CIUDAD DEL VATICANO, 6 JUN 2004 (VIS).-Juan Pablo II se trasladó esta mañana de la residencia Viktoriaheim al prado de Allmend de Berna, un explanada situada delante del Palacio del Hielo, donde ayer por la tarde se encontró con los jóvenes. A las 10,30 presidió la Santa Misa, en la que concelebraron los obispos suizos y de otros países, además de numerosos sacerdotes. También estaba presente el presidente de la Confederación Helvética, Joseph Deiss.
En la homilía, el Santo Padre dijo ante unas 70.000 personas que "la celebración del misterio de la Santísima Trinidad constituye cada año para los cristianos un enérgico llamamiento al compromiso por la unidad. Es un llamamiento que concierne a todos, pastores y fieles, y nos impulsa a una conciencia renovada de la propia responsabilidad en la Iglesia, Esposa de Cristo. ¿Cómo no constatar frente a estas palabras de Cristo, la preocupación ecuménica? Reafirmo también en esta ocasión la voluntad de avanzar por el camino difícil, pero lleno de alegría, de la plena comunión de todos los creyentes".
"De todos modos -continuó-, es cierto que el empeño de los católicos a vivir la unidad entre ellos supondrá una gran contribución a la causa ecuménica.. (...) Una Iglesia local en la que florezca la espiritualidad de la comunión sabrá purificarse totalmente de las 'toxinas' del egoísmo, que engendran celos, desconfianzas, deseos de autoafirmación, enfrentamientos deletéreos".
El Papa señaló que "la evocación de estos riesgos suscita en nosotros una oración espontánea al Espíritu Santo, que Jesús ha prometido enviarnos: 'Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad'. ¿Qué es la verdad?, preguntó Jesús un día: 'Yo soy el camino, la verdad y la vida' . Por tanto, la formulación justa de la pregunta no es '¿Qué es la verdad?' sino '¿Quién es la verdad?'. Esta es la pregunta que se plantea también el ser humano del tercer milenio. ¡No podemos callar la respuesta porque sabemos cuál es! La verdad es Jesucristo. (...) Estamos llamados a dar testimonio de esta verdad con las palabras y sobre todo con la vida".
Tras hacer hincapié en que la Iglesia "es misión", Juan Pablo II dijo que había llegado el momento "de preparar jóvenes generaciones de apóstoles que no tengan miedo de proclamar el Evangelio. Todos los bautizados deben pasar de una fe de conveniencia a una fe madura, que se exprese claramente en decisiones personales claras, convencidas y valientes. Sólo una fe así, celebrada y compartida en la liturgia y en la caridad fraterna puede nutrir y fortificar a la comunidad de discípulos del Señor y construir la Iglesia misionera libre de falsos miedos porque se siente amada por el Padre".
El Santo Padre dijo que el amor de Dios "no es un mérito nuestro sino un don gratuito. A pesar de nuestros pecados Dios nos ha llamado y nos ha redimido -añadió- por medio de la sangre de Cristo. Su gracia nos ha curado. (...) ¡Qué grande es el amor del Señor en mí, en los demás, en cada ser humano!", exclamó. "Esta es la verdadera fuente de la grandeza del ser humano, la raíz de su dignidad indestructible. En todos los seres humanos se refleja la imagen de Dios. Aquí está la 'verdad' más profunda del hombre, que en ningún caso puede ser desconocida o violada. En definitiva, todo ultraje hecho al ser humano es un ultraje a su Creador, que lo ama con amor de Padre".
"Suiza -concluyó- tiene una gran tradición de respeto por el ser humano. Es una tradición que se encuentra bajo el signo de la Cruz: ¡la Cruz Roja! ¡Cristianos de este país noble, estad siempre a la altura de vuestro glorioso pasado! ¡Sabed reconocer y honrar la imagen de Dios en cada ser humano! En el hombre creado por Dios se refleja la gloria de la Santísima Trinidad".
Terminada la misa y antes de rezar el Angelus, el Papa confió el pueblo suizo a la Virgen. "¡Que María vele por las familias, conservando su amor conyugal y sosteniendo su misión de padres! ¡Que conforte a los ancianos y les ayude a aportar su contribución preciosa a la sociedad! ¡Que alimente en los jóvenes el sentido de los valores y el compromiso para vivirlos! Que obtenga para la comunidad nacional la voluntad constante y concorde de construir juntos un país próspero y pacífico, con una gran atención y una profunda solidaridad con quienes tienen dificultades".
"A María -dijo- querría confiar de modo especial la juventud suiza, por la que el Papa siente afecto y gratitud. Desde hace cinco siglos, los jóvenes de este país aseguran al Sucesor de Pedro y a la Santa Sede el precioso y estimado servicio de la guardia suiza pontificia. ¡En la generosa fidelidad de los guardias suizos todos pueden admirar el espíritu de fe y de amor a la Iglesia de numerosos católicos suizos".
Juan Pablo II concluyó pidiendo a la Virgen que ayudase a Suiza "a conservar la armonía y la unidad entre los diversos grupos lingüísticos y étnicos que la componen, valorando la contribución de cada uno".
Después de almorzar en el hogar de las Hermanas de la Caridad de la Santa Cruz, el Papa se despidió de ellas, así como de los ancianos y el personal de asistencia. A las 17,15 participó en un breve encuentro con 300 miembros de la Asociación de los ex Guardias Suizos, acompañados por sus familiares, en el jardín de la residencia.
"El Sucesor de Pedro -dijo el Santo Padre- tiene una deuda especial de reconocimiento con la comunidad católica de este país, porque de ella proceden los guardias suizos" que prestan "un servicio singular" al Pontífice. El Papa dio las gracias a los miembros de la asociación, de la que actualmente forman parte 800 personas, por "lo que habéis hecho y seguís haciendo, y os animo a perseverar en vuestro compromiso de testigos de Cristo y de fidelidad a la Iglesia en un mundo que cambia".
Posteriormente, el Papa se trasladó al aeropuerto militar de Payerne, donde se despidió del presidente Deiss y tras menos de dos horas de vuelo regresó a Roma.
PV-SUIZA/MISA:ANGELUS:GUARDIA SUIZA/BERNA VIS 20040607 (950)
En la homilía, el Santo Padre dijo ante unas 70.000 personas que "la celebración del misterio de la Santísima Trinidad constituye cada año para los cristianos un enérgico llamamiento al compromiso por la unidad. Es un llamamiento que concierne a todos, pastores y fieles, y nos impulsa a una conciencia renovada de la propia responsabilidad en la Iglesia, Esposa de Cristo. ¿Cómo no constatar frente a estas palabras de Cristo, la preocupación ecuménica? Reafirmo también en esta ocasión la voluntad de avanzar por el camino difícil, pero lleno de alegría, de la plena comunión de todos los creyentes".
"De todos modos -continuó-, es cierto que el empeño de los católicos a vivir la unidad entre ellos supondrá una gran contribución a la causa ecuménica.. (...) Una Iglesia local en la que florezca la espiritualidad de la comunión sabrá purificarse totalmente de las 'toxinas' del egoísmo, que engendran celos, desconfianzas, deseos de autoafirmación, enfrentamientos deletéreos".
El Papa señaló que "la evocación de estos riesgos suscita en nosotros una oración espontánea al Espíritu Santo, que Jesús ha prometido enviarnos: 'Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad'. ¿Qué es la verdad?, preguntó Jesús un día: 'Yo soy el camino, la verdad y la vida' . Por tanto, la formulación justa de la pregunta no es '¿Qué es la verdad?' sino '¿Quién es la verdad?'. Esta es la pregunta que se plantea también el ser humano del tercer milenio. ¡No podemos callar la respuesta porque sabemos cuál es! La verdad es Jesucristo. (...) Estamos llamados a dar testimonio de esta verdad con las palabras y sobre todo con la vida".
Tras hacer hincapié en que la Iglesia "es misión", Juan Pablo II dijo que había llegado el momento "de preparar jóvenes generaciones de apóstoles que no tengan miedo de proclamar el Evangelio. Todos los bautizados deben pasar de una fe de conveniencia a una fe madura, que se exprese claramente en decisiones personales claras, convencidas y valientes. Sólo una fe así, celebrada y compartida en la liturgia y en la caridad fraterna puede nutrir y fortificar a la comunidad de discípulos del Señor y construir la Iglesia misionera libre de falsos miedos porque se siente amada por el Padre".
El Santo Padre dijo que el amor de Dios "no es un mérito nuestro sino un don gratuito. A pesar de nuestros pecados Dios nos ha llamado y nos ha redimido -añadió- por medio de la sangre de Cristo. Su gracia nos ha curado. (...) ¡Qué grande es el amor del Señor en mí, en los demás, en cada ser humano!", exclamó. "Esta es la verdadera fuente de la grandeza del ser humano, la raíz de su dignidad indestructible. En todos los seres humanos se refleja la imagen de Dios. Aquí está la 'verdad' más profunda del hombre, que en ningún caso puede ser desconocida o violada. En definitiva, todo ultraje hecho al ser humano es un ultraje a su Creador, que lo ama con amor de Padre".
"Suiza -concluyó- tiene una gran tradición de respeto por el ser humano. Es una tradición que se encuentra bajo el signo de la Cruz: ¡la Cruz Roja! ¡Cristianos de este país noble, estad siempre a la altura de vuestro glorioso pasado! ¡Sabed reconocer y honrar la imagen de Dios en cada ser humano! En el hombre creado por Dios se refleja la gloria de la Santísima Trinidad".
Terminada la misa y antes de rezar el Angelus, el Papa confió el pueblo suizo a la Virgen. "¡Que María vele por las familias, conservando su amor conyugal y sosteniendo su misión de padres! ¡Que conforte a los ancianos y les ayude a aportar su contribución preciosa a la sociedad! ¡Que alimente en los jóvenes el sentido de los valores y el compromiso para vivirlos! Que obtenga para la comunidad nacional la voluntad constante y concorde de construir juntos un país próspero y pacífico, con una gran atención y una profunda solidaridad con quienes tienen dificultades".
"A María -dijo- querría confiar de modo especial la juventud suiza, por la que el Papa siente afecto y gratitud. Desde hace cinco siglos, los jóvenes de este país aseguran al Sucesor de Pedro y a la Santa Sede el precioso y estimado servicio de la guardia suiza pontificia. ¡En la generosa fidelidad de los guardias suizos todos pueden admirar el espíritu de fe y de amor a la Iglesia de numerosos católicos suizos".
Juan Pablo II concluyó pidiendo a la Virgen que ayudase a Suiza "a conservar la armonía y la unidad entre los diversos grupos lingüísticos y étnicos que la componen, valorando la contribución de cada uno".
Después de almorzar en el hogar de las Hermanas de la Caridad de la Santa Cruz, el Papa se despidió de ellas, así como de los ancianos y el personal de asistencia. A las 17,15 participó en un breve encuentro con 300 miembros de la Asociación de los ex Guardias Suizos, acompañados por sus familiares, en el jardín de la residencia.
"El Sucesor de Pedro -dijo el Santo Padre- tiene una deuda especial de reconocimiento con la comunidad católica de este país, porque de ella proceden los guardias suizos" que prestan "un servicio singular" al Pontífice. El Papa dio las gracias a los miembros de la asociación, de la que actualmente forman parte 800 personas, por "lo que habéis hecho y seguís haciendo, y os animo a perseverar en vuestro compromiso de testigos de Cristo y de fidelidad a la Iglesia en un mundo que cambia".
Posteriormente, el Papa se trasladó al aeropuerto militar de Payerne, donde se despidió del presidente Deiss y tras menos de dos horas de vuelo regresó a Roma.
PV-SUIZA/MISA:ANGELUS:GUARDIA SUIZA/BERNA VIS 20040607 (950)
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