Inicio - VIS Vaticano - Recibir VIS - Contáctenos - Calendario VIS

El 'Vatican Information Service' (VIS) es un boletín informativo de la Oficina de Prensa Santa Sede. Transmite diariamente información sobre la actividad magisterial y pastoral del Santo Padre y de la Curia Romana... []

últimas 5 noticias

VISnews en Twitter Ver en YouTube

domingo, 1 de mayo de 2011

SALUDOS A LOS PARTICIPANTES EN LA BEATIFICACION

CIUDAD DEL VATICANO, 1 MAY 2011 (VIS).-Al final de la misa de beatificación y antes de recitar el Regina Caeli, el Santo Padre saludó a los fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro y en las zonas adyacentes.

Hablando en francés, el Papa pidió que “la vida y obra del Beato Juan Pablo II sea la fuente de un compromiso renovado al servicio de todos los hombres y de todo el hombre. Le pido que bendiga los esfuerzos de todos para construir una civilización del amor, respetando la dignidad de cada persona humana, creada a imagen de Dios, con una especial atención a los más frágiles”.

Dirigiéndose a continuación a los peregrinos de lengua inglesa, Benedicto XVI expresó del deseo de que el ejemplo del Beato “de fe firme en Cristo, Redentor del hombre, nos inspire a vivir plenamente la nueva vida que celebramos en la Pascua, para ser iconos de la misericordia divina y trabajar por un mundo en el que la dignidad y los derechos de cada hombre, mujer y niño sean respetados y promovidos”.

“Os invito -dijo a los fieles de lengua española- a seguir el ejemplo de fidelidad y amor a Cristo y a la Iglesia, que nos dejó como preciosa herencia. Que desde el cielo os acompañe siempre su intercesión, para que la fe de vuestros pueblos se mantenga en la solidez de sus raíces y la paz y la concordia favorezcan el progreso necesario de vuestras gentes”.

Al saludar a las autoridades polacas, el Papa pidió que su connacional “obtenga para vosotros y para su patria terrena el don de la paz, de la unidad y de toda prosperidad”.

Benedicto XVI concluyó agradeciendo a las autoridades italianas la colaboración en la organización de este día. “Extiendo mi más afectuoso saludo a todos los peregrinos - congregados en la Plaza de San Pedro, en las calles adyacentes y en otros lugares de Roma- y a todos los que se han unido a nosotros mediante la radio y la televisión; (…) a los enfermos y ancianos, con los que el nuevo beato se sentía particularmente cercano”.

Al final de la celebración eucarística, el Santo Padre, acompañado por los cardenales concelebrantes, se dirigió al interior de la Basílica Vaticana para venerar al nuevo Beato. Posteriormente hicieron lo mismo las autoridades presentes, así como los obispos y demás fieles.
ANG/ VIS 20110501 (400)

VIGILIA PREPARACION PARA LA BEATIFICACION DE JUAN PABLO II

CIUDAD DEL VATICANO, 30 ABR 2011 (VIS).-Mas de 200.000 personas asistieron a la vigilia de preparación de la beatificación de Juan Pablo II, que comenzó en el romano Circo Máximo a las 20,00, con un vídeo que recordaba el Jubileo del Año 2000 y el canto “Jesus Christ you are my life” interpretado por el coro de la diócesis de Roma y la Orquesta y el Conservatorio de “Santa Cecilia” dirigido por monseñor Marco Frisina.

A continuación 30 jóvenes de las parroquias y capellanía diocesanas colocaron ante la reproducción de la imagen de María “Salus Populi Romani”, patrona de la ciudad, velas encendidas. Después, un breve vídeo hizo revivir los últimos meses del pontificado de Juan Pablo II, marcados por el sufrimiento.

Tras la interpretación del canto polaco “Oh, Madre de la Misericordia”, intervino Joaquín Navarro-Valls, ex director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede durante el pontificado del nuevo beato

“Cuando durante los funerales de Juan Pablo II vi las pancartas con la frase: “Santo ya” pensé: Llegan tarde porque los santos o lo son ya en vida o no lo son”, dijo el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede desde 1984 a 2006. “Para un cristiano rezar es un deber y también el resultado de una convicción: para Juan Pablo II era una necesidad, no podía vivir sin rezar. Verle rezar era ver a una persona que está en conversación con Dios. (...) Su oración se nutría de las necesidades de los demás. (...) Le llegaban miles de mensajes de todo el mundo. (...) Lo veía de rodillas durante horas en su capilla con estos papelitos en las manos; tomaba uno, dejaba otro, (...) eran el tema de su conversación con Dios. Pienso que para sí mismo no dejase ningún espacio en la oración, que no rezase por “cosas suyas”. (...) He aprendido mucho de él, en el respeto de la persona humana, en la que veía la imagen de Dios y al centro de su pontificado estaba conservar el carácter trascendente de la persona, porque se corre el riesgo de que sea tratada como una cosa, como un objeto. Este respeto, cuando se vive al lado de alguien como él, es algo que no se olvida nunca. (...) Gracias Juan Pablo II por esa obra maestra que, con la ayuda de Dios, hiciste que fuera tu vida”

“Mi Juan Pablo II”, un vídeo realizado por la Pastoral Universitaria, abrió el paso al testimonio de Marie Simon-Pierre, la monja francesa, cuya curación milagrosa abrió el camino para la beatificación.

“Yo sufría de la enfermedad de Parkinson desde 2001”, dijo. “Los signos clínicos de la enfermedad empeoraron en las semanas después de la muerte de Juan Pablo II. En la tarde del 2 de junio, le pedí a la Superiora Sor Marie Thomas que encontrase otra monja que asumiera la responsabilidad del servicio de las Maternidades Católicas, porque yo no tenía fuerzas, estaba agotada. (...) La madre superiora me escuchó atentamente (...) recordándome que todas las comunidades estaban rezando por mi curación, invocando la intercesión de Juan Pablo II, (...) esperando que un milagro contribuyese a la causa de beatificación de este Papa que fue tan importante para nuestro instituto. (...) Me curé en la noche del 2 al 3 de junio de 2005. En la noche me desperté de repente y fui al oratorio de la Casa de la Comunidad para orar ante el Santísimo Sacramento. Una gran paz me invadió, una sensación de bienestar. (...) Luego me uní a la Comunidad para rezar las laudes y recibir la Eucaristía. (...) Tuve que caminar unos 50 metros. Me di cuenta entonces, mientras caminaba, que mi brazo izquierdo, que estaba como muerto a consecuencia de la enfermedad empezaba a moverse. Hace 6 años que no tomo medicamentos. Desde mi curación mi vida es normal. (...) Lo que el Señor me ha hecho vivir a través de la intercesión de Juan Pablo II es un gran misterio difícil de explicar con palabras. (...) Desde que acepté que toda la congregación rezase por la intercesión del Papa Juan Pablo II para mi recuperación, siempre he dicho que iba a ir hasta el final si nuestras oraciones eran escuchadas. Sí, hasta el final, para que Juan Pablo II fuera reconocido beato y en su día santo, hasta el final por la Iglesia, hasta el final, para que el mundo crea, hasta el final para que la vida sea respetada y todos los que trabajan al servicio de la vida sean alentados”.

A continuación intervino el cardenal Stanislaw Dziwisz. “El Papa que hace apenas seis años habíamos confiado al seno de la tierra hoy se nos presenta como “beato” en el cielo”, dijo el cardenal arzobispo de Cracovia. “Así podemos también oficialmente, comunitariamente, invocarlo, pedir su intercesión, alabar a Dios a través de él. (...) Si hoy es proclamado beato es porque ya era santo en vida, lo era también para nosotros que lo conocíamos. (...) La mayor parte del tiempo que se transcurría en su compañía pasaba en silencio porque esta era la actitud que prefería. Estar con Juan Pablo II quería decir amar su silencio. Ser colaborador suyo, servirle de secretario, significaba en primer lugar, garantizarle su espacio vital, su autonomía, proteger el radio de libertad que incluía ante todo espacio y tiempo para Dios. (...) Juan Pablo II era un enamorado de Dios. (...) En Dios sabía sumergirse en cualquier lugar, en cualquier condición: también cuando estudiaba o se encontraba en medio de la gente, lo hacía con la mayor naturalidad. (...) Su disciplina mental no lo abandonó nunca: hasta el final encaminado a su objetivo, a la meta. Como un patriarca bíblico, nos preparó a la separación llevándonos de la mano, concentrado en lo que hacía. Moría como un luchador exhausto y al mismo tiempo lúcido: Aquí estoy, muerte, me tendrás solamente por un instante. Voy a mi Casa, con mi Padre y mi Madre, voy donde siempre quise llegar. Allá donde está la vida y se es verdaderamente, beatos para siempre”.

El testimonio del cardenal concluyó la primera parte, que acabó con el himno “Totus tuus”, compuesto en el 50 aniversario de la ordenación sacerdotal de Juan Pablo II (1996).

La segunda parte se abrió con el himno de Juan Pablo II “Abrid las puertas a Cristo”, seguida de la intervención del cardenal Agostino Vallini, vicario de la diócesis de Roma.

“Seis años después de la muerte de este gran Papa -dijo el purpurado- sigue siendo muy fuerte en la Iglesia y en el mundo el recuerdo de quien fue durante 27 años Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal. Sentimos por el amado pontífice veneración, afecto, admiración y profunda gratitud. De su vida, aprendemos, en primer lugar, el testimonio de la fe: una fe arraigada y fuerte, libre de miedos y de compromisos, coherente hasta el último aliento, forjada por las pruebas, la fatiga y la enfermedad, cuya benéfica influencia se ha difundido en toda la Iglesia, más aún, en todo el mundo; un testimonio acogido en todos los lugares, en sus viajes apostólicos, por millones de hombres y mujeres de todas las razas y culturas. (...) Testigo de la época trágica de las grandes ideologías, de los regímenes totalitarios y de su ocaso, Juan Pablo II intuyó con antelación el trabajoso pasaje, marcado por tensiones y contradicciones, de la época moderna hacia una nueva fase de la historia, mostrando una atención constante para que su protagonista fuese la persona humana. (...) Con la mirada fija en Cristo, Redentor del hombre, ha creído en el hombre y le ha mostrado apertura, confianza, cercanía. Ha amado al hombre y le ha impulsado a desarrollar dentro de sí el potencial de la fe para vivir como una persona libre y cooperar en la realización de una humanidad más justa y solidaria, como operador de paz y constructor de esperanza. (...) En su extraordinario impulso de amor por la humanidad, ha amado, con un amor tierno, a todos los “heridos por la vida” -como llamaba a los pobres, enfermos, los sin nombre, los excluidos a priori-, pero con un amor muy singular ha amado a la gente joven. Las convocaciones de las Jornadas Mundiales de la Juventud tenían como fin que los jóvenes fueran protagonistas de su futuro, convirtiéndose en constructores de la historia. (...) El recuerdo del amado Pontífice, profeta de esperanza, no debe significar para nosotros un regreso al pasado, sino que aprovechando su patrimonio humano y espiritual, sea un impulso para mirar hacia adelante”.

Después se rezaron los Misterios de la Luz del Santo Rosario, en conexión directa con cinco santuarios marianos, precedidos por vídeos de los mensajes y homilías de Juan Pablo II ligados a las intenciones de oración: En el santuario Łagiewniki, en Cracovia, la intención fue la juventud; en el santuario Kawekamo-Bugando (Tanzania), la familia; en el santuario de Nuestra Señora del Líbano - Harissa (Líbano), la evangelización; en la basílica de Santa María de Guadalupe, de Ciudad de México, la esperanza y la paz de las naciones; en el Santuario de Fátima, la Iglesia.

Al final, Benedicto XVI, en conexión desde el Vaticano, rezó una oración a la Virgen: “Ayúdanos a dar siempre -dijo- razón de la esperanza que está en nosotros, confiando en la bondad del hombre y en el amor del Padre. Enséñanos a construir el mundo desde dentro en la profundidad del silencio y la oración, en la alegría del amor fraterno, en la fecundidad insustituible de la cruz”. Finalizada la plegaria, el Santo Padre bendijo a los participantes en la vigilia de oración.
VIGILIA/ VIS 20110501 (1610)

RITO DE LA BEATIFICACIÓN

CIUDAD DEL VATICANO, 1 MAY 2011 (VIS).-Después del acto penitencial de la misa de beatificación de Juan Pablo II, el cardenal Agostino Vallini, vicario general del Papa para la diócesis de Roma, se acercó a Benedicto XVI junto con el postulador de la causa, monseñor Slawomir Oder, y pidió que se proceda a la beatificación del Siervo de Dios:

Beatissime Pater,
Vicarius Generalis Sanctitatis Vestrae
pro Romana Dioecesi,
humillime a Sanctitate Vestra petit
ut Venerabilem Servum Dei
Ioannem Paulum II, papam,
numero Beatorum adscribere
benignissime digneris.

A continuación leyó una breve biografía del pontífice polaco:

Karol Józef Wojtyla nació en Wadowice (Polonia), el 18 de mayo de 1920, de Karol y Emilia Kaczorowska. Fue bautizado el 20 de junio en la iglesia parroquial de Wadowice.

Segundo de dos hijos, pronto la alegría y la serenidad de su infancia recibieron el duro golpe de la prematura muerte de su madre, fallecida cuando Karol tenía nueve años (1929). Tres años más tarde (1932) moría también su hermano mayor, Edmund, y en 1941, a los 21 años, Karol perdió también a su padre.

Educado en la más sana tradición patriótica y religiosa, aprendió de su padre, un hombre profundamente cristiano, la piedad y el amor al prójimo. que nutría con la oración constante y la práctica de los sacramentos.

Las características de su espiritualidad, a las que permaneció fiel hasta la muerte, fueron su sincera devoción al Espíritu Santo y el amor a la Virgen. Su relación con la Madre de Dios era especialmente profunda y viva, vivida con la ternura de un niño que se abandona en los brazos de la madre y con la virilidad de un caballero, siempre dispuesto a obedecer a las órdenes de su Señora: “Haced todo lo que el Hijo os dirá”. Su confianza total en María, que como obispo expresaría en el lema “Totus Tuus”, revelaba también el secreto de ver el mundo a través de los ojos de la Madre de Dios

La rica personalidad del joven Karol maduró gracias al entrelazamiento de sus dotes intelectuales, espirituales y morales con los acontecimientos de su época, que marcaron la historia de su patria y de Europa.

En los años de la escuela secundaria nació en él la pasión por el teatro y la poesía, que desarrolló a través de la actividad del grupo teatral de la Facultad de Filología de la Universidad Jagellónica, donde se matriculó en el curso académico 1938.

Durante la ocupación nazi de Polonia, mientras estudiaba en la clandestinidad, trabajó durante cuatro años (desde octubre de 1940 hasta agosto de 1944) como obrero en las fábricas de Solvay, viviendo desde dentro los problemas sociales del mundo del trabajo y recogiendo un valioso patrimonio de experiencias que utilizaría en futuro en su magisterio social primero como arzobispo de Cracovia y luego como Sumo Pontífice.

En esos años maduró en él el deseo del sacerdocio, al que se encaminó frecuentando desde octubre de 1942, los cursos clandestinos de teología en el seminario de Cracovia. En el discernimiento de su vocación sacerdotal fue ayudado en gran medida por un laico, Jan Tyranowski, un verdadero apóstol de la juventud. Desde entonces, el joven Karol tuvo la clara percepción de la vocación universal de todos los cristianos a la santidad y del papel insustituible de los laicos en la misión de la Iglesia.

Fue ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946 y al día siguiente, en la sugestiva atmósfera de la cripta de San Leonardo de la catedral de Wawel, celebró la primera misa.

Enviado a Roma para completar la formación teológica, fue alumno de la Facultad de Teología en el Angelicum, donde se dedicó con empeño a estudiar las fuentes de la sana doctrina y vivió su primer encuentro con la vitalidad y la riqueza de la Iglesia Universal, en la situación privilegiada que le ofrecía la vida fuera de la “cortina de hierro”. A esa época se remonta el encuentro de don Karol con S. Pío de Pietrelcina.

Se graduó con las notas más altas en junio de 1948 y regresó a Cracovia para iniciar la actividad pastoral, como vicario parroquial. Se entregó a su ministerio con entusiasmo y generosidad. Después de obtener la habilitación a la docencia, comenzó a enseñar en la universidad, en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, y después de la abolición de esta, en la del seminario diocesano de Cracovia y la Universidad Católica de Lublin.

Los años transcurridos con los jóvenes estudiantes le permitieron comprender plenamente la inquietud de sus corazones y el joven sacerdote fue para ellos no sólo un profesor, sino un guía espiritual y un amigo.

A la edad de 38 años, fue nombrado obispo auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958, de manos del arzobispo Eugeniusz Baziak, al que sucedió como arzobispo en 1964. Fue creado cardenal por el Papa Pablo VI el 26 de junio de 1967.

Como pastor de la diócesis de Cracovia fue inmediatamente apreciado como hombre de fe robusta y valiente, cercano a la gente y a sus problemas reales.

Interlocutor capaz de escucha y diálogo, sin ceder nunca al compromiso, afirmó frente a todos el primado de Dios y de Cristo como fundamento de un verdadero humanismo y fuente de los derechos inalienables de la persona humana. Amado por sus diocesanos, estimado por sus compañeros obispos compañeros, era temido por quienes lo veían como un adversario.

El 16 de octubre de 1978 fue elegido Obispo de Roma y Romano Pontífice y tomó el nombre de Juan Pablo II. Su corazón de pastor, totalmente entregado a la causa del Reino de Dios, se extendió a todo el mundo. La “caridad de Cristo” le llevó a visitar las parroquias de Roma, a anunciar el Evangelio en todos los ambientes y fue la fuerza impulsora de los innumerables viajes apostólicos en los diversos continentes, llevados a cabo para confirmar en la fe a los hermanos y hermanas en Cristo, consolar a los afligidos y a los pusilánimes, a llevar el mensaje de reconciliación entre las iglesias cristianas, a construir puentes de amistad entre los creyentes del Único Dios y los hombres de buena voluntad.

Su luminoso magisterio no tuvo otro propósito que anunciar siempre y en todo el mundo a Cristo, Único Salvador de la humanidad.

En su extraordinario ardor misionero amó con un amor especialísimo a los jóvenes. Las convocaciones de las Jornadas Mundiales de la Juventud tenían como objetivo anunciar a las nuevas generaciones a Jesucristo y su Evangelio para que fueran protagonistas de su futuro y cooperar en la construcción de un mundo mejor.

Su solicitud de Pastor universal se manifestó en la convocación de numerosas asambleas del Sínodo de los Obispos, en la erección de diócesis y circunscripciones eclesiásticas, en la promulgación de los códigos de derecho canónico latino y de las Iglesias Orientales y del Catecismo de la Iglesia Católica, en la publicación de cartas encíclicas y exhortaciones apostólicas. Para fomentar en el Pueblo de Dios momentos de vida espiritual más intensa, convocó el Jubileo extraordinario de la Redención, el Año Mariano, el Año de la Eucaristía y el Gran Jubileo del año 2000.

El optimismo arrollador, fundado en la confianza en la Providencia divina, llevó a Juan Pablo II, que había vivido la experiencia trágica de dos dictaduras, sufrido un atentado el 13 de mayo de 1981 y en los últimos años había sido probado físicamente por la enfermedad progresiva, a mirar siempre hacia horizontes de esperanza, invitando a la gente a abatir los muros de las divisiones, a eliminar la resignación para volar hacia metas de renovación espiritual, moral y material.

Concluyó su larga y fecunda existencia terrena en el Palacio Apostólico Vaticano, el sábado, 2 de abril de 2005, víspera del Domingo in Albis, que quiso que se llamara de la Divina Misericordia. El funeral solemne se celebró en esta Plaza de San Pedro el 8 de abril de 2005.

Un testimonio conmovedor del bien que realizó fue la participación de numerosas delegaciones de todo el mundo y de millones de hombres y mujeres, creyentes y no creyentes, que reconocieron en él un signo claro del amor de Dios por la humanidad.

Benedicto XVI leyó entonces la fórmula de beatificación. Al terminar se descubrió el tapiz con el nuevo beato, mientras se cantó el Himno del Beato en latín y se colocaron en el altar las reliquias de Juan Pablo II para la veneración de todos los fieles.

El cardenal Vallini terminó agradeciendo al Papa con estas palabras:

Beatissime Pater,
Vicarius Sanctitatis Vestrae
pro Romana Dioecesi,
gratias ex animo Sanctitati Vestrae agit
quod titulum Beati
hodie
Venerabili Servo Dei
Ioanni Paulo II, papae,
conferre dignatus es.
…/ VIS 20110501 (1440)

BENEDICTO XVI PROCLAMA BEATO A JUAN PABLO II

CIUDAD DEL VATICANO, 1 MAY 2011 (VIS).-A las 10,00 de hoy, II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, Benedicto XVI presidió la celebración eucarística durante la cual proclamó Beato al Siervo de Dios Juan Pablo II, Papa (1920-2005), cuya fiesta se celebrará a partir de ahora el 22 de octubre de cada año.

Asistieron a la ceremonia 87 delegaciones de varios países, entre ellos cinco casas reales, 16 jefes de Estado –entre ellos los presidentes de Italia y de Polonia- y 7 primeros ministros.

Cientos de miles de personas venidas de todo el mundo llenaban la Plaza de San Pedro y las calles adyacentes. La ceremonia también se pudo seguir desde varias pantallas gigantes instaladas en el Circo Máximo y en algunas plazas de la ciudad.

Ofrecemos a continuación el texto de la homilía del Papa:

“Queridos hermanos y hermanas.

Hace seis años nos encontrábamos en esta Plaza para celebrar los funerales del Papa Juan Pablo II. El dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento. Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él. Por eso, he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato.

Deseo dirigir un cordial saludo a todos los que, en número tan grande, desde todo el mundo, habéis venido a Roma, para esta feliz circunstancia, a los señores cardenales, a los patriarcas de las Iglesias católicas orientales, hermanos en el episcopado y el sacerdocio, delegaciones oficiales, embajadores y autoridades, personas consagradas y fieles laicos, y lo extiendo a todos los que se unen a nosotros a través de la radio y la televisión.

Éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el primer día del mes de mayo, el mes de María; y es también la memoria de san José obrero. Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial.

“Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica. E inmediatamente recordamos otra bienaventuranza: *(Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo+ (Mt 16, 17). )Qué es lo que el Padre celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en *Pedro+, la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia. La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: *Dichoso, tú, Simón+ y *Dichosos los que crean sin haber visto+. Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo.

“Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice: *Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá+ (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro. María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad. De modo particular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del Evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narración de la muerte de Jesús, donde María aparece al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los discípulos reunidos en oración en el cenáculo (cf. Hch. 1, 14).

“También la segunda lectura de hoy nos habla de la fe, y es precisamente san Pedro quien escribe, lleno de entusiasmo espiritual, indicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y su alegría. Me complace observar que en este pasaje, al comienzo de su Primera carta, Pedro no se expresa en un modo exhortativo, sino indicativo; escribe, en efecto: “Por ello os alegráis”, y añade: “No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación” (1 P 1, 6.8-9). Todo está en indicativo porque hay una nueva realidad, generada por la resurrección de Cristo, una realidad accesible a la fe. “Es el Señor quien lo ha hecho -dice el Salmo (118, 23)- ha sido un milagro patente”, patente a los ojos de la fe.

“Queridos hermanos y hermanas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium. Todos los miembros del Pueblo de Dios -obispos, sacerdotes, diáconos, fieles laicos, religiosos, religiosas- estamos en camino hacia la patria celestial, donde nos ha precedido la Virgen María, asociada de modo singular y perfecto al misterio de Cristo y de la Iglesia. Karol Wojtya, primero como Obispo Auxiliar y después como Arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera. Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre. Un icono que se encuentra en el evangelio de Juan (19, 25-27) y que quedó sintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol Wojtya: una cruz de oro, una “eme” abajo, a la derecha, y el lema: “Totus tuus”, que corresponde a la célebre expresión de san Luis María Grignion de Monfort, en la que Karol Wojtya encontró un principio fundamental para su vida: “Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum, Maria -Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón”. (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n. 266).El nuevo Beato escribió en su testamento: “Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszyski, me dijo: “La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”. Y añadía: “Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado”. ¿Y cuál es esta “causa”? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: “(No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”. Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás.

“Karol Wojtya subió al solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su “timonel”, el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar “umbral de la esperanza”. Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de “adviento”, con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz.

“Quisiera finalmente dar gracias también a Dios por la experiencia personal que me concedió, de colaborar durante mucho tiempo con el beato Papa Juan Pablo II. Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostuvieron mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una “roca”, como Cristo quería. Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Eucaristía.

“(Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Tantas veces nos ha bendecido desde esta misma Plaza. Santo Padre, bendíganos de nuevo desde esa ventana. Amén”.
AC/ VIS 20110501 (2160)

Copyright © VIS - Vatican Information Service