la santidad. Hemos de orar para que Dios, en su providencia, suscite en los corazones un generoso y renovado impulso de ese ideal de total
entrega a Cristo que está en la base del ministerio sacerdotal".
JPII-CARTA;SACERDOTES; JUEVES SANTO;...;...;VIS;20020321;960;
La carta a los sacerdotes, publicada en diversos idiomas, fue firmada por Juan Pablo II el 17 de marzo, quinto domingo de Cuaresma:
Siguen extractos del documento que tiene 19 páginas:
"Quisiera detenerme en un aspecto de nuestra misión, sobre el cual llamé vuestra atención ya el año pasado en esta misma circunstancia. Creo que merece la pena profundizar más sobre él. Me refiero a la misión que el Señor nos ha dado de representarle, no sólo en el Sacrificio eucarístico, sino también en el sacramento de la Reconciliación.
A este propósito, el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados (n. 1393). (...) La Eucaristía 'dice también el Catecismo' no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. (...) 'Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar' (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1385).
Siento el deseo de invitaros ardientemente, como ya lo hice el año pasado, a redescubrir personalmente y a hacer redescubrir la belleza del sacramento de la Reconciliación. ste, por diversos motivos, pasa desde hace algunos decenios por una cierta crisis (...). (En la actualidad hay una) exigencia de comunicación personal, hoy cada vez más difícil por el ritmo frenético de la sociedad tecnológica pero, precisamente por ello, sentida aún más como una necesidad vital. Es verdad que se puede atender a esta necesidad de diversas maneras. Pero, ¿cómo no reconocer que el sacramento de la Reconciliación, aunque sin confundirse con las diversas terapias de tipo psicológico, ofrece también, casi de manera desbordante, una respuesta significativa a esta exigencia? Lo hace poniendo al penitente en relación con el corazón misericordioso de Dios a través del rostro amigo de un hermano.
A este propósito, deseo reiterar que la celebración personal es la forma ordinaria de administrar este Sacramento, y que sólo en 'casos de grave necesidad' es legítimo recurrir a la forma comunitaria con confesión y absolución colectiva. Las condiciones requeridas para esta forma de absolución son bien conocidas, recordando en todo caso que nunca se dispensa de la confesión individual sucesiva de los pecados graves, que los fieles han de comprometerse a hacer para que sea v lida la absolución (cf. ibíd., 1483).
Al estar en realidades pastorales muy diversas, a veces puede desanimarnos y desmotivarnos el hecho que no sólo muchos cristianos no hagan el debido caso a la vida sacramental, sino que, a menudo, se acerquen a los Sacramentos de modo superficial. (...) El confesor no dejará de aprovechar el encuentro sacramental para intentar que el penitente vislumbre de algún modo la condescendencia misericordiosa de Dios, que le tiende su mano no para castigarlo, sino para salvarlo.
El ministerio de la confesión (...) sufre continuamente la fuerza contrastante de dos excesos: el rigorismo y el laxismo (...) Hay que estar siempre atentos a mantener el justo equilibrio para no incurrir en ninguno de estos dos extremos. El rigorismo oprime y aleja. El laxismo desorienta y crea falsas ilusiones.
De aquí se deriva también la necesidad de una 'adecuada preparación del confesor' a la celebración de este Sacramento. (...) Sintamos la exigencia rigurosa de estar realmente al día en nuestra formación teológica, sobre todo teniendo en cuenta los nuevos desafíos éticos y siendo siempre fieles al discernimiento del magisterio de la Iglesia. A veces sucede que los fieles, a propósito de ciertas cuestiones éticas de actualidad, salen de la confesión con ideas bastante confusas, en parte porque tampoco encuentran en los confesores la misma línea de juicio.
La Carta concluye: "Queridos Sacerdotes. Sentidme particularmente cercano a vosotros mientras os reunís en torno a vuestros Obispos en este Jueves Santo del año 2002. Todos hemos vivido un renovado impulso eclesial en el alba del nuevo milenio bajo la consigna de 'caminar desde Cristo'. Fue deseo de todos que eso coincidiera con una nueva era de fraternidad y de paz para la humanidad entera. En cambio, hemos visto correr nueva sangre. Hemos sido aún testigos de guerras. Sentimos con angustia la tragedia de la división y el odio que devastan las relaciones entre los pueblos.
Además, en cuanto sacerdotes, nos sentimos en estos momentos personalmente conmovidos en lo más íntimo por los pecados de algunos hermanos nuestros que han traicionado la gracia recibida con la Ordenación, cediendo incluso a las peores manifestaciones del 'mysterium iniquitatis' que actúa en el mundo. Se provocan así escándalos graves, que llegan a crear un clima denso de sospechas sobre todos los demás sacerdotes beneméritos, que ejercen su ministerio con honestidad y coherencia, y a veces con caridad heroica. Mientras la Iglesia expresa su propia solicitud por las víctimas y se esfuerza por responder con justicia y verdad a cada situación penosa, todos nosotros 'conscientes de la debilidad humana, pero confiando en el poder salvador de la gracia divina' estamos llamados a abrazar el 'mysterium Crucis' y a comprometernos aún más en la búsqueda de la santidad. Hemos de orar para que Dios, en su providencia, suscite en los corazones un generoso y renovado impulso de ese ideal de total
entrega a Cristo que está en la base del ministerio sacerdotal".
JPII-CARTA;SACERDOTES; JUEVES SANTO;...;...;VIS;20020321;960;
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