CIUDAD DEL VATICANO, 30 ABR 2011 (VIS).-Mas de 200.000 personas asistieron a la vigilia de preparación de la beatificación de Juan Pablo II, que comenzó en el romano Circo Máximo a las 20,00, con un vídeo que recordaba el Jubileo del Año 2000 y el canto “Jesus Christ you are my life” interpretado por el coro de la diócesis de Roma y la Orquesta y el Conservatorio de “Santa Cecilia” dirigido por monseñor Marco Frisina.
A continuación 30 jóvenes de las parroquias y capellanía diocesanas colocaron ante la reproducción de la imagen de María “Salus Populi Romani”, patrona de la ciudad, velas encendidas. Después, un breve vídeo hizo revivir los últimos meses del pontificado de Juan Pablo II, marcados por el sufrimiento.
Tras la interpretación del canto polaco “Oh, Madre de la Misericordia”, intervino Joaquín Navarro-Valls, ex director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede durante el pontificado del nuevo beato
“Cuando durante los funerales de Juan Pablo II vi las pancartas con la frase: “Santo ya” pensé: Llegan tarde porque los santos o lo son ya en vida o no lo son”, dijo el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede desde 1984 a 2006. “Para un cristiano rezar es un deber y también el resultado de una convicción: para Juan Pablo II era una necesidad, no podía vivir sin rezar. Verle rezar era ver a una persona que está en conversación con Dios. (...) Su oración se nutría de las necesidades de los demás. (...) Le llegaban miles de mensajes de todo el mundo. (...) Lo veía de rodillas durante horas en su capilla con estos papelitos en las manos; tomaba uno, dejaba otro, (...) eran el tema de su conversación con Dios. Pienso que para sí mismo no dejase ningún espacio en la oración, que no rezase por “cosas suyas”. (...) He aprendido mucho de él, en el respeto de la persona humana, en la que veía la imagen de Dios y al centro de su pontificado estaba conservar el carácter trascendente de la persona, porque se corre el riesgo de que sea tratada como una cosa, como un objeto. Este respeto, cuando se vive al lado de alguien como él, es algo que no se olvida nunca. (...) Gracias Juan Pablo II por esa obra maestra que, con la ayuda de Dios, hiciste que fuera tu vida”
“Mi Juan Pablo II”, un vídeo realizado por la Pastoral Universitaria, abrió el paso al testimonio de Marie Simon-Pierre, la monja francesa, cuya curación milagrosa abrió el camino para la beatificación.
“Yo sufría de la enfermedad de Parkinson desde 2001”, dijo. “Los signos clínicos de la enfermedad empeoraron en las semanas después de la muerte de Juan Pablo II. En la tarde del 2 de junio, le pedí a la Superiora Sor Marie Thomas que encontrase otra monja que asumiera la responsabilidad del servicio de las Maternidades Católicas, porque yo no tenía fuerzas, estaba agotada. (...) La madre superiora me escuchó atentamente (...) recordándome que todas las comunidades estaban rezando por mi curación, invocando la intercesión de Juan Pablo II, (...) esperando que un milagro contribuyese a la causa de beatificación de este Papa que fue tan importante para nuestro instituto. (...) Me curé en la noche del 2 al 3 de junio de 2005. En la noche me desperté de repente y fui al oratorio de la Casa de la Comunidad para orar ante el Santísimo Sacramento. Una gran paz me invadió, una sensación de bienestar. (...) Luego me uní a la Comunidad para rezar las laudes y recibir la Eucaristía. (...) Tuve que caminar unos 50 metros. Me di cuenta entonces, mientras caminaba, que mi brazo izquierdo, que estaba como muerto a consecuencia de la enfermedad empezaba a moverse. Hace 6 años que no tomo medicamentos. Desde mi curación mi vida es normal. (...) Lo que el Señor me ha hecho vivir a través de la intercesión de Juan Pablo II es un gran misterio difícil de explicar con palabras. (...) Desde que acepté que toda la congregación rezase por la intercesión del Papa Juan Pablo II para mi recuperación, siempre he dicho que iba a ir hasta el final si nuestras oraciones eran escuchadas. Sí, hasta el final, para que Juan Pablo II fuera reconocido beato y en su día santo, hasta el final por la Iglesia, hasta el final, para que el mundo crea, hasta el final para que la vida sea respetada y todos los que trabajan al servicio de la vida sean alentados”.
A continuación intervino el cardenal Stanislaw Dziwisz. “El Papa que hace apenas seis años habíamos confiado al seno de la tierra hoy se nos presenta como “beato” en el cielo”, dijo el cardenal arzobispo de Cracovia. “Así podemos también oficialmente, comunitariamente, invocarlo, pedir su intercesión, alabar a Dios a través de él. (...) Si hoy es proclamado beato es porque ya era santo en vida, lo era también para nosotros que lo conocíamos. (...) La mayor parte del tiempo que se transcurría en su compañía pasaba en silencio porque esta era la actitud que prefería. Estar con Juan Pablo II quería decir amar su silencio. Ser colaborador suyo, servirle de secretario, significaba en primer lugar, garantizarle su espacio vital, su autonomía, proteger el radio de libertad que incluía ante todo espacio y tiempo para Dios. (...) Juan Pablo II era un enamorado de Dios. (...) En Dios sabía sumergirse en cualquier lugar, en cualquier condición: también cuando estudiaba o se encontraba en medio de la gente, lo hacía con la mayor naturalidad. (...) Su disciplina mental no lo abandonó nunca: hasta el final encaminado a su objetivo, a la meta. Como un patriarca bíblico, nos preparó a la separación llevándonos de la mano, concentrado en lo que hacía. Moría como un luchador exhausto y al mismo tiempo lúcido: Aquí estoy, muerte, me tendrás solamente por un instante. Voy a mi Casa, con mi Padre y mi Madre, voy donde siempre quise llegar. Allá donde está la vida y se es verdaderamente, beatos para siempre”.
El testimonio del cardenal concluyó la primera parte, que acabó con el himno “Totus tuus”, compuesto en el 50 aniversario de la ordenación sacerdotal de Juan Pablo II (1996).
La segunda parte se abrió con el himno de Juan Pablo II “Abrid las puertas a Cristo”, seguida de la intervención del cardenal Agostino Vallini, vicario de la diócesis de Roma.
“Seis años después de la muerte de este gran Papa -dijo el purpurado- sigue siendo muy fuerte en la Iglesia y en el mundo el recuerdo de quien fue durante 27 años Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal. Sentimos por el amado pontífice veneración, afecto, admiración y profunda gratitud. De su vida, aprendemos, en primer lugar, el testimonio de la fe: una fe arraigada y fuerte, libre de miedos y de compromisos, coherente hasta el último aliento, forjada por las pruebas, la fatiga y la enfermedad, cuya benéfica influencia se ha difundido en toda la Iglesia, más aún, en todo el mundo; un testimonio acogido en todos los lugares, en sus viajes apostólicos, por millones de hombres y mujeres de todas las razas y culturas. (...) Testigo de la época trágica de las grandes ideologías, de los regímenes totalitarios y de su ocaso, Juan Pablo II intuyó con antelación el trabajoso pasaje, marcado por tensiones y contradicciones, de la época moderna hacia una nueva fase de la historia, mostrando una atención constante para que su protagonista fuese la persona humana. (...) Con la mirada fija en Cristo, Redentor del hombre, ha creído en el hombre y le ha mostrado apertura, confianza, cercanía. Ha amado al hombre y le ha impulsado a desarrollar dentro de sí el potencial de la fe para vivir como una persona libre y cooperar en la realización de una humanidad más justa y solidaria, como operador de paz y constructor de esperanza. (...) En su extraordinario impulso de amor por la humanidad, ha amado, con un amor tierno, a todos los “heridos por la vida” -como llamaba a los pobres, enfermos, los sin nombre, los excluidos a priori-, pero con un amor muy singular ha amado a la gente joven. Las convocaciones de las Jornadas Mundiales de la Juventud tenían como fin que los jóvenes fueran protagonistas de su futuro, convirtiéndose en constructores de la historia. (...) El recuerdo del amado Pontífice, profeta de esperanza, no debe significar para nosotros un regreso al pasado, sino que aprovechando su patrimonio humano y espiritual, sea un impulso para mirar hacia adelante”.
Después se rezaron los Misterios de la Luz del Santo Rosario, en conexión directa con cinco santuarios marianos, precedidos por vídeos de los mensajes y homilías de Juan Pablo II ligados a las intenciones de oración: En el santuario Łagiewniki, en Cracovia, la intención fue la juventud; en el santuario Kawekamo-Bugando (Tanzania), la familia; en el santuario de Nuestra Señora del Líbano - Harissa (Líbano), la evangelización; en la basílica de Santa María de Guadalupe, de Ciudad de México, la esperanza y la paz de las naciones; en el Santuario de Fátima, la Iglesia.
Al final, Benedicto XVI, en conexión desde el Vaticano, rezó una oración a la Virgen: “Ayúdanos a dar siempre -dijo- razón de la esperanza que está en nosotros, confiando en la bondad del hombre y en el amor del Padre. Enséñanos a construir el mundo desde dentro en la profundidad del silencio y la oración, en la alegría del amor fraterno, en la fecundidad insustituible de la cruz”. Finalizada la plegaria, el Santo Padre bendijo a los participantes en la vigilia de oración.
VIGILIA/ VIS 20110501 (1610)
A continuación 30 jóvenes de las parroquias y capellanía diocesanas colocaron ante la reproducción de la imagen de María “Salus Populi Romani”, patrona de la ciudad, velas encendidas. Después, un breve vídeo hizo revivir los últimos meses del pontificado de Juan Pablo II, marcados por el sufrimiento.
Tras la interpretación del canto polaco “Oh, Madre de la Misericordia”, intervino Joaquín Navarro-Valls, ex director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede durante el pontificado del nuevo beato
“Cuando durante los funerales de Juan Pablo II vi las pancartas con la frase: “Santo ya” pensé: Llegan tarde porque los santos o lo son ya en vida o no lo son”, dijo el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede desde 1984 a 2006. “Para un cristiano rezar es un deber y también el resultado de una convicción: para Juan Pablo II era una necesidad, no podía vivir sin rezar. Verle rezar era ver a una persona que está en conversación con Dios. (...) Su oración se nutría de las necesidades de los demás. (...) Le llegaban miles de mensajes de todo el mundo. (...) Lo veía de rodillas durante horas en su capilla con estos papelitos en las manos; tomaba uno, dejaba otro, (...) eran el tema de su conversación con Dios. Pienso que para sí mismo no dejase ningún espacio en la oración, que no rezase por “cosas suyas”. (...) He aprendido mucho de él, en el respeto de la persona humana, en la que veía la imagen de Dios y al centro de su pontificado estaba conservar el carácter trascendente de la persona, porque se corre el riesgo de que sea tratada como una cosa, como un objeto. Este respeto, cuando se vive al lado de alguien como él, es algo que no se olvida nunca. (...) Gracias Juan Pablo II por esa obra maestra que, con la ayuda de Dios, hiciste que fuera tu vida”
“Mi Juan Pablo II”, un vídeo realizado por la Pastoral Universitaria, abrió el paso al testimonio de Marie Simon-Pierre, la monja francesa, cuya curación milagrosa abrió el camino para la beatificación.
“Yo sufría de la enfermedad de Parkinson desde 2001”, dijo. “Los signos clínicos de la enfermedad empeoraron en las semanas después de la muerte de Juan Pablo II. En la tarde del 2 de junio, le pedí a la Superiora Sor Marie Thomas que encontrase otra monja que asumiera la responsabilidad del servicio de las Maternidades Católicas, porque yo no tenía fuerzas, estaba agotada. (...) La madre superiora me escuchó atentamente (...) recordándome que todas las comunidades estaban rezando por mi curación, invocando la intercesión de Juan Pablo II, (...) esperando que un milagro contribuyese a la causa de beatificación de este Papa que fue tan importante para nuestro instituto. (...) Me curé en la noche del 2 al 3 de junio de 2005. En la noche me desperté de repente y fui al oratorio de la Casa de la Comunidad para orar ante el Santísimo Sacramento. Una gran paz me invadió, una sensación de bienestar. (...) Luego me uní a la Comunidad para rezar las laudes y recibir la Eucaristía. (...) Tuve que caminar unos 50 metros. Me di cuenta entonces, mientras caminaba, que mi brazo izquierdo, que estaba como muerto a consecuencia de la enfermedad empezaba a moverse. Hace 6 años que no tomo medicamentos. Desde mi curación mi vida es normal. (...) Lo que el Señor me ha hecho vivir a través de la intercesión de Juan Pablo II es un gran misterio difícil de explicar con palabras. (...) Desde que acepté que toda la congregación rezase por la intercesión del Papa Juan Pablo II para mi recuperación, siempre he dicho que iba a ir hasta el final si nuestras oraciones eran escuchadas. Sí, hasta el final, para que Juan Pablo II fuera reconocido beato y en su día santo, hasta el final por la Iglesia, hasta el final, para que el mundo crea, hasta el final para que la vida sea respetada y todos los que trabajan al servicio de la vida sean alentados”.
A continuación intervino el cardenal Stanislaw Dziwisz. “El Papa que hace apenas seis años habíamos confiado al seno de la tierra hoy se nos presenta como “beato” en el cielo”, dijo el cardenal arzobispo de Cracovia. “Así podemos también oficialmente, comunitariamente, invocarlo, pedir su intercesión, alabar a Dios a través de él. (...) Si hoy es proclamado beato es porque ya era santo en vida, lo era también para nosotros que lo conocíamos. (...) La mayor parte del tiempo que se transcurría en su compañía pasaba en silencio porque esta era la actitud que prefería. Estar con Juan Pablo II quería decir amar su silencio. Ser colaborador suyo, servirle de secretario, significaba en primer lugar, garantizarle su espacio vital, su autonomía, proteger el radio de libertad que incluía ante todo espacio y tiempo para Dios. (...) Juan Pablo II era un enamorado de Dios. (...) En Dios sabía sumergirse en cualquier lugar, en cualquier condición: también cuando estudiaba o se encontraba en medio de la gente, lo hacía con la mayor naturalidad. (...) Su disciplina mental no lo abandonó nunca: hasta el final encaminado a su objetivo, a la meta. Como un patriarca bíblico, nos preparó a la separación llevándonos de la mano, concentrado en lo que hacía. Moría como un luchador exhausto y al mismo tiempo lúcido: Aquí estoy, muerte, me tendrás solamente por un instante. Voy a mi Casa, con mi Padre y mi Madre, voy donde siempre quise llegar. Allá donde está la vida y se es verdaderamente, beatos para siempre”.
El testimonio del cardenal concluyó la primera parte, que acabó con el himno “Totus tuus”, compuesto en el 50 aniversario de la ordenación sacerdotal de Juan Pablo II (1996).
La segunda parte se abrió con el himno de Juan Pablo II “Abrid las puertas a Cristo”, seguida de la intervención del cardenal Agostino Vallini, vicario de la diócesis de Roma.
“Seis años después de la muerte de este gran Papa -dijo el purpurado- sigue siendo muy fuerte en la Iglesia y en el mundo el recuerdo de quien fue durante 27 años Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal. Sentimos por el amado pontífice veneración, afecto, admiración y profunda gratitud. De su vida, aprendemos, en primer lugar, el testimonio de la fe: una fe arraigada y fuerte, libre de miedos y de compromisos, coherente hasta el último aliento, forjada por las pruebas, la fatiga y la enfermedad, cuya benéfica influencia se ha difundido en toda la Iglesia, más aún, en todo el mundo; un testimonio acogido en todos los lugares, en sus viajes apostólicos, por millones de hombres y mujeres de todas las razas y culturas. (...) Testigo de la época trágica de las grandes ideologías, de los regímenes totalitarios y de su ocaso, Juan Pablo II intuyó con antelación el trabajoso pasaje, marcado por tensiones y contradicciones, de la época moderna hacia una nueva fase de la historia, mostrando una atención constante para que su protagonista fuese la persona humana. (...) Con la mirada fija en Cristo, Redentor del hombre, ha creído en el hombre y le ha mostrado apertura, confianza, cercanía. Ha amado al hombre y le ha impulsado a desarrollar dentro de sí el potencial de la fe para vivir como una persona libre y cooperar en la realización de una humanidad más justa y solidaria, como operador de paz y constructor de esperanza. (...) En su extraordinario impulso de amor por la humanidad, ha amado, con un amor tierno, a todos los “heridos por la vida” -como llamaba a los pobres, enfermos, los sin nombre, los excluidos a priori-, pero con un amor muy singular ha amado a la gente joven. Las convocaciones de las Jornadas Mundiales de la Juventud tenían como fin que los jóvenes fueran protagonistas de su futuro, convirtiéndose en constructores de la historia. (...) El recuerdo del amado Pontífice, profeta de esperanza, no debe significar para nosotros un regreso al pasado, sino que aprovechando su patrimonio humano y espiritual, sea un impulso para mirar hacia adelante”.
Después se rezaron los Misterios de la Luz del Santo Rosario, en conexión directa con cinco santuarios marianos, precedidos por vídeos de los mensajes y homilías de Juan Pablo II ligados a las intenciones de oración: En el santuario Łagiewniki, en Cracovia, la intención fue la juventud; en el santuario Kawekamo-Bugando (Tanzania), la familia; en el santuario de Nuestra Señora del Líbano - Harissa (Líbano), la evangelización; en la basílica de Santa María de Guadalupe, de Ciudad de México, la esperanza y la paz de las naciones; en el Santuario de Fátima, la Iglesia.
Al final, Benedicto XVI, en conexión desde el Vaticano, rezó una oración a la Virgen: “Ayúdanos a dar siempre -dijo- razón de la esperanza que está en nosotros, confiando en la bondad del hombre y en el amor del Padre. Enséñanos a construir el mundo desde dentro en la profundidad del silencio y la oración, en la alegría del amor fraterno, en la fecundidad insustituible de la cruz”. Finalizada la plegaria, el Santo Padre bendijo a los participantes en la vigilia de oración.
VIGILIA/ VIS 20110501 (1610)
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