Ciudad
del Vaticano, 23 de mayo 2015 (VIS).-El Santo Padre ha enviado una
carta al monseñor José Luis Escobar Alas, Presidente de la
Conferencia Episcopal de El Salvador y arzobispo de San Salvador
con motivo de la beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero
Galdámez, arzobispo de esa arquidiócesis y mártir, asesinado por
odio a la fe el 24 de marzo de 1980. A la misa de beatificación,
celebrada en la Plaza del Divino Salvador del Mundo, ha participado
como representante del Papa el cardenal Angelo Amato, Prefecto de la
Congregación para las Causas de los Santos.
Sigue
el texto integral:
''La
beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez, que fue
Pastor de esa querida Arquidiócesis, es motivo de gran alegría para
los salvadoreños y para cuantos gozamos con el ejemplo de los
mejores hijos de la Iglesia. Monseñor Romero, que construyó la paz
con la fuerza del amor, dio testimonio de la fe con su vida entregada
hasta el extremo.
El
Señor nunca abandona a su pueblo en las dificultades, y se muestra
siempre solícito con sus necesidades. Él ve la opresión, oye los
gritos de dolor de sus hijos, y acude en su ayuda para librarlos de
la opresión y llevarlos a una nueva tierra, fértil y espaciosa, que
''mana leche y miel'' . Igual que un día eligió a Moisés para que,
en su nombre, guiara a su pueblo, sigue suscitando pastores según su
corazón, que apacienten con ciencia y prudencia su rebaño.
En
ese hermoso país centroamericano, bañado por el Océano Pacífico,
el Señor concedió a su Iglesia un Obispo celoso que, amando a Dios
y sirviendo a los hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen
Pastor. En tiempos de difícil convivencia, Monseñor Romero supo
guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al
Evangelio y en comunión con toda la Iglesia. Su ministerio se
distinguió por una particular atención a los más pobres y
marginados. Y en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo
Sacrificio del amor y de la reconciliación, recibió la gracia de
identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas.
En
este día de fiesta para la Nación salvadoreña, y también para los
países hermanos latinoamericanos, damos gracias a Dios porque
concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento
de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo
orientara e iluminara, hasta hacer de su obrar un ejercicio pleno de
caridad cristiana.
La
voz del nuevo Beato sigue resonando hoy para recordarnos que la
Iglesia, convocación de hermanos entorno a su Señor, es familia de
Dios, en la que no puede haber ninguna división. La fe en
Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas
consecuencias genera comunidades artífices de paz y de solidaridad.
A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en
América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia, a
convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad.
Monseñor
Romero nos invita a la cordura y a la reflexión, al respeto a la
vida y a la concordia. Es necesario renunciar a ''la violencia de la
espada, la del odio'', y vivir ''la violencia del amor, la que dejo a
Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus
egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre
nosotros''. Él supo ver y experimento en su propia carne ''el
egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para
que alcance a los demás''. Y, con corazón de padre, se preocupó de
''las mayorías pobres'', pidiendo a los poderosos que convirtiesen
''las armas en hoces para el trabajo''.
Quienes
tengan a Monseñor Romero como amigo en la fe, quienes lo invoquen
como protector e intercesor, quienes admiren su figura, encuentren en
él fuerza y animo para construir el Reino de Dios, para
comprometerse por un orden social más equitativo y digno.
Es
momento favorable para una verdadera y propia reconciliación
nacional ante los desafíos que hoy se afrontan. El Papa participa de
sus esperanzas, se une a sus oraciones para que florezca la semilla
del martirio y se afiancen por los verdaderos senderos a los hijos e
hijas de esa Nación, que se precia de llevar el nombre del divino
Salvador del mundo''.
Querido
hermano, te pido, por favor, que reces y hagas rezar por mí, a la
vez que imparto la Bendición Apostólica a todos los que se unen de
diversas maneras a la celebración del nuevo Beato''.
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