Ciudad
del Vaticano, 6 de abril de 2012 (VIS).- Este Viernes Santo, el
Santo Padre ha presidido, a las 17.30, en la basílica de San Pedro,
la celebración de la Pasión del Señor. Después de la liturgia de
la Palabra -en la que se escuchó el relato de la Pasión según San
Juan- y la homilía, se rezó la Oración universal. El rito
prosiguió con la adoración de la Santa Cruz y concluyó con la
comunión.
Horas
más tarde, a las 21.15, Benedicto XVI presidió el Via Crucis,
transmitido a todo el mundo, en el Coliseo de Roma. Este año, los
textos de las meditaciones y las oraciones que acompañan las
estaciones han sido escritos por un matrimonio miembro del Movimiento
de los Focolares. Dos jóvenes de la diócesis de Roma sostenían las
antorchas al lado de la cruz, que fue llevada por el cardenal
Agostino Vallini, vicario de Su Santidad para la diócesis de Roma;
por dos frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa; y por
algunas familias procedentes de Italia, Irlanda, Burkina Faso y Perú.
Al
final del Via Crucis, el Papa pronunció las siguientes palabras:
“Hemos
recordado en la meditación, la oración y el canto, el camino de
Jesús en la vía de la cruz: una vía que parecía sin salida y que,
sin embargo, ha cambiado la vida y la historia del hombre, ha abierto
el paso hacia los «cielos nuevos y la tierra nueva» Especialmente
en este día del Viernes Santo, la Iglesia celebra con íntima
devoción espiritual la memoria de la muerte en cruz del Hijo de Dios
y, en su cruz, ve el árbol de la vida, fecundo de una nueva
esperanza”.
“La
experiencia del sufrimiento y de la cruz marca la humanidad, marca
incluso la familia; cuántas veces el camino se hace fatigoso y
difícil. Incomprensiones, divisiones, preocupaciones por el futuro
de los hijos, enfermedades, dificultades de diverso tipo. En nuestro
tiempo, además, la situación de muchas familias se ve agravada por
la precariedad del trabajo y por otros efectos negativos de la crisis
económica. El camino del Via Crucis, que hemos recorrido esta noche
espiritualmente, es una invitación para todos nosotros, y
especialmente para las familias, a contemplar a Cristo crucificado
para tener la fuerza de ir más allá de las dificultades. La cruz de
Jesús es el signo supremo del amor de Dios para cada hombre, la
respuesta superabundante a la necesidad que tiene toda persona de ser
amada. Cuando nos encontramos en la prueba, cuando nuestras familias
deben afrontar el dolor, la tribulación, miremos a la cruz de
Cristo: allí encontramos el valor y la fuerza para seguir caminando;
allí podemos repetir con firme esperanza las palabras de san Pablo:
«¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la tribulación?, ¿la
angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el
peligro?, ¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias
a Aquél que nos ha amado”.
“En
la aflicción y la dificultad, no estamos solos; la familia no está
sola: Jesús está presente con su amor, la sostiene con su gracia y
le da la fuerza para seguir adelante, para afrontar los sacrificios y
superar todo obstáculo. Y es a este amor de Cristo al que debemos
acudir cuando las vicisitudes humanas y las dificultades amenazan con
herir la unidad de nuestra vida y de la familia. El misterio de la
pasión, muerte y resurrección de Cristo alienta a seguir adelante
con esperanza: la estación del dolor y de la prueba, si la vivimos
con Cristo, con fe en Él, encierra ya la luz de la resurrección, la
vida nueva del mundo resucitado, la pascua de cada hombre que cree en
su Palabra”
“En
aquel hombre crucificado, que es el Hijo de Dios, incluso la muerte
misma adquiere un nuevo significado y orientación, es rescatada y
vencida, es el paso hacia la nueva vida: «si el grano de trigo no
cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho
fruto» (Jn 12,24). Encomendémonos a la Madre de Cristo, que ha
acompañado a su Hijo por la vía dolorosa. Que ella, que estaba
junto a la cruz en la hora de su muerte, que ha alentado a la Iglesia
desde su nacimiento para que viva la presencia del Señor, dirija
nuestros corazones, los corazones de todas las familias a través del
inmenso 'mysterium passionis' hacia el 'mysterium paschale', hacia
aquella luz que prorrumpe de la Resurrección de Cristo y muestra el
triunfo definitivo del amor, de la alegría, de la vida, sobre el
mal, el sufrimiento, la muerte. Amén”.
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