Ciudad
del Vaticano, 24 de mayo 2015 (VIS).-Se publica hoy el mensaje del
Santo Padre para la 89 Jornada Mundial de las Misiones que se
celebrará el domingo 18 de octubre de 2015 y que este año, como
escribe el Papa, se enmarca en el Año de la Vida Consagrada,
poniendo en evidencia el vínculo entre fe y misión.
Sigue
el texto completo del mensaje:
''La
Jornada Mundial de las Misiones 2015 tiene lugar en el contexto del
Año de la Vida Consagrada, y recibe de ello un estímulo para la
oración y la reflexión. De hecho, si todo bautizado está llamado a
dar testimonio del Señor Jesús proclamando la fe que ha recibido
como un don, esto es particularmente válido para la persona
consagrada, porque entre la vida consagrada y la misión subsiste un
fuerte vínculo. El seguimiento de Jesús, que ha dado lugar a la
aparición de la vida consagrada en la Iglesia, responde a la llamada
a tomar la cruz e ir tras él, a imitar su dedicación al Padre y sus
gestos de servicio y de amor, a perder la vida para encontrarla. Y
dado que toda la existencia de Cristo tiene un carácter misionero,
los hombres y las mujeres que le siguen más de cerca asumen
plenamente este mismo carácter.
La
dimensión misionera, al pertenecer a la naturaleza misma de la
Iglesia, es también intrínseca a toda forma de vida consagrada, y
no puede ser descuidada sin que deje un vacío que desfigure el
carisma. La misión no es proselitismo o mera estrategia; la misión
es parte de la “gramática” de la fe, es algo imprescindible para
aquellos que escuchan la voz del Espíritu que susurra “ven” y
“ve”. Quién sigue a Cristo se convierte necesariamente en
misionero, y sabe que Jesús ''camina con él, habla con él, respira
con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea
misionera'' .
La
misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, es una
pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado,
reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene; y en ese
mismo momento percibimos que ese amor, que nace de su corazón
traspasado, se extiende a todo el pueblo de Dios y a la humanidad
entera; Así redescubrimos que él nos quiere tomar como instrumentos
para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado y de todos
aquellos que lo buscan con corazón sincero. En el mandato de Jesús:
“id” están presentes los escenarios y los desafíos siempre
nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia. En ella todos
están llamados a anunciar el Evangelio a través del testimonio de
la vida; y de forma especial se pide a los consagrados que escuchen
la voz del Espíritu, que los llama a ir a las grandes periferias de
la misión, entre las personas a las que aún no ha llegado todavía
el Evangelio.
El
quincuagésimo aniversario del Decreto conciliar ''Ad gentes'' nos
invita a releer y meditar este documento que suscitó un fuerte
impulso misionero en los Institutos de Vida Consagrada. En las
comunidades contemplativas retomó luz y elocuencia la figura de
santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, como
inspiradora del vínculo íntimo de la vida contemplativa con la
misión. Para muchas congregaciones religiosas de vida activa el
anhelo misionero que surgió del Concilio Vaticano II se puso en
marcha con una apertura extraordinaria a la misión ad gentes, a
menudo acompañada por la acogida de hermanos y hermanas provenientes
de tierras y culturas encontradas durante la evangelización, por lo
que hoy en día se puede hablar de una interculturalidad generalizada
en la vida consagrada. Precisamente por esta razón, es urgente
volver a proponer el ideal de la misión en su centro: Jesucristo, y
en su exigencia: la donación total de sí mismo a la proclamación
del Evangelio. No puede haber ninguna concesión sobre esto: quién,
por la gracia de Dios, recibe la misión, está llamado a vivir la
misión. Para estas personas, el anuncio de Cristo, en las diversas
periferias del mundo, se convierte en la manera de vivir el
seguimiento de él y recompensa los muchos esfuerzos y privaciones.
Cualquier tendencia a desviarse de esta vocación, aunque sea
acompañada por nobles motivos relacionados con la muchas necesidades
pastorales, eclesiales o humanitarias, no está en consonancia con el
llamamiento personal del Señor al servicio del Evangelio. En los
Institutos misioneros los formadores están llamados tanto a indicar
clara y honestamente esta perspectiva de vida y de acción como a
actuar con autoridad en el discernimiento de las vocaciones
misioneras auténticas. Me dirijo especialmente a los jóvenes, que
siguen siendo capaces de dar testimonios valientes y de realizar
hazañas generosas a veces contra corriente: no dejéis que os roben
el sueño de una misión auténtica, de un seguimiento de Jesús que
implique la donación total de sí mismo. En el secreto de vuestra
conciencia, preguntaos cuál es la razón por la que habéis elegido
la vida religiosa misionera y medid la disposición a aceptarla por
lo que es: un don de amor al servicio del anuncio del Evangelio,
recordando que, antes de ser una necesidad para aquellos que no lo
conocen, el anuncio del Evangelio es una necesidad para los que aman
al Maestro.
Hoy,
la misión se enfrenta al reto de respetar la necesidad de todos los
pueblos de partir de sus propias raíces y de salvaguardar los
valores de las respectivas culturas. Se trata de conocer y respetar
otras tradiciones y sistemas filosóficos, y reconocer a cada pueblo
y cultura el derecho de hacerse ayudar por su propia tradición en la
inteligencia del misterio de Dios y en la acogida del Evangelio de
Jesús, que es luz para las culturas y fuerza transformadora de las
mismas.
Dentro
de esta compleja dinámica, nos preguntamos: “¿Quiénes son los
destinatarios privilegiados del anuncio evangélico?” La respuesta
es clara y la encontramos en el mismo Evangelio: los pobres, los
pequeños, los enfermos, aquellos que a menudo son despreciados y
olvidados, aquellos que no tienen como pagarte. La evangelización,
dirigida preferentemente a ellos, es signo del Reino que Jesús ha
venido a traer: ''Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y
los pobres. Nunca los dejemos solos''. Esto debe estar claro
especialmente para las personas que abrazan la vida consagrada
misionera: con el voto de pobreza se escoge seguir a Cristo en esta
preferencia suya, no ideológicamente, sino como él, identificándose
con los pobres, viviendo como ellos en la precariedad de la vida
cotidiana y en la renuncia de todo poder para convertirse en hermanos
y hermanas de los últimos, llevándoles el testimonio de la alegría
del Evangelio y la expresión de la caridad de Dios.
Para
vivir el testimonio cristiano y los signos del amor del Padre entre
los pequeños y los pobres, las personas consagradas están llamadas
a promover, en el servicio de la misión, la presencia de los fieles
laicos. Ya el Concilio Ecuménico Vaticano II afirmaba: ''Los laicos
cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan de
su misión salvífica a la vez como testigos y como instrumentos
vivos''. Es necesario que los misioneros consagrados se abran cada
vez con mayor valentía a aquellos que están dispuestos a colaborar
con ellos, aunque sea por un tiempo limitado, para una experiencia
sobre el terreno. Son hermanos y hermanas que quieren compartir la
vocación misionera inherente al Bautismo. Las casas y las
estructuras de las misiones son lugares naturales para su acogida y
su apoyo humano, espiritual y apostólico.
Las
Instituciones y Obras misioneras de la Iglesia están totalmente al
servicio de los que no conocen el Evangelio de Jesús. Para lograr
eficazmente este objetivo, estas necesitan los carismas y el
compromiso misionero de los consagrados, pero también, los
consagrados, necesitan una estructura de servicio, expresión de la
preocupación del Obispo de Roma para asegurar la koinonía, de forma
que la colaboración y la sinergia sean una parte integral del
testimonio misionero. Jesús ha puesto la unidad de los discípulos,
como condición para que el mundo crea . Esta convergencia no
equivale a una sumisión jurídico-organizativa a organizaciones
institucionales, o a una mortificación de la fantasía del Espíritu
que suscita la diversidad, sino que significa dar más eficacia al
mensaje del Evangelio y promover aquella unidad de propósito que es
también fruto del Espíritu.
La
Obra Misionera del Sucesor de Pedro tiene un horizonte apostólico
universal. Por ello también necesita de los múltiples carismas de
la vida consagrada, para abordar al vasto horizonte de la
evangelización y para poder garantizar una adecuada presencia en las
fronteras y territorios alcanzados.
Queridos
hermanos y hermanas, la pasión del misionero es el Evangelio. San
Pablo podía afirmar: ''¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!''. El
Evangelio es fuente de alegría, de liberación y de salvación para
todos los hombres. La Iglesia es consciente de este don, por lo
tanto, no se cansa de proclamar sin cesar a todos ''lo que existía
desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros propios ojos''. La misión de los servidores de la Palabra -
obispos, sacerdotes, religiosos y laicos - es la de poner a todos,
sin excepción, en una relación personal con Cristo. En el inmenso
campo de la acción misionera de la Iglesia, todo bautizado está
llamado a vivir lo mejor posible su compromiso, según su situación
personal. Una respuesta generosa a esta vocación universal la pueden
ofrecer los consagrados y las consagradas, a través de una intensa
vida de oración y de unión con el Señor y con su sacrificio
redentor.
Mientras
encomiendo a María, Madre de la Iglesia y modelo misionero, a todos
aquellos que, ad gentes o en su propio territorio, en todos los
estados de vida cooperan al anuncio del Evangelio, os envío de todo
corazón mi Bendición Apostólica.''
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