Ciudad
del Vaticano, 7 de abril de 2012 (VIS).- La solemne Vigilia de la
noche de Pascua empezó a las 21.00 en la basílica de San Pedro, y
fue presidida por el Santo Padre. El rito comenzó en el atrio del
templo con la bendición del fuego nuevo y la preparación del cirio
pascual. Después de la procesión hacia el altar, con el cirio
encendido, y el canto del “Exsultet”, se procedió a la liturgia
de la Palabra, la liturgia bautismal y la liturgia eucarística,
concelebrada con los cardenales.
Durante
la vigilia, el Papa administró los sacramentos de la iniciación
cristiana (bautismo, confirmación y primera comunión) a ocho
personas procedentes de Italia, Albania, Eslovaquia, Alemania,
Turkmenistán, Camerún y Estados Unidos.
Después
de la proclamación del Evangelio, el Santo Padre dedicó la homilía
al triunfo de la luz pascual sobre las tinieblas.
“Pascua
-dijo- es la fiesta de la nueva creación. Jesús ha resucitado y no
morirá de nuevo. Ha descerrajado la puerta hacia una nueva vida que
ya no conoce ni la enfermedad ni la muerte. Ha asumido al hombre en
Dios mismo (…) La creación se ha hecho más grande y más
espaciosa. La Pascua es el día de una nueva creación, pero
precisamente por ello la Iglesia comienza la liturgia con la antigua
creación, para que aprendamos a comprender la nueva (…) En el
contexto de la liturgia de este día, hay dos aspectos
particularmente importantes. En primer lugar, se presenta la creación
como una totalidad, de la cual forma parte la dimensión del tiempo.
Los siete días son una imagen de un conjunto que se desarrolla en el
tiempo. Están ordenados con vistas al séptimo día, el día de la
libertad de todas las criaturas para con Dios y de las unas para con
las otras. Por tanto, la creación está orientada a la comunión
entre Dios y la criatura; existe para que haya un espacio de
respuesta a la gran gloria de Dios, un encuentro de amor y libertad.
En segundo lugar, en la Vigilia Pascual la Iglesia comienza
escuchando ante todo la primera frase de la historia de la creación:
«Dijo Dios: Que exista la luz»”.
“¿Qué
quiere decir con esto el relato de la creación?”, se preguntó el
Papa. “La luz -afirmó- hace posible la vida (…) El mal se
esconde (…) El que Dios haya creado la luz significa: Dios creó el
mundo como un espacio de conocimiento y de verdad, espacio para el
encuentro y la libertad, espacio del bien y del amor. La materia
prima del mundo es buena, el ser es bueno en sí mismo. Y el mal no
proviene del ser, que es creado por Dios, sino que existe sólo en
virtud de la negación. Es el 'no'”.
“En
Pascua, en la mañana del primer día de la semana, Dios vuelve a
decir: «Que exista la luz». Antes había venido la noche del Monte
de los Olivos, el eclipse solar de la pasión y muerte de Jesús, la
noche del sepulcro. Pero ahora vuelve a ser el primer día, comienza
la creación totalmente nueva (...) Jesús resucita del sepulcro. La
vida es más fuerte que la muerte. El bien es más fuerte que el mal
(...) Pero esto no se refiere solamente a Él, ni se refiere
únicamente a la oscuridad de aquellos días. Con la resurrección de
Jesús, la luz misma vuelve a ser creada. Él nos lleva a todos a la
vida nueva de la resurrección, y vence toda forma de oscuridad”.
“Por
el sacramento del bautismo y la profesión de la fe -subrayó el
Santo Padre-, el Señor ha construido un puente para nosotros, a
través del cual el nuevo día viene a nosotros. En el bautismo, el
Señor dice a aquél que lo recibe: 'Fiat lux', que exista la luz. El
nuevo día, el día de la vida indestructible, llega también para
nosotros”.
Ahora
bien, “la oscuridad acerca de Dios y sus valores son la verdadera
amenaza para nuestra existencia y para el mundo en general (…) Hoy
podemos iluminar nuestras ciudades de manera tan deslumbrante que ya
no pueden verse las estrellas del cielo. ¿Acaso no es esta una
imagen de la problemática de nuestro ser ilustrado? En las cosas
materiales, sabemos y podemos tanto, pero lo que va más allá de
esto, Dios y el bien, ya no lo conseguimos identificar. Por eso la
fe, que nos muestra la luz de Dios, es la verdadera iluminación, es
una irrupción de la luz de Dios en nuestro mundo, una apertura de
nuestros ojos a la verdadera luz”.
“En
la Vigilia Pascual, la noche de la nueva creación, la Iglesia
presenta el misterio de la luz con un símbolo del todo particular y
muy humilde: el cirio pascual. Esta es una luz que vive en virtud del
sacrificio. La luz de la vela ilumina consumiéndose a sí misma (…)
Así, representa de manera maravillosa el misterio pascual de Cristo
que se entrega a sí mismo, y de este modo da mucha luz. Otro aspecto
sobre el cual podemos reflexionar es que la luz de la vela es fuego
(...) También en esto se hace nuevamente visible el misterio de
Cristo. Cristo, la luz, es fuego, es llama que destruye el mal,
transformando así al mundo y a nosotros mismos. Y este fuego es al
mismo tiempo calor, no una luz fría, sino una luz en la que salen a
nuestro encuentro el calor y la bondad de Dios”.
Por
último, Benedicto XVI recordó que el cirio se debe principalmente a
la labor de las abejas. “Así -dijo- toda la creación entra en
juego. En el cirio, la creación se convierte en portadora de luz.
Pero, según los Padres, también hay una referencia implícita a la
Iglesia. La cooperación de la comunidad viva de los fieles en la
Iglesia es algo parecido al trabajo de las abejas. Construye la
comunidad de la luz. Podemos ver así también en el cirio una
referencia a nosotros y a nuestra comunión en la comunidad de la
Iglesia, que existe para que la luz de Cristo pueda iluminar al
mundo”.
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